miércoles, 20 de julio de 2011

ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

1.- ¿Qué es lo que más me ha ayudado el curso de Acompañamiento espiritual?

Antes de llevar el curso de Acompañamiento espiritual tenía una visión bastante diferente a lo que significa hacer un acompañamiento espiritual a personas. Creía que el acompañante es el que da consejos y que ayuda a solucionar los problemas del acompañado. He caído en la cuenta que no es así. He aprendido que el acompañante ayuda al acompañado a descubrirse. No se trata, por tanto, de que el acompañante dé un catálogo de consejos para que el acompañado supere sus problemas. No se trata de eso. He aprendido que el acompañado le ayuda sí, pero a descubrirse. Le ayuda a entrar en su interioridad, en su pasado y para que desde ahí pueda reconciliarse consigo mismo, con los demás y con Dios.
He aprendido que lo que somos en el presente es una consecuencia de todas nuestras experiencias del pasado. Si una persona es grosera, miedosa, tímida, violenta, es porque en el pasado tuvo que vivir experiencias de vida que lo fueron tildando de ese modo. Para esto el acompañante debe ayudarle a reconciliarse con su pasado. Sólo si eso logra podrá llevar una vida diferente. Recuerdo aquí la película que vimos con la profesora María Julia. La película se llama “El triunfo del espíritu”. En esta película, Antwone Fisher es una joven marino de carácter violento, por cuyo comportamiento es obligado a tener unas cuantas sesiones con un psiquiatra de la marina. El psiquiatra le ayuda a regresar a su pasado. Este joven había sido abandonado por su madre. La mujer que lo adoptó lo trataba de forma inhumana; la hija de esta mujer le obligaba a tener sexo cuanto aún tenía seis años. Ya de joven ve que matan a su mejor amigo. Lo que era Antwone Fisher en la marina y cuando va a las sesiones con el psiquiatra es la consecuencia de su vida pasada. Pero el trabajo del acompañante, en este caso el del psiquiatra, fue hacerlo tomar conciencia de que debía ir a buscar a estas personas, empezando por su familia, y con todas las que se había relacionado en el pasado. No fue fácil. Al comienzo no quería hacerlo. Su pasado le traía malos recuerdos. Pero después, con la ayuda del psiquiatra, quien lo trataba como hijo, lo convenció que la fase final era ir a buscar a estas personas. Lo hizo finalmente y empezó a vivir una vida distinta, sin cólera, reconciliado, feliz.
Es importante aquí, lo que la profesora María Julia resaltaba, que el acompañamiento es como la experiencia del Éxodo. La persona debe tomar la iniciativa. Debe hablar cuando ella quiera. Nadie puede obligarle a decir algo. Se resaltaba aquí, la expresión que el autor de Éxodo pone en boca de Yahvé: “he escuchado el clamor de mi pueblo”. Es importante tener en cuenta este criterio, porque se da autonomía al acompañado, al que clama ser liberado de su esclavitud. Para eso tiene que “bajar a los infiernos”. Esa es la experiencia del acompañado, porque debe regresar a la experiencia de la amargura, del dolor, de la oscuridad, para reconciliarse con su pasado. Será así, una persona transformada, una persona nueva, como Jesús que “bajó a los infiernos” como dice nuestro Credo, para luego resucitar glorioso. Esa es la experiencia del acompañado, debe regresar al pasado, bajar a los infiernos, pero no para quedarse ahí, sino para tener una experiencia de reconciliación y de perdón, y para renacer a una persona transformada, a una persona gloriosa, a una persona nueva.
Como veíamos con el profesor Javier, cada acompañado es una persona, estamos tratando con una persona y, por tanto, cuando viene alguien hacia nosotros, no estamos tratando con un problema, sino con una persona. Cada persona tiene distintos problemas, pero cuando alguien viene a nosotros clamando ayuda, no podemos decir: en ese problema no puedo ayudarte, no estoy preparado. Cada acompañado reclama que se le atienda con respeto: “Traten a los demás como les gustaría que les traten a ustedes”. De ahí, que como decía el profesor Javier, en una sesión con un acompañado no debemos distraernos haciendo otras cosas mientras el acompañado habla, porque esta persona ha venido para que se le escuche, no para perder su tiempo. Si el acompañante acepta acompañar a una persona, tiene que actuar como acompañante verdaderamente. En este caso, si el acompañante se ha comprometido acompañar a alguien, es un derecho del acompañado a que se le escuche, y es un deber escuchar al acompañante. Escuchar es mostrar interés por ayudarlo. Escuchar es respetar a la persona que ha venido para ser acompañada.
Todos estos elementos expuestos en los párrafos anteriores, me han ayudado mucho; sobre todo a tener una visión amplia de lo que significa y de lo que implica acompañar. Pero este acompañamiento a personas demanda de tiempo, disponibilidad y confidencialidad por parte del acompañante. El acompañante debe ser, por tanto, una persona madura, una persona con intensiones de ayudar. Y esto no sólo cuando una persona tiene serios problemas y acude a nosotros para que le ayudemos, sino también cuando hacemos acompañamiento a personas que están haciendo un discernimiento vocacional. He aprendido que el acompañante desempeña un papel muy importante, sobre todo en cuanto ayuda a que el acompañado se descubra y pueda hacer un discernimiento y una decisión libre, pero después de reconocer sus fortalezas y debilidades, y después de reconciliarse con su pasado. Sólo así tomará una decisión verdaderamente libre, y buscará y se encaminará con madurez hacia su propia realización. El curso de Acompañamiento espiritual me ayudó a descubrir estos horizontes, que me servirán de mucho en mi experiencia de acompañante o de acompañado. Estoy agradecido por los elementos recibidos en este curso, elementos que me servirán en el diario vivir.

