lunes, 29 de junio de 2015

EL ESTRÉS Y LOS TRASTORNOS MENTALES

El estrés es la enfermedad del siglo XXI. Está presente casi en todas las áreas de la vida. Es un mal actual presente que lo encontramos desde el ámbito familiar hasta el laboral. De ahí que es considerado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una epidemia global. Es el único riesgo ocupacional que puede afectar al ciento por ciento de los trabajadores y en las familias. Afecta las relaciones interpersonales y el rendimiento laboral de las personas. Asimismo, genera la alteración del estado de salud, el ausentismo, la disminución de la productividad y del rendimiento individual. También aumenta las enfermedades, los accidentes, entre otros. Como mal nos afecta a todos de la misma forma. Sin embargo, a pesar de que pueden ser las mismas causas en las personas, se sabe que no por todos son valoradas como altamente estresantes. Tienen también un componente fisiológico, que se activa para generar ciertos comportamientos o reacciones en los seres humanos, pero que se pueden controlar por algún estilo de afrontamiento. De todas maneras, como para cada mal tiene que haber un tratamiento, para el estrés también lo hay. Y este puede ser de carácter terapéutico.
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La sociedad actual se caracteriza por vivir apurada, estresada, tensionada. Estos problemas pueden traer consecuencias en los seres humanos, sean estas de índole psicológico o físico. Una de estas consecuencias es el problema del estrés, el cual puede ser definido como un proceso  que se inicia ante un conjunto de demandas ambientales que recibe el individuo, a las cuáles debe dar una respuesta adecuada, poniendo en marcha sus recursos de afrontamiento. Cuando la demanda del ambiente (laboral, social, etc.) es excesiva frente a los recursos de afrontamiento que se poseen, se van a desarrollar una serie de reacciones adaptativas de movilización, de recursos, que implican la activación fisiológica. Esta reacción de estrés incluye una serie de reacciones emocionales negativas (desagradables), de las cuáles las más importantes son: la ansiedad, la ira y la depresión. Pero también se podría llegar a otras consecuencias muchísimo más graves como la hipertensión, el tabaquismo y la obesidad. Por otra parte, el estrés como trastorno afecta el funcionamiento glandular, la capacidad respiratoria y el sistema inmunológico, aumentando la vulnerabilidad al desarrollo o agravamiento de enfermedades crónicas, (hipertensión, diabetes); así como trastornos psicosomáticos (asma, colon irritable) y otras enfermedades. De este modo, el estrés como cualquier otro trastorno mental deteriora la salud, exigiendo así, la inminente intervención de una especialista médico, psicólogo o cualquier otro especialista de la salud que esté capacitado para brindar ayudar a pacientes con estos problemas.

            En el ámbito de la Psicología, el estrés suele hacer referencia a ciertos acontecimientos en los cuáles nos encontramos con situaciones que implican demandas fuertes para el individuo, que pueden agotar sus recursos de afrontamiento. No obstante, a pesar de esto, la definición ha sido siempre controvertida desde que el fisiólogo canadiense, Selye (1956) la incorporó en esta disciplina. Por su parte, según Cano, A. (2002), el estrés puede entenderse de la siguiente manera: a) Como reacción o respuesta del individuo (cambios fisiológicos, reacciones emocionales, cambios conductuales, etc.); b) Como estímulo (capaz de provocar una reacción de estrés); c) Como interacción entre las características del estímulo y los recursos del individuo. De este modo, partiendo de estos criterios, en la actualidad se considera que el estrés se produce como consecuencia de un desequilibrio entre las demandas del ambiente (estresores internos o externos) y los recursos disponibles del sujeto.

