El
estrés es la enfermedad del siglo XXI. Está presente casi en todas las áreas de
la vida. Es un mal actual presente que lo encontramos desde el ámbito familiar
hasta el laboral. De ahí que es considerado por la Organización Mundial de la
Salud (OMS) como una epidemia global. Es el único riesgo ocupacional que puede
afectar al ciento por ciento de los trabajadores y en las familias. Afecta las
relaciones interpersonales y el rendimiento laboral de las personas. Asimismo,
genera la alteración del estado de salud, el ausentismo, la disminución de la
productividad y del rendimiento individual. También aumenta las enfermedades,
los accidentes, entre otros. Como mal nos afecta a todos de la misma forma. Sin
embargo, a pesar de que pueden ser las mismas causas en las personas, se sabe
que no por todos son valoradas como altamente estresantes. Tienen también un
componente fisiológico, que se activa para generar ciertos comportamientos o
reacciones en los seres humanos, pero que se pueden controlar por algún estilo
de afrontamiento. De todas maneras, como para cada mal tiene que haber un
tratamiento, para el estrés también lo hay. Y este puede ser de carácter
terapéutico.
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La
sociedad actual se caracteriza por vivir apurada, estresada, tensionada. Estos
problemas pueden traer consecuencias en los seres humanos, sean estas de índole
psicológico o físico. Una de estas consecuencias es el problema del estrés, el
cual puede ser definido como un proceso que se inicia ante un conjunto de
demandas ambientales que recibe el individuo, a las cuáles debe dar una
respuesta adecuada, poniendo en marcha sus recursos de afrontamiento. Cuando la
demanda del ambiente (laboral, social, etc.) es excesiva frente a los recursos
de afrontamiento que se poseen, se van a desarrollar una serie de reacciones
adaptativas de movilización, de recursos, que implican la activación
fisiológica. Esta reacción de estrés incluye una serie de reacciones
emocionales negativas (desagradables), de las cuáles las más importantes son:
la ansiedad, la ira y la depresión. Pero también se podría llegar a otras
consecuencias muchísimo más graves como la hipertensión, el tabaquismo y la
obesidad. Por otra parte, el estrés como trastorno afecta el funcionamiento glandular, la capacidad
respiratoria y el sistema inmunológico, aumentando la vulnerabilidad al
desarrollo o agravamiento de enfermedades crónicas, (hipertensión, diabetes);
así como trastornos psicosomáticos (asma, colon irritable) y otras
enfermedades. De este modo, el estrés como cualquier otro trastorno mental
deteriora la salud, exigiendo así, la inminente intervención de una
especialista médico, psicólogo o cualquier otro especialista de la salud que
esté capacitado para brindar ayudar a pacientes con estos problemas.
En
el ámbito de la Psicología, el estrés suele hacer referencia a ciertos
acontecimientos en los cuáles nos encontramos con situaciones que implican
demandas fuertes para el individuo, que pueden agotar sus recursos de
afrontamiento. No obstante, a pesar de esto, la definición ha sido siempre
controvertida desde que el fisiólogo canadiense, Selye (1956) la incorporó en
esta disciplina. Por su parte, según Cano, A. (2002), el estrés puede
entenderse de la siguiente manera: a) Como reacción o respuesta del individuo
(cambios fisiológicos, reacciones emocionales, cambios conductuales, etc.); b)
Como estímulo (capaz de provocar una reacción de estrés); c) Como interacción
entre las características del estímulo y los recursos del individuo. De este
modo, partiendo de estos criterios, en la actualidad se considera que el estrés
se produce como consecuencia de un desequilibrio entre las demandas del
ambiente (estresores internos o externos) y los recursos disponibles del
sujeto.
