lunes, 29 de junio de 2015

INVESTIGACIÓN Y ANÁLISIS SOBRE CAMBIO CLIMÁTICO Y DESARROLLO SOSTENIBLE

Resumen

El presente ensayo es un trabajo de investigación y análisis sobre el problema del cambio climático y el desarrollo sostenible. Está inspirado en la situación de contaminación del río Rímac en Lima. Asimismo, a lo largo del trabajo se verá que el fracaso de todos los protocolos y convenciones internaciones en su afán por disminuir o detener la emisión de gases de efecto invernadero, con supuestas medidas de mitigación, es porque la mentalidad der ser humano respecto a su relación con la naturaleza aún no ha cambiado. Luego, la causa que hay que trabajar para que esta situación cambie, es el ser humano. Cambiando su cosmovisión, tomará conciencia de sus irresponsables actos contra la naturaleza y empezará a cuidarla, protegerla, amarla. Esto supone crear en el hombre una espiritualidad cósmica.

Palabras clave:   Contaminación, explotación, cambio, mentalidad, espiritualidad, naturaleza, fraternidad.   

El cambio climático es uno de los grandes problemas que, como consecuencia de la cantidad de gases de efecto invernadero, amenaza tanto a nuestro planeta como a la humanidad. De este modo, compartimos un destino común con nuestro planeta. Lamentablemente esta amenaza que hoy vivimos los miembros de la tierra y junto a ella sufrimos, es por la irresponsable intervención del hombre, quien, desde la revolución industrial y tecnológica, ha ido acumulando el nivel de contaminación en el planeta. Frente a esto, se han organizado congresos y conferencias con la intervención de representantes de la mayor parte de países del mundo. Se ha llegado a distintos acuerdos para tomar medidas y alternativas de solución, pero muchas veces todos esos acuerdos han terminado en la escritura, pero no se han llevado a la praxis. Un ejemplo de esto es el Protocolo de Kioto sobre el cambio climático, cuyo fin era reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero que algunos países (como Estados Unidos) que en cantidad afectan más al planeta no ratificaron el Protocolo en Noviembre del 2009. Lo mismo podríamos decir de la última cumbre sobre cambio climático, la COP20 realizada en Lima. Se habla y se gasta mucho en este tipo de mega convenciones internacionales, pero se vive poco.
En esta situación, si no podemos hacer nada consistente, los efectos de CO2 en vez de disminuir van a aumentar. Y ya no se trata aquí de que los Estados lleguen a acuerdos y propongan políticas públicas de mitigación contra el cambio climático y disminución de gases fatales para el planeta. Se trata de empezar a trabajar también desde el aspecto personal, donde el desarrollo material y económico vaya de la mano con un criterio  de responsabilidad global, donde no sólo pensemos en el bienestar del presente, sino que este desarrollo no perjudique con escasez de recursos a las futuras generaciones. Es lo que llamamos desarrollo sostenible. Tal vez no podamos hacer mucho a la magnitud de contaminación en el planeta, pero lo que hagamos ayudará en algo. Si no podemos detener la rueda, como dice Leonardo Boff (2013), “podemos sin embargo, reducir su velocidad. Podemos y debemos adaptarnos a los cambios y organizarnos para mitigar los efectos perjudiciales”. Ahora bien, en esta lógica de consumo, lo que debemos empezar a hacer, según este autor, es empezar a “vivir con radicalidad las cuatro erres: reducir, reutilizar, reciclar y reabastecer”. Se trata, por tanto, de proteger a nuestra casa, nuestro planeta.

Este problema de irresponsabilidad con el planeta, si bien es cierto todos somos responsables de alguna manera, es en las grandes ciudades donde más contaminación se emite al espacio.  Lima es un de estas ciudades, donde por la cantidad de vehículos antiguos, se emite mucho CO2 al espacio. Pero se hace lo mínimo para contrarrestar este problema y no hay políticas públicas que garanticen una conciencia ecológica. Una de las soluciones para esto es la reforestación, pero para esto también debe haber calidad agua para alimentar estas plantas. En Lima, el río Rímac sería un recurso, pero lamentablemente estas aguas son las más contaminadas de esta ciudad. ¿Cómo entonces se podría garantizar la disminución de gases de efecto invernadero si no hay forma de hacerlo? Las medidas para esto deberían ser más severas. Sin embargo, a juicio de Leonardo Boff (1996) esto cambiará si en el ser humano  se consolidan “transformaciones fundamentales en sus mentes y en los patrones de relación con el universo en su totalidad”. Se trata por tanto, según esto, de promover y hacer emerger un nuevo paradigma que garantice “un nuevo lenguaje, un nuevo imaginario, una nueva política, una nueva pedagogía, una nueva ética, un nuevo descubrimiento de lo sagrado y un nuevo proceso de individuación (espiritualidad)”. Estos aspectos pueden significar la curación de la tierra. Y es esto justamente lo que se debe promover en Lima, para salvar el agua de los ataques de los seres humanos, que al contaminar el río no sólo atentan contra el agua sino también contra la biodiversidad.