            Como vemos, se trata de un problema de la salud y para esto es importante tener en cuenta el diagnóstico ya que, no se podría hacer una intervención si no se está seguro de qué se trata. De ahí que, según el CIE-10 (WHO, 1992) “este trastorno no debe ser diagnosticado a menos que no esté totalmente claro”. No obstante, en esto es recomendable tener en cuenta los síntomas vegetativos, los trastornos del estado de ánimo y el comportamiento anormal, que pueden contribuir al diagnóstico, pero que no tendrían una importancia capital en el mismo. Pero también se podría considerar las manifestaciones físicas, las cuales pueden incluir dolores musculares, problemas respiratorios, problemas en la piel, disfunciones sexuales, alteraciones cardíacas, problemas estomacales, tics nerviosos, etc.; así como también manifestaciones psicológicas como irritabilidad, falta de concentración y memoria, cansancio, trastornos del sueño, ansiedad, agitación, etc. Consecuentemente, se debería tener en cuenta estos signos en aquellos posibles poseedores de este problema, para que de esa forma se garantice un buen diagnóstico y también, buen tratamiento.

            Ahora bien, como en todo problema de la salud siempre tiene que haber un componente fisiológico, con el problema de estrés también hay una respuesta fisiológica, la misma que se manifiesta como una reacción del organismo ante estímulos estresores. De este modo, ante una situación de estrés, el organismo tiene una serie de reacciones fisiológicas que suponen la activación del eje hipofisosuprarrenal y del Sistema Nervioso Vegetativo. El eje  hipofisosuprarrenal (HSP) está compuesto por el hipotálamo, que es una estructura nerviosa situada en el cerebro que actúa de enlace entre el sistema endocrino y el sistema nervioso, la hipófisis, una glándula situada en la base del cerebro, y las glándulas suprarrenales, que se encuentran sobre el polo superior de cada uno de los riñones y que están compuestas por la corteza y la médula. Por su parte, el sistema nervioso vegetativo (SNV) es el conjunto de estructuras nerviosas que se encargan de regular el funcionamiento de los órganos internos y controla algunas de sus funciones de manera involuntaria e inconsciente. Estos dos componentes fisiológicos enlazan el fenómeno del estrés con los fenómenos psicofisiológicos de la emoción, lo cual genera una reacción en el ser humano.

            Estas reacciones según el fisiólogo Hans Selye (1974, citado por Lazarus, 2000) pueden producir dos tipos de estrés: el distrés o estrés negativo y el eutrés o estrés positivo. De éstos, el primero es de tipo destructivo, ya que causa dolor y angustia; y se manifiesta  a través de la ira y la agresión. Este tipo de estrés es perjudicial para la salud, mientras que el segundo es de tipo cognitivo y se manifiesta a través de emociones asociadas con la preocupación empática por los demás y con los esfuerzos positivos que beneficiarían a la comunidad. Este estrés es considerado como compatible y protector de la salud del individuo. Ahora bien, debemos tener en cuenta aquí, que este problema, según Pratt y Barling (1988), tiene cuatro dimensiones: a) La especificidad del momento en que se desencadenan, b) La duración, c) La frecuencia o repetición, d) La severidad o intensidad.

            De estas cuatro dimensiones, se pueden distinguir cuatro tipos de estresores: los estresores agudos, los estresores crónicos, los pequeños estresores de la vida diaria y los desastres. De ellos, los primeros tienen siempre un comienzo o desencadenamiento definido, corta duración, ocurren con poca frecuencia y presentan alta intensidad. Por ejemplo, ser despedido de la empresa; los segundos no tienen un inicio tan definido, se repiten con frecuencia y pueden tener duración corta o larga y ser de baja o elevada intensidad. Por ejemplo, la inseguridad en el trabajo; los terceros tienen un comienzo definido, son de corta duración, ocurren con alguna frecuencia y son de baja intensidad. Por ejemplo, quedar atrapado en un atasco de tráfico y; los últimos, tienen un comienzo especificado, pueden ser de corta o larga duración, ocurren con muy poca frecuencia y son de fuerte intensidad. Por ejemplo, una inundación.