Como
vemos, se trata de un problema de la salud y para esto es importante tener en
cuenta el diagnóstico ya que, no se podría hacer una intervención si no se está
seguro de qué se trata. De ahí que, según el CIE-10 (WHO, 1992) “este trastorno
no debe ser diagnosticado a menos que no esté totalmente claro”. No obstante,
en esto es recomendable tener en cuenta los síntomas vegetativos, los
trastornos del estado de ánimo y el comportamiento anormal, que pueden contribuir
al diagnóstico, pero que no tendrían una importancia capital en el mismo. Pero
también se podría considerar las manifestaciones físicas, las cuales pueden
incluir dolores musculares, problemas respiratorios, problemas en la piel, disfunciones
sexuales, alteraciones cardíacas, problemas estomacales, tics nerviosos, etc.; así
como también manifestaciones psicológicas como irritabilidad, falta de
concentración y memoria, cansancio, trastornos del sueño, ansiedad, agitación,
etc. Consecuentemente, se debería tener en cuenta estos signos en aquellos
posibles poseedores de este problema, para que de esa forma se garantice un
buen diagnóstico y también, buen tratamiento.
Ahora
bien, como en todo problema de la salud siempre tiene que haber un componente
fisiológico, con el problema de estrés también hay una respuesta fisiológica,
la misma que se manifiesta como una reacción del organismo ante estímulos
estresores. De este modo, ante una situación de estrés, el organismo tiene una
serie de reacciones fisiológicas que suponen la activación del eje
hipofisosuprarrenal y del Sistema Nervioso Vegetativo. El eje hipofisosuprarrenal
(HSP) está compuesto por el hipotálamo, que es una estructura nerviosa situada
en el cerebro que actúa de enlace entre el sistema endocrino y el sistema
nervioso, la hipófisis, una glándula situada en la base del cerebro, y las
glándulas suprarrenales, que se encuentran sobre el polo superior de cada uno
de los riñones y que están compuestas por la corteza y la médula. Por su parte,
el sistema nervioso vegetativo (SNV)
es el conjunto de estructuras nerviosas que se encargan de regular el
funcionamiento de los órganos internos y controla algunas de sus funciones de
manera involuntaria e inconsciente. Estos dos componentes fisiológicos enlazan
el fenómeno del estrés con los fenómenos psicofisiológicos de la emoción, lo
cual genera una reacción en el ser humano.
Estas
reacciones según el fisiólogo Hans Selye (1974, citado por Lazarus, 2000) pueden
producir dos tipos de estrés: el distrés
o estrés negativo y el eutrés o
estrés positivo. De éstos, el primero es de tipo destructivo, ya que causa
dolor y angustia; y se manifiesta a
través de la ira y la agresión. Este tipo de estrés es perjudicial para la
salud, mientras que el segundo es de tipo cognitivo y se manifiesta a través de
emociones asociadas con la preocupación empática por los demás y con los
esfuerzos positivos que beneficiarían a la comunidad. Este estrés es
considerado como compatible y protector de la salud del individuo. Ahora bien,
debemos tener en cuenta aquí, que este problema, según Pratt y Barling (1988),
tiene cuatro dimensiones: a) La especificidad del momento en que se
desencadenan, b) La duración, c) La frecuencia o repetición, d) La severidad o
intensidad.
De
estas cuatro dimensiones, se pueden distinguir cuatro tipos de estresores: los estresores
agudos, los estresores crónicos, los pequeños estresores de la vida diaria y los
desastres. De ellos, los primeros tienen
siempre un comienzo o desencadenamiento definido, corta duración, ocurren con
poca frecuencia y presentan alta intensidad. Por ejemplo, ser despedido de la
empresa; los segundos no tienen un
inicio tan definido, se repiten con frecuencia y pueden tener duración corta o
larga y ser de baja o elevada intensidad. Por ejemplo, la inseguridad en el
trabajo; los terceros tienen un
comienzo definido, son de corta duración, ocurren con alguna frecuencia y son
de baja intensidad. Por ejemplo, quedar atrapado en un atasco de tráfico y; los últimos, tienen un comienzo
especificado, pueden ser de corta o larga duración, ocurren con muy poca
frecuencia y son de fuerte intensidad. Por ejemplo, una inundación.