2.- ¿Cómo he analizado mi haber sido acompañado? ¿Cómo me va ayudar en la pastoral como acompañante?

El curso me ha servido para confrontarme conmigo mismo desde mi experiencia de acompañado. Haciendo un recuerdo de mi experiencia cuando he tenido directores espirituales, he caído en la cuenta de que era una experiencia de consejería, antes que de acompañamiento. Yo sacaba cita con mi director espiritual y le contaba cuáles habían sido mis dificultades, mis obstáculos, qué no había hecho bien. Los dos directores espirituales, uno más que otro, se limitaban a darme consejos, qué era lo que debía hacer. Tal vez por eso no había tenido claro la diferencia del acompañamiento con la pura consejería. La consejería está dentro del acompañamiento, pero el acompañante no debe decir al acompañado qué es lo que debe hacer y qué es lo que no debe hacer. He aprendido que el acompañante ayuda al acompañado a que se descubra y que tome sus propias decisiones, no a mostrarle él el “camino correcto”. Lo que sí debe quedar claro es que debe encaminarlo siempre hacia la verdad y hacia la coherencia, a hacerlo tomar conciencia que las decisiones que tome son suyas, y que en esas decisiones debe buscar su realización.
El acompañante no debe obligar al acompañado a abrazar una forma de vida o a hacer algo que el acompañado no está convencido. El acompañante debe generarle el discernimiento al acompañado para que éste tome sus propias decisiones. De ahí que hablo de mi experiencia de acompañado, porque quienes me acompañaban me decían más lo que debía hacer, mas no me insistían en el discernimiento personal. He visto también, dentro de la congregación, que cuando un hermano quiere irse, los maestros toman dos posturas: unos lo retienen, otros aceptan su carta sin hacerse problema alguno. Desde mi experiencia de acompañado y de estudiante, creo que esas actitudes no son las más adecuadas por parte de los maestros, porque en ambos casos no le ayudan al discernimiento. Mientras unos los retienen aún sabiendo que ya no son felices, los otros simplemente los dejan ir, sin saber verdaderamente que se va porque de verdad no tiene vocación o es por algún problema de comunidad que puede superarse. En el segundo caso, creo que se ha cometido más imprudencias, porque sin ayudarle a que haga un discernimiento se le dejó ir, pero este hermano que se ha retirado se da cuenta que se había equivocado cuando ya estaba afuera, cuando ya era tarde. Muchos maestros no ayudan a sus formandos a hacer un serio discernimiento sobre su vocación. Esta es una tristeza que siento en mi experiencia de acompañado.
Recuerdo que una vez una chica “se había enamorado” perdidamente de mí. Venía todos los días. Entraba al convento. Yo le conté eso a mi maestro, porque yo ya estaba también empezado a buscarla, y lo primero que hizo mi maestro fue prohibirme terminantemente salir del estudiantado. Yo le hice caso. La chica después desapareció. No sé si sería esa la mejor decisión. En este caso creo que funcionó, pero no sé si hubiera funcionado en otras personas. Creo que antes que prohibirme o encerrarme, porque eso fue lo que sucedió, debieron invitarme al discernimiento. A las vocaciones no se las conserva encerrándolas y prohibiéndoles hacer algo, sino que se conservan sí pero desde la libertad y desde el libre discernimiento de aquel que quiere apostar por la vida religiosa.
Por eso creo que el curso de Acompañamiento espiritual me ha ayudado mucho y, sobre todo, me va a servir en mi desempeño pastoral. Ahora sé que al tratar a una persona, esta persona que viene para ser acompañada debe sentirse libre, y si en algo la ayudo es a discernir. No soy yo quien decide qué debe o no hacer esta persona. Sé que el acompañando debe tener sus convicciones propias para ser feliz, en cualquier forma o estado de vida. Y lo que sí debemos hacer es, motivarlo a que caiga en la cuenta de que en todo momento tiene que decidir siempre con verdad y coherencia de vida. La verdad de una persona está en su propia realización, en su felicidad. De ahí que el acompañante debe ayudar a caminar al acompañado hacia la autonomía. ¡Gracias por el curso de Acompañamiento!

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO DE JÓVENES

“El Creador en el principio los creó hombre y mujer, y dijo: por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos llegarán a ser como uno solo” (Mt 19, 4-6).

