martes, 3 de agosto de 2010

¡Así está la situación económica en el mundo!

La fosa económica que separa a unos y otros se ha ampliado. Las condiciones de vida han adquirido unos contrastes tan acusados que “las sociedades parecen separadas por siglos de historia y se han dinamitado los puentes que permitían trazar una senda desde el atraso al desarrollo económico, entendiendo por tal un crecimiento mínimamente armónico que transforme las sociedades en beneficio de la mayor parte de la población”(1). Vivimos en un contexto donde la economía está cada vez más asentando sus bases en la producción desmedida de capital. Capital adquirido con el precio del sufrimiento de los más pobres, acentuándose así las desigualdades sociales en el interior de todos los países. Es un sistema económico calificado como neoliberal y que “tiene como secuela la marginación de una parte creciente de la población y una degradación de las condiciones de vida y laborales de la inmensa mayoría, hasta límites que ofenden la razón y repugnan la conciencia”(2).

Lo que cuenta en este sistema económico neoliberal es la competencia, de tal modo que, si un ciudadano porque no tiene estudios universitarios aunque sea una persona de grandes habilidades naturales, no puede competir y postular a un trabajo como otro que sí tiene un título que lo respalda. De ese mismo modo, en el nivel macro social sucede algo parecido, existen diferencias abismales de productividad entre los países llamados “desarrollados” y los denominados “subdesarrollados”, “los países del Norte” y los países del Sur”. Los países del Sur no pueden competir con los países del Norte. Eso hace que los países pobres sean aplastados y explotados por aquellos que tienen el poder económico, aquellos que tienen la “autoridad”.

Se habla mucho de empleo, de producción, de exportación, de importación. Sin embargo sólo unos se benefician más. Mientras unos cada vez obtienen más capital y se hacen cada vez más ricos, otros están cada vez más pobres y dependen necesariamente de los poderosos para sobrevivir, aun con las condiciones que afectan su propia vida. Sin ir lejos podemos resaltar el caso de La Oroya, que mientras los dueños viven en lujosas casas y en pomposas condiciones de vida, el 93% de los habitantes de este pueblo tiene plomo en su sangre; y como consecuencia de esto padecen de diversas enfermedades. Prefieren seguir trabajando en la mina porque que es su única fuente de trabajo y, por tanto, su único medio para sobrevivir.

Es un proceso de capitalización desmedido que genera la destrucción de un sector de la gente, un proceso que genera destrucción de la vida humana. “Vida humana que no importa, importa al máximo la ganancia”(3). El capital solo quiere ser más capital. Necesita la acumulación. Niega la distribución. Y no importan los medios para obtenerlo. “Los campesinos, los cocheros, los carpinteros, los trabajadores, que nunca paran de trabajar como caballos de tiro en tareas tan esenciales que si se interrumpieran elevarían al país a un estancamiento, son retribuidos con miseria, injusticia y desolación”(4). Y como si fuera poco, quienes tienen el poder en sus manos de favorecer a su personal con mejores condiciones de vida, se las arreglan para que la injusticia parezca como justicia con sus trabajadores. Los empleados están condenados a trabajar, pero sin reclamar nada, porque si lo hacen serán despedidos y reemplazados por otros que están esperando por el puesto. Vemos en esto todas las argucias que utilizan quienes tienen el poder económico en sus manos para mantener a salvo sus ganancias mal habidas.

Como consecuencia de esto vemos a tantos rostros tristes y afligidos, porque no cuentan con un empleo estable o seguro; o simplemente porque no lo tienen. Esta triste verdad los hace vivir en la desesperanza de un buen futuro, y con la única certeza de trabajar duro para ayudar a sacar adelante a su familia. Muchos de ellos han tenido que abandonar la Universidad o el colegio con el fin de buscar algún ingreso para la digna sustentación de su familia. No queda otra alternativa. Pero esa es la situación en la que el cristiano y no cristiano de hoy debe vivir con el coraje de salir adelante, en medio de un sistema injusto y opresor.
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(1)MONTES, Pedro. El desorden neoliberal, Editorial Trotta, Madrid: 1996. Pág. 187.
(2)Ibíd., p.,188.
(3)MORO, Tomás. Utopía. Editorial Losada, Buenos Aires: 2003. P. 35.
(4)Ibíd., p.,37.

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