            Pero así como hablamos de dimensiones, también podríamos hablar de fuentes del estrés, donde se involucran aquellos pensamientos, situaciones, actividades, contextos, acontecimientos y relaciones que por algún motivo pueden generarnos este problema. Pero esto no significa que haya relación de causalidad entre estas fuentes y el estrés, sino que intervienen aspectos como la personalidad, la educación, los valores culturales y la interpretación de los que ocurre. Luego, estas fuentes no sólo tienen que ver con la interioridad de la persona, sino también de la influencia externa. Así, estas fuentes de estrés pueden ser considerados de cuatro tipos: A) Los estresores únicos: Aquellos cataclismos y cambios dramáticos de las condiciones de la vida de las personas, que por lo general afectan a grupos de personas. B) Los estresores múltiples: Aquellos que afectan a una persona o un grupo de personas que sufren un cambio de gran trascendencia vital, como puede ser la paternidad/maternidad, el trabajo o la situación económica. C) Los estresores cotidianos: Aquellos cambios en la rutina cotidiana. D) Los estresores biogenéticos: Aquellos que ocurren independientemente de los procesos psicológicos, como pueden ser la ingestión de algunas sustancias, enfermedades, dolor o calor y frío extremo.
            No obstante, aparte de estas fuentes del estrés, hay otras condiciones que pueden causar molestias en la cotidianidad y pueden generar el estrés (Lazarus, 1984). Estas molestias son aparentemente pequeñas, pero que irritan y molestan a las personas como por ejemplo, los retrasos en las reuniones de trabajo, el exceso de responsabilidad, el estar solo, el discutir con el cónyuge, etc. Estas condiciones crónicas o recurrentes también son estresantes y algunas veces se escapan de las manos. Así, cuando una persona valora una dificultad como algo que ya ha ocurrido, dicha persona ya ha interpretado el suceso como algo con significado estresante. Por lo tanto, lo que sucedió es una causa proximal de estrés en virtud de su relevancia reconocida para los valores, metas, intenciones situacionales y creencias de dicha persona. De este modo, aunque las molestias cotidianas son mucho menos dramáticas que los cambios vitales importantes, como el divorcio o la muerte del cónyuge, las investigaciones sugieren que pueden ser muy estresantes para algunas personas y muy importantes para el bienestar subjetivo y la salud física de otros (Gruen, Folkman & Lazarus, 1989).

            Ante esta situación, como es sabido, no todos reaccionan de la misma manera ni se afectan por las mismas circunstancias. Así, para entender esto debemos conocer las variaciones en la personalidad que influyen sobre las cosas ante las que las personas pueden ser vulnerables y que podrían hacer que se estresen. Luego, se podría hablar de ciertas características que influyen en las variaciones de la personalidad y que pueden alimentar o eliminar el estrés en las personas. Entre estas características se incluyen las siguientes: a) el sentido de la auto-eficacia (Bandura, 1977, 1997); b) la habilidad para pensar en términos constructivos (Epstein & Meier, 1989); c) la resistencia (Maddi & Kobasa, 1984; Orr & Westman, 1990); d) la esperanza (Snyder et al., 1991); e) los recursos aprendidos (Rosenbaum, 1990); f) el optimismo (Scheier & Carver, 1987) y g) el sentido de coherencia (Antonovsky, 1987).

            Como fruto de esa personalidad, también hay otros factores que pueden influir en el estrés. Entre estos factores que pueden desempeñar un importante papel en un hecho estresante, según Lazarus (2000, p. 72), tenemos la autoeficacia y la autoestima. Desde este punto de vista, el estrés es particularmente poderoso cuando el individuo debe enfrentarse a demandas que no pueden ser satisfechas fácilmente. Así, la ansiedad, que es una emoción propia del estrés, es más propensa a aparecer y a ser intensa cuando la persona no confía o confía poco en su propia capacidad para manejar el mundo con efectividad. Esta idea ha sido examinada con detenimiento por Bandura (1997) a través de su concepto de la autoeficacia. Por otro lado, Greenberg et al. (1992) y otros autores han demostrado que la autoestima reduce la ansiedad ante un estresor, como la anticipación de una descarga eléctrica dolorosa. De este modo, si la proporción de demandas es muy superior a la de los recursos, ya no hablamos de estrés sino de trauma. En consecuencia, la persona se siente indefensa para manejar las demandas a las que está expuesta, y esto puede provocarle sentimientos de pánico, desesperanza y depresión.