Pero
así como hablamos de dimensiones, también podríamos hablar de fuentes del
estrés, donde se involucran aquellos pensamientos, situaciones, actividades,
contextos, acontecimientos y relaciones que por algún motivo pueden generarnos
este problema. Pero esto no significa que haya relación de causalidad entre
estas fuentes y el estrés, sino que intervienen aspectos como la personalidad,
la educación, los valores culturales y la interpretación de los que ocurre. Luego,
estas fuentes no sólo tienen que ver con la interioridad de la persona, sino
también de la influencia externa. Así, estas fuentes de estrés pueden ser
considerados de cuatro tipos: A) Los
estresores únicos: Aquellos cataclismos y cambios dramáticos de las
condiciones de la vida de las personas, que por lo general afectan a grupos de
personas. B) Los estresores múltiples:
Aquellos que afectan a una persona o un grupo de personas que sufren un cambio
de gran trascendencia vital, como puede ser la paternidad/maternidad, el
trabajo o la situación económica. C) Los
estresores cotidianos: Aquellos cambios en la rutina cotidiana. D) Los estresores biogenéticos: Aquellos
que ocurren independientemente de los procesos psicológicos, como pueden ser la
ingestión de algunas sustancias, enfermedades, dolor o calor y frío extremo.
No
obstante, aparte de estas fuentes del estrés, hay otras condiciones que pueden
causar molestias en la cotidianidad y pueden generar el estrés (Lazarus, 1984).
Estas molestias son aparentemente pequeñas, pero que irritan y molestan a las
personas como por ejemplo, los retrasos en las reuniones de trabajo, el exceso
de responsabilidad, el estar solo, el discutir con el cónyuge, etc. Estas
condiciones crónicas o recurrentes también son estresantes y algunas veces se
escapan de las manos. Así, cuando una persona valora una dificultad como algo
que ya ha ocurrido, dicha persona ya ha interpretado el suceso como algo con
significado estresante. Por lo tanto, lo que sucedió es una causa proximal de
estrés en virtud de su relevancia reconocida para los valores, metas,
intenciones situacionales y creencias de dicha persona. De este modo, aunque
las molestias cotidianas son mucho menos dramáticas que los cambios vitales
importantes, como el divorcio o la muerte del cónyuge, las investigaciones sugieren
que pueden ser muy estresantes para algunas personas y muy importantes para el
bienestar subjetivo y la salud física de otros (Gruen, Folkman & Lazarus,
1989).
Ante
esta situación, como es sabido, no todos reaccionan de la misma manera ni se
afectan por las mismas circunstancias. Así, para entender esto debemos conocer
las variaciones en la personalidad que influyen sobre las cosas ante las que
las personas pueden ser vulnerables y que podrían hacer que se estresen. Luego,
se podría hablar de ciertas características que influyen en las variaciones de
la personalidad y que pueden alimentar o eliminar el estrés en las personas.
Entre estas características se incluyen las siguientes: a) el sentido de la auto-eficacia (Bandura, 1977, 1997); b) la habilidad para pensar en términos
constructivos (Epstein & Meier, 1989); c) la resistencia (Maddi & Kobasa, 1984; Orr & Westman, 1990);
d) la esperanza (Snyder et al., 1991);
e) los recursos aprendidos
(Rosenbaum, 1990); f) el optimismo
(Scheier & Carver, 1987) y g) el
sentido de coherencia (Antonovsky, 1987).
Como
fruto de esa personalidad, también hay otros factores que pueden influir en el
estrés. Entre estos factores que pueden desempeñar un importante papel en un
hecho estresante, según Lazarus (2000, p. 72), tenemos la autoeficacia y la autoestima.
