martes, 20 de octubre de 2009

EL PORTICO DE LA MEDITACIÓN Y DE LA VIDA

El pórtico de la meditación es el lugar donde el Zen educa a sus monjes. Es una construcción original y la mayoría de los monasterios importantes del Zen en el Japón lo poseen. La vida de los monjes Zen en el pórtico evoca la del Sangha en la India. La organización del mismo se debe al maestro chino Zen, Hyakujo (Pai-chang, 720-814). Este personaje dejó un lema que fue aplicado en su vida: “Un día sin trabajo es un día sin comida”. Este pensamiento le surgió debido a que cuando ya estaba anciano sus discípulos no querían hacerlo trabajar, pero dijo: “Quien no trabaja, no debe comer”. El trabajo en el monasterio es el elemento esencial de la vida monacal. Ningún trabajo es considerado indigno en los monjes del monasterio. No son holgazanes como muchos de los monjes o ascetas mendicantes de la India.

El trabajo corporal es el mejor remedio contra la indolencia del espíritu, que pudiera nacer de la meditación cotidiana; pues el peligro para la mayor parte de los solitarios o eremitas religiosos estriba en el hecho de que el cuerpo y espíritu no van de acuerdo, en que el cuerpo siempre está separado del espíritu o viceversa. En el pensamiento del Zen se trata de erradicar esta separación. La lógica es que si el cuerpo se mantiene en actividad, el espíritu también se mantiene vivo, vigilante, sano, despierto, fresco. De ahí que los pensamientos abstractos que no traigan beneficio alguno para la vida práctica se consideran como sin valor. De ese modo, el conocimiento deberá fundamentarse en la experiencia vital.

El pórtico de la Meditación en el Japón es un edificio cuadrangular de cuyas dimensiones depende el número de los monjes. La propiedad de éstos es totalmente nula y son bastante austeros con el uso de las cosas. El Budismo considera el deseo de posesiones y bienes como una de las pasiones peores que pueden apoderarse de un mortal. Pues ¡Cuánta miseria en el mundo tiene su origen en el afán general por poseer! Y “allí donde se aspira poder, los fuertes siempre someterán a los débiles najo su yugo”.

Estos monjes son bastante austeros inclusive en las comidas. La pobreza y la sencillez son la norma. Pero en esta línea esta forma de vivir se asemeja mucho a la ascética hinduista. La idea dominante es no desperdiciar nada, sino sacar el mejor partido de todas las cosas existentes. Cuando suena el gong los monjes dejan todo y en procesión solemne se dirigen para tomar los alimentos, pero nadie se sienta si antes el superior no a hacho la debida señal. La comida es un asunto serio. Ahí ellos hacen memoria de los espíritus difuntos. Y, como norma todo monje debe comer totalmente todo lo que se le ha repartido. Una vez que el superior ha dado la señal con los palillos, los monjes en silencio se retiran como lo hicieron al entrar.

Es característico de estos monjes el mantener el monasterio por dentro y por fuera en orden perfecto. Generalmente son ellos quienes realizan todos los trabajos, inclusive de las construcciones donde viven. Trabajan tal vez más que los obreros corrientes, pues su religión es creación. Estos monjes “son alegres, amigos de las bromas, bondadosos y caritativos, y no desprecian ningún trabajo que sea de utilidad, aunque pudiera parecer indigno de un hombre culto”. El lema de los monjes del Zendo es “aprender mediante el obrar”. Su formación no se limita a la adquisición de conocimientos teóricos o científicos, sino que reciben aquello que les será práctico y eficaz.

Se dice que el maestro trata a los monjes con poca amabilidad y dureza, pues al igual que el proverbio que dice: “Si una leona pare crías las lanza a los tres días sobre el borde de un abismo y observa si ellas pueden volver de nuevo hacia ella. Las que no ha superado la prueba son abandonadas”. Así es la dureza del Zen con los monjes. Teóricamente el Zen abarca el universo en su totalidad y se haya por encima del pensamiento en antinomias y contradicciones. La vida en este monasterio se regula sin interrupción. La obediencia ciega es la que prima.

Entre los monjes, el orgullo del corazón debe ser aniquilado y se ha de apuntar la copa de la humildad. En el estudio del Zen la fuerza de una penetración que todo lo ilumina corre pareja con un sentimiento profundo de sencillez y humildad de corazón. Para eso, un determinado tiempo en la vida el monje se haya destinado exclusivamente para la prelación espiritual, durante la cual los monjes no se cargan de trabajos manuales, a excepción de los imprescindibles. A esta etapa se llama Sesshin (recoger o concentrar el espíritu). En este tiempo los monjes hermanecen en el Zendo. Se levantan antes que de ordinario y se acuestan más tarde. Generalmente dedican un tiempo a la lectura de los discursos del maestro Zen-Rinzai.

Después de esas lecturas el monje pueda que permanezca en la ignorancia, a no ser que su ojo se haya abierto a la verdad del Zen. Durante este tiempo de lectura los monjes van donde el maestro y exponen sus lecturas sobre el Koan. El monje ha de visitar en este tiempo cuatro o cinco veces al día. El monje debe ir solo al cuarto del maestro donde se efectúa el diálogo, dentro de un marco solemne y ceremonioso. Hacia el Zen hay una confianza absoluta. En verdad, “nada hay en el Zen tibio; si existe algo tibio, entonces no existe Zen alguno. Exige del hombre que sondee las profundidades más recónditas y nunca se le manifestará la verdad antes de que sea despojado de toda embustería intelectual y demás baratija y retorne a su desnudez primigenia. En muchos casos este progreso se observa pasados los veinte años, pero con aptitudes medias y una correspondiente dosis de constancia y esfuerzo decidido.

Para llegar a ser un maestro consumado, no basta con comprender la verdad del Zen. Hay que atravesar un período que se conoce con el nombre de la madurez lenta del cuerpo santo. Es una vida de armonía con la inteligencia. La vida interior y exterior del monje debe hallarse de acuerdo, esto es, armonizada, con lo que él alcanza el Zen. Pero todo su conocimiento deberá ser probado en el contacto directo con el mundo. Para esto no existen reglas específicas. Cada uno debe obrar de acuerdo al libre albedrío, acomodándose a las circunstancias especiales de la vida. Ellos se esfuerzan por desarrollar lo que se llama la “virtud oculta”. Esto significa el obrar bien sin la sombra de un pensamiento que suponga agradecimiento o reconocimiento. Esto incluso se asemeja a Jesús cuando dice: “Mas cuando tú hagas limosnas, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto”. Esto es virtud oculta en sentido budista. Pero la diferencia está en lo siguiente: “Tu Padre que ve los secreto te recompensará”. Ahí está el abismo entre el Cristianismo y el Budismo. La formación teórica como práctica de los monjes en el Zendo se estructura sobre el fundamento de la “acción sin mérito”.

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