En este punto de la investigación, podemos entender que las causas del estrés no son siempre negativas, como aquellas situaciones de peligro, dolorosas y perjudiciales que podrían dar origen a un trauma, lo que origina posteriormente lo que se conoce como el estrés postraumático. Existen también situaciones que vivimos habitualmente, incluso situaciones más bien rutinarias que pueden producirnos estrés sin ser necesariamente peligrosas. Ejemplos de ello son los atascos diarios que sufrimos, la música alta o lo gritos de los fines de semana debajo de nuestra casa. Así, según las situaciones ambientales que se presentan, el individuo tendrá que hacer frente a ellas y, dependiendo de los mecanismo que ponga en marcha, se adaptará o no. En este sentido, la adaptación es la respuesta del organismo, tanto fisiológica como emocional, para intentar atenuar los efectos del estrés.

Pero esta adaptación sigue un proceso que abarca tres fases: A) La fase de alarma. Es fase de alerta general, en la que aparecen cambios para contrarrestar las demandas generadas por el agente estresante (aumento de la frecuencia cardiaca, variaciones de la temperatura, cambios en la tensión, etc.). B) La fase de adaptación. Fase en el que desaparecen los síntomas, ya que el organismo se está adaptando a los efectos del agente estresante mediante una serie de mecanismos de reacción que permiten hacer frente al mismo. En esta fase, los niveles de corticoesteroides se normalizan y tiene lugar una desaparición de la sintomatología. C) La fase de agotamiento. Fase en la que disminuyen las defensas, pues el agente estresante al permanecer en el tiempo, ha superado los mecanismos de reacción del organismo, dando lugar a síntomas semejantes a los de la fase de alarma. En esta fase se produce una alteración tisular y aparece la patología llamada psicosomática.

Ahora bien, es importante que también tengamos en cuenta la situación de los agentes estresantes, ya que éstos forman parte del ámbito en que normalmente viven las personas. Estos ámbitos y agentes son los siguientes:

a)    Ámbito familiar. Es el entorno más delicado como potencial causa del estrés, debido a la implicación emocional que suponen los conflictos familiares. Repercute más en aquellas mujeres que trabajan dentro del hogar y no tienen una ocupación fuera del mismo. En este ámbito los agentes estresantes podrían ser los siguientes: alteraciones en la relación de pareja, maltrato, engaños, problemas sexuales, etc.
b)    Ámbito laboral. Afecta casi en todas las profesiones y muestra sus repercusiones tanto en la salud como en el bienestar de los trabajadores. Aquí los agentes estresantes tienen que ver con las características del contenido del trabajo, la experiencia propia del trabajador, las relaciones interpersonales, etc.

c)    Ámbito social. Aquellas situaciones que están relacionadas con el tipo de vida del individuo, sobre todo en el entorno de las grandes ciudades, ya que en ellas se suelen se suelen encontrar las características propiciadoras de situaciones de estrés. Los agentes estresantes pueden ser: vivir en zonas de mucho ruido y contaminación, tráfico intenso, ruidos, pandillas, consumo de drogas, etc.

d)    Ámbito personal. En este ámbito se debe tener en cuenta la personalidad del individuo, ya que rasgos como el perfeccionamiento, la introversión, la competitividad, la agresividad o la inseguridad le van a suponer una mayor propensión a padecer estrés. Aquí los agentes estresantes pueden ser: ingresos económicos bajos, enfermedad, divorcio, dedicación a los hijos, etc.