Desde este punto de vista, el estrés es particularmente poderoso cuando el individuo
debe enfrentarse a demandas que no pueden ser satisfechas fácilmente. Así, la
ansiedad, que es una emoción propia del estrés, es más propensa a aparecer y a
ser intensa cuando la persona no confía o confía poco en su propia capacidad
para manejar el mundo con efectividad. Esta idea ha sido examinada con
detenimiento por Bandura (1997) a través de su concepto de la autoeficacia. Por
otro lado, Greenberg et al. (1992) y otros autores han demostrado que la
autoestima reduce la ansiedad ante un estresor, como la anticipación de una
descarga eléctrica dolorosa. De este modo, si la proporción de demandas es muy
superior a la de los recursos, ya no hablamos de estrés sino de trauma. En
consecuencia, la persona se siente indefensa para manejar las demandas a las
que está expuesta, y esto puede provocarle sentimientos de pánico, desesperanza
y depresión.
En este punto de la investigación,
podemos entender que las causas del estrés no son siempre negativas, como
aquellas situaciones de peligro, dolorosas y perjudiciales que podrían dar
origen a un trauma, lo que origina posteriormente lo que se conoce como el
estrés postraumático. Existen también situaciones que vivimos habitualmente,
incluso situaciones más bien rutinarias que pueden producirnos estrés sin ser
necesariamente peligrosas. Ejemplos de ello son los atascos diarios que
sufrimos, la música alta o lo gritos de los fines de semana debajo de nuestra
casa. Así, según las situaciones ambientales que se presentan, el individuo
tendrá que hacer frente a ellas y, dependiendo de los mecanismo que ponga en
marcha, se adaptará o no. En este sentido, la adaptación es la respuesta del
organismo, tanto fisiológica como emocional, para intentar atenuar los efectos
del estrés.
Pero esta adaptación sigue un
proceso que abarca tres fases: A) La fase
de alarma. Es fase de alerta general, en la que aparecen cambios para
contrarrestar las demandas generadas por el agente estresante (aumento de la
frecuencia cardiaca, variaciones de la temperatura, cambios en la tensión,
etc.). B) La fase de adaptación. Fase
en el que desaparecen los síntomas, ya que el organismo se está adaptando a los
efectos del agente estresante mediante una serie de mecanismos de reacción que
permiten hacer frente al mismo. En esta fase, los niveles de corticoesteroides
se normalizan y tiene lugar una desaparición de la sintomatología. C) La fase de agotamiento. Fase en la
que disminuyen las defensas, pues el agente estresante al permanecer en el
tiempo, ha superado los mecanismos de reacción del organismo, dando lugar a
síntomas semejantes a los de la fase de alarma. En esta fase se produce una
alteración tisular y aparece la patología llamada psicosomática.
Ahora bien, es importante que
también tengamos en cuenta la situación de los agentes estresantes, ya que
éstos forman parte del ámbito en que normalmente viven las personas. Estos
ámbitos y agentes son los siguientes:
a)
Ámbito familiar. Es el entorno más delicado como
potencial causa del estrés, debido a la implicación emocional que suponen los
conflictos familiares. Repercute más en aquellas mujeres que trabajan dentro
del hogar y no tienen una ocupación fuera del mismo. En este ámbito los agentes
estresantes podrían ser los siguientes: alteraciones en la relación de pareja,
maltrato, engaños, problemas sexuales, etc.
b)
Ámbito laboral. Afecta casi en todas las
profesiones y muestra sus repercusiones tanto en la salud como en el bienestar
de los trabajadores. Aquí los agentes estresantes tienen que ver con las
características del contenido del trabajo, la experiencia propia del
trabajador, las relaciones interpersonales, etc.
c)
Ámbito social. Aquellas situaciones que están
relacionadas con el tipo de vida del individuo, sobre todo en el entorno de las
grandes ciudades, ya que en ellas se suelen se suelen encontrar las
características propiciadoras de situaciones de estrés. Los agentes estresantes
pueden ser: vivir en zonas de mucho ruido y contaminación, tráfico intenso,
ruidos, pandillas, consumo de drogas, etc.
d)
Ámbito personal. En este ámbito se debe tener en
cuenta la personalidad del individuo, ya que rasgos como el perfeccionamiento,
la introversión, la competitividad, la agresividad o la inseguridad le van a suponer
una mayor propensión a padecer estrés. Aquí los agentes estresantes pueden ser:
ingresos económicos bajos, enfermedad, divorcio, dedicación a los hijos, etc.