Estimados hermanos todos, hemos escuchado las palabras de Jesús respecto al matrimonio. Él defiende la integridad de este sacramento, que no puede ser sino la consecuencia de dos personas que se aman y que apuestan todo y por encima de todo para ser felices juntos. Nada ni nadie puede ser impedimento u obstáculo para sellar su afirmación de amor para toda la vida. Y hoy estamos reunidos aquí, los familiares, amigos y demás presentes para celebrar y ser testigos de la afirmación del mutuo amor de “Raúl” y “Charito”.

La vida matrimonial es una vocación, es un llamado de parte de Dios para hacer presente su amor por medio de la familia. Nadie sería feliz viviendo con otra persona por todos los días su vida, compartiendo todo, si Dios no lo ha llamado para esto, y si su corazón no se inquieta y late de amor por la otra persona. “Mi corazón está inquieto hasta que descanse en ti” decía san Agustín respecto al amor de Dios, y en el matrimonio, también el corazón del cónyuge debe inquietarse día a día por el amor de su consorte. Tal vez las palabras falten para descifrase o decirse todo el amor que se tienen a lo largo de todos sus días, pero donde faltan las palabras los gestos de su cariño sincero les descubrirán los frutos de su verdadero amor.

En el encuentro diario aprenderán juntos a crecer y desarrollarse como personas. Pero no como personas totalmente separadas la una de la otra, no como personas individualizadas, sino desde la experiencia del “nosotros”. Ya no sólo pensarán en su propio yo, sino que en todo momento y en cualquier decisión estará o debe estar presente el “nosotros”, el bien de los dos, no el de uno solo. El amor será siempre la fuente de su mutuo bienestar y el dinamismo de su crecimiento personal e interpersonal.

Que son dos personas diferentes, sí, pero acuérdense siempre que han sido llamados y ustedes libremente, sin coacción alguna, han aceptado ser “una sola carne”, vivir en comunión, como se anuncia en el Libro del Génesis 2, 24, texto al que Jesús se remite para fundamentar la unidad de este sacramento: “por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne”. “Raúl” y “Charito”, y todos los que están aquí presentes, éstas son las palabras donde se revela el ideal del matrimonio según las intenciones de Dios. Se descifra de estas palabras del autor sagrado, palabras que para Jesús son fundamento del matrimonio, que los vínculos matrimoniales que unen al varón y la mujer que se aman de corazón, son más fuertes que aquellos lazos por los que están unidos a sus padres, pues deben abandonar a éstos para unirse más íntimamente a su pareja, en virtud de su propia voluntad y por una sublime razón: el amor.

Dios los ha invitado al amor y ha inscrito en su corazón el nombre de su ser amado. Pero ustedes libremente han decidido unirse como pareja, aceptarse y amarse, y hacer pública su mutua promesa, su consagración de amor. De esta forma todos los presentes nos convertimos en testigos de esta decisión que ustedes sellarán con su mutuo consentimiento. Inclusive Dios es hoy testigo de este amor que ustedes han decido formalizar frente a su Iglesia, pues ustedes han venido aquí, no para prometerle a él su amor eterno, sino para que en su nombre y con su venia puedan vivir juntos y para toda la vida.

Su unión hace posible la complementariedad, que según el designio de Dios manifestado en el Libro del Génesis, al unirse en matrimonio el varón y la mujer son “una sola carne”. Esto nos hace comprender la desaprobación de la poligamia y el divorcio. Y se afirma, entonces, que el matrimonio es uno y para toda la vida. El vínculo matrimonial que ustedes sellarán hoy es indisoluble. Fue así como lo entendió Jesús al decir que “ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19,6). En este sentido, la fusión de sus vidas en una nueva unidad, su intimidad de hombre y de mujer, puestos hoy por Dios el uno frente al otro, hechos el uno para el otro, ocuparán desde ahora el primer plano de todo el horizonte de sus vidas.

Si bien es cierto, el matrimonio es una institución terrena, puesto que su existencia se fundamenta en el amor terreno de la pareja, tiene también un carácter sacramental, sagrado, ya que está fundado según el designio de Dios. Por tanto, “Raúl” y “Charito” quedarán vinculados desde hoy, el uno al otro, de la manera más profundamente indisoluble. Su recíproca pertenencia será desde ahora, la representación real, mediante el signo sacramental, de la relación de Cristo con su Iglesia. Y más allá de la unión en una sola carne, su amor tiene que mantenerlos siempre, en un solo corazón y una sola alma. Esto implica la fidelidad recíproca a esa promesa mutua y voluntaria.

Estimados hermanos, la meta última del matrimonio es el amor mutuo. Y así como sin el amor la familia no es una comunidad de personas, así también sin este aspecto fundamental, la familia no podría vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad. El matrimonio es una institución social de carácter humano, sí, pero también es de carácter divino, que lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos de ternura. El amor que de ellos emana del uno para el otro, se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Este acto sacramental, llevado acabo en virtud del mutuo amor de estos jóvenes, es corroborado hoy por la mutua promesa de fidelidad mediante el mutuo consentimiento, quedando así indisolublemente vinculados para toda la vida, en las alegrías y en las tristezas, en la prosperidad y en la adversidad, pues, “¡lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre!”. “¡El amor lo vence todo!”.