De este modo, hemos visto los diversos ámbitos y agentes que dan origen al estrés. Pero no significa que el problema termine ahí. El sujeto que tiene este problema, está expuesto a convivir con las consecuencias, las cuales son perjudiciales para la persona, ya que le afectaría de distintas formas, inclusive desde el punto de vista fisiológico ya que, las hormonas del estrés son muy perjudiciales para el cerebro, debido a que los niveles elevados de cortisol pueden causar daños en el hipocampo, que desempeña un papel decisivo en la memoria, sobre todo la que afecta al recuerdo de actividades recientes. Pero estas consecuencias no solo afectan al individuo que padece el problema sino que alcanzan a las personas que le rodean, familia, compañeros, amigos, trabajo, y a los ámbitos en que se desenvuelve. Así, en el ámbito familiar se pueden generar malas relaciones con otros familiares, alteraciones con la pareja o los hijos, etc.; en el ámbito laboral se pueden generar el incumplimiento del horario, las malas relaciones con los jefes o compañeros de trabajo, la disminución del rendimiento, etc.; en el ámbito social se puede generar el aislamiento personal, pérdida de interés en la colaboración ciudadana, etc.; en el ámbito personal se puede generar el peligro de automedicación, alteraciones psicológicas y orgánicas, consumo de sustancias adictivas, desórdenes alimenticios, etc.

Ahora bien, después de haber tratado la problemática del estrés, como un trastorno que tiene sus causas y consecuencias en aquellos que sufren este problema, también es importante tocar el cómo afrontarlo. Esto significa que la persona afectada debe adquirir recursos de afrontamiento, los cuales tienen que ver con aquellas variables personales y sociales que permiten que las personas manejen las situaciones estresantes de manera más eficiente. El objetivo es que la persona experimente pocos o ningún síntoma al exponerse a un estresor o que se recupere rápidamente de su exposición (Zeidner y Hammer, 1992). Este afrontamiento, según Meichenbaum y Turk puede ser de tres formas o estilos: A) Estilo autorreferente. Este estilo se centra en la persona, es decir, en los efectos que el estresor pueda tener sobre sí mismo. No se preocupa por las causas sino por las consecuencias que el estrés genera. B) El estilo auto-eficaz. Se centra en buscar la respuesta más adecuada para resolver la situación que provoca el estrés. Es el estilo más apropiado y el que más probabilidades tiene de superar la situación. C) El estilo negativista. Este estilo niega la existencia del estresor, sobre todo cuando cree que no puede hacerle frente. Es el peor estilo de afrontamiento, el que más estrés acumula al no solucionar la situación que lo está originando.

Por consiguiente, en la actualidad casi todo lo que nos rodea (trabajo, familia, circunstancias personales) genera grandes dosis de tensión, que producen en el individuo un estado de inquietud y malestar, que en muchos casos desencadena graves dolencias físicas. Este problema en nuestro trabajo de investigación ha sido identificado con el estrés, problema que se inicia ante un conjunto de demandas ambientales que recibe el individuo, a las que debe dar una respuesta adecuada poniendo en marcha sus recursos de afrontamiento. No obstante, cuando la demanda del ambiente (laboral, familiar, social, etc.) es excesiva en relación con los recursos de afrontamiento que posee el individuo, desarrollará una serie de reacciones adaptativas, de movilización de recursos, que implican la activación fisiológica. De este modo, esta reacción se acompaña de una serie de emociones negativas (desagradables), entre las que pueden destacar la ansiedad, la ira y la depresión. De cualquier forma, el estrés suele tener como manifestación la ansiedad, en cuyo caso se trata de una respuesta emocional provocada por una agente desencadenante, denominado agente estresante, interno o externo, pero que se le podría afrontar aprendiendo a reconocerlo y cambiando la forma de reaccionar cuando sabemos que el problema ya está en nosotros.

FUENTES DE CONSULTA:

 -       LAZARUS, RICHARD S. Estrés y emoción: manejo e implicaciones en nuestra salud. Editorial Desclée de Brouwer. España: 2000. p 72.
-       CANO, A. (2002). Estrés laboral. Sociedad Española para el estudio del estrés y la ansiedad. Recuperado de http://pendientedemigracion.ucm.es el 26 de Marzo de 2015.
-       SÁNCHEZ, GONZALES, COZ Y MACÍAS (2007). Estrés y sistema inmune. Recuperado de http://bvs.sld.cu/revistas/hih/vol23_2_07/hih01207.html el 26 de Marzo de 2015.
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