De este modo, hemos visto los diversos
ámbitos y agentes que dan origen al estrés. Pero no significa que el problema
termine ahí. El sujeto que tiene este problema, está expuesto a convivir con
las consecuencias, las cuales son perjudiciales para la persona, ya que le
afectaría de distintas formas, inclusive desde el punto de vista fisiológico ya
que, las hormonas del estrés son muy perjudiciales para el cerebro, debido a
que los niveles elevados de cortisol pueden causar daños en el hipocampo, que
desempeña un papel decisivo en la memoria, sobre todo la que afecta al recuerdo
de actividades recientes. Pero estas consecuencias no solo afectan al individuo
que padece el problema sino que alcanzan a las personas que le rodean, familia,
compañeros, amigos, trabajo, y a los ámbitos en que se desenvuelve. Así, en el ámbito familiar se pueden generar
malas relaciones con otros familiares, alteraciones con la pareja o los hijos,
etc.; en el ámbito laboral se pueden
generar el incumplimiento del horario, las malas relaciones con los jefes o
compañeros de trabajo, la disminución del rendimiento, etc.; en el ámbito social se puede generar el
aislamiento personal, pérdida de interés en la colaboración ciudadana, etc.; en el ámbito personal se puede generar
el peligro de automedicación, alteraciones psicológicas y orgánicas, consumo de
sustancias adictivas, desórdenes alimenticios, etc.
Ahora bien, después de haber
tratado la problemática del estrés, como un trastorno que tiene sus causas y
consecuencias en aquellos que sufren este problema, también es importante tocar
el cómo afrontarlo. Esto significa que la persona afectada debe adquirir
recursos de afrontamiento, los cuales tienen que ver con aquellas variables
personales y sociales que permiten que las personas manejen las situaciones
estresantes de manera más eficiente. El objetivo es que la persona experimente
pocos o ningún síntoma al exponerse a un estresor o que se recupere rápidamente
de su exposición (Zeidner y Hammer, 1992). Este afrontamiento, según Meichenbaum
y Turk puede ser de tres formas o estilos: A)
Estilo autorreferente. Este estilo se centra en la persona, es decir, en
los efectos que el estresor pueda tener sobre sí mismo. No se preocupa por las
causas sino por las consecuencias que el estrés genera. B) El estilo auto-eficaz. Se centra en buscar la respuesta más
adecuada para resolver la situación que provoca el estrés. Es el estilo más
apropiado y el que más probabilidades tiene de superar la situación. C) El estilo negativista. Este estilo niega
la existencia del estresor, sobre todo cuando cree que no puede hacerle frente.
Es el peor estilo de afrontamiento, el que más estrés acumula al no solucionar
la situación que lo está originando.
Por consiguiente, en la actualidad
casi todo lo que nos rodea (trabajo, familia, circunstancias personales) genera
grandes dosis de tensión, que producen en el individuo un estado de inquietud y
malestar, que en muchos casos desencadena graves dolencias físicas. Este problema
en nuestro trabajo de investigación ha sido identificado con el estrés,
problema que se inicia ante un conjunto de demandas ambientales que recibe el
individuo, a las que debe dar una respuesta adecuada poniendo en marcha sus
recursos de afrontamiento. No obstante, cuando la demanda del ambiente
(laboral, familiar, social, etc.) es excesiva en relación con los recursos de
afrontamiento que posee el individuo, desarrollará una serie de reacciones
adaptativas, de movilización de recursos, que implican la activación
fisiológica. De este modo, esta reacción se acompaña de una serie de emociones
negativas (desagradables), entre las que pueden destacar la ansiedad, la ira y
la depresión. De cualquier forma, el estrés suele tener como manifestación la
ansiedad, en cuyo caso se trata de una respuesta emocional provocada por una
agente desencadenante, denominado agente estresante, interno o externo, pero
que se le podría afrontar aprendiendo a reconocerlo y cambiando la forma de
reaccionar cuando sabemos que el problema ya está en nosotros.
FUENTES
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