
Tiene el mérito de testigo cualificada de Jesús; pues, así como iba a pueblos y aldeas, también acompañó a Jesús con el resto del grupo a la celebración de la Pascua en Jerusalén, sin imaginar que sería la última vez que juntos comerían la cena. Pero además de eso, María no abandona a Jesús como los discípulos varones, cuando a Jesús le tocó vivir los momentos más dolorosos y humillante de su ministerio. Así, por ejemplo, fue testigo del injusto juicio contra el Maestro, sin que ella pueda entender. Es testigo silenciosa en la ausencia de los discípulos. Ella está siempre ahí y lo sigue hasta el calvario, permaneció hasta el final y, se convirtió, así, junto a las demás, en testigo de la muerte y sepultura de Jesús.
María Magdalena, según la tradición, inclusive fue la destinataria de la primera aparición del Resucitado. Su experiencia transformadora en el encuentro con Jesús había marcado tanto su vida. En ella esa profunda experiencia existencial en el encuentro con Jesús no se olvida ni desaparece. Eso le permite ir más allá de los límites y no sólo quedarse en la muerte del Maestro. Va a buscar el cuerpo de su Señor y ahí recibe la aparición del Resucitado, dándose cuenta, de ese modo, de que la muerte no había podido contra Él. Pero, al ser ella la destinataria de la Resurrección, se convierte en apóstola; es decir, recibe la misión de “ir” y “contar” de lo que ha sido testigo: de que Dios lo había resucitado y que el sheol no había podido contra Él.
María Magdalena desempeña un papel muy importante en las primeras comunidades: como testigo del Resucitado. Inclusive los evangelios, a excepción de Juan, la colocan primera en la lista. De aquí se deduce su importancia para las primeras comunidades, pues en la Biblia, el orden de citación refleja la importancia y relevancia de la persona. Que no sabemos si encabezó una comunidad, después, en las comunidades post-pascuales, pero lo probable es que haya formado parte de una de ellas, quizá en su Galilea natal, en calidad de testigo cualificada. Respecto a esto, también los apócrifos dan cuenta de ella; aunque algunos sólo apelan a ella para justificar sus prácticas y doctrinas, afirmando haberlas recibido de la discípula.
En conclusión: María Magdalena fue una fiel discípula y apóstola del Señor. Y no hay argumentos convincentes para tildar su persona como “la pecadora”. Lo único que podemos deducir de los evangelios, es que después de un encuentro con Jesús, que marcó profundamente su vida, ella decidió seguirlo hasta donde los discípulos varones no fueron capaces de hacerlo.
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