Frente a esto, surge un imperativo que tiene que ver con el cambio de mentalidad para un mundo mejor. Pero no se trata con esto de cambiar el mundo, sino mejorarlo, conservarlo. No queremos tener otro mundo, sino el mismo mundo, pero limpio, libre de contaminación. Para esto debemos devolverle su dignidad a la tierra. Para esto, debemos considerarla como dijo aquel cacique de la costa atlántica del Panamá, Leónidas Valdez, citado por Boff (1996):

 “La tierra es nuestra madre y es también cultura. En ella nacen los elementos de nuestra cultura… Todos los alimentos que consumimos en las fiestas tradicionales; los materiales nuestros artesanos emplean y que utilizamos para construir las casas, todos proceden de la montaña. Si perdiésemos estas tierras, no habrá ni cultura ni alma”.

Son sabias palabras que deberíamos tener en cuenta. Y en nuestro caso, sobre la contaminación del agua en el río Rímac, en Lima, podríamos decir también que, si perdiésemos esta agua, como ya se está haciendo, se pierde también la cultura, lo que nos debería identificar entre los seres vivos del planeta. Somos los únicos seres en la tierra que, por acumular riqueza material, destruimos áreas verdes, bosques, ríos, aun sabiendo que el agua es el medio más necesario para la supervivencia del ser humano y para todos los seres vivos. Somos los únicos seres del universo que destruimos, degradamos y enfermamos a nuestra madre tierra con nuestros actos explotadores, depredadores y expoliadores, sin solidaridad para con el resto de la humanidad y las generaciones futuras. No somos conscientes de que somos hijos de la tierra, que de ella hemos nacido y que de su seno nos alimentamos. Es verdad que, aparte de ser seres omnívoros, somos energívoros, pero eso no debe convertirnos en destructores de nuestra propia casa, nuestro planeta.

Con el fin de acumular riqueza, con acciones irresponsables y desmedidas, el ser humano consume energía más de la que necesita para vivir. Ninguna otra criatura animada hace eso. Todos los demás seres vivos animados, sólo consumen lo que necesitan para vivir, pero el hombre es el animal que aun cuando tiene lo suficiente está pensando en algo más. Su afán de lucro lo convierte en un explotador de la naturaleza y de sus hermanos (sus semejantes). Tal vez la justificación de esta forma de vivir ha sido la cosmovisión que el ser humano tiene o ha tenido sobre sí mismo y sobre su relación con la naturaleza. En este sentido el hombre siempre se ha concebido como amo y señor de la naturaleza; a parte de estar guiado por su voracidad de poder y dominio sobre los demás. Es justamente su acérrima concepción antropocentrista, donde el ser humano es el centro de todo y todo lo demás circula en torno a él. Incluso se siguió el pensamiento de Protágoras de Abdera (485 a. C.- c. 411 a. C.), sofista griego, quien dijo que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Si bien es cierto es él quien nombra las cosas y les da significado (sentido), pero eso no quiere decir que trate a la naturaleza de manera despiadada y al destruirla se autodestruya también. Así, con esta cosmovisión, siempre se ha encaminado a la búsqueda de progreso ilimitado, para lo cual aplica diferentes métodos y tecnologías, muchas veces no los (as) más adecuados (as).

A pesar de que el ser humano sabe que los medios que utiliza para extraer riqueza no son saludables para la naturaleza, lo hace de todas maneras porque lo único que quiere es asegurarse con riqueza para darse sus lujos innecesarios y llenarse de poder y estar por encima de los demás y también de la naturaleza. Lo peor de todo, es que esa cosmovisión humana se ha fundamentado generalmente en el judeocristianismo, específicamente en textos de la Sagrada Escritura (Génesis 1,28; 9,2; 9,7), donde Dios le da al hombre el dominio sobre el resto de las especies. Pero en realidad se ha malinterpretado estos pasajes donde Dios da la “autoridad” al hombre sobre la tierra. O ¿acaso esta autoridad dada es para que el hombre explote la naturaleza, sin compasión alguna, sin ver las desagradables consecuencias que hoy pueden verse; o esa autoridad sobre la naturaleza fue para que el hombre cuide de ella? De hecho, la respuesta categórica es para que el ser humano cuide de ella, ya que de ella se alimenta. De este modo, estos textos bíblicos han sido mal interpretados y, sobre todo, mal utilizados para justificar acciones degradantes del ser humano contra la naturaleza y con el supremo fin de un crecimiento económico ilimitado, explotando de ese modo los recursos de la naturaleza como si estos no tuvieran límites, como si lo más importante fuera como afirma Boff (1996: Pág. 14) “acumular gran número de medios de vida, de riqueza material […] a fin de poder disfrutar del breve paso por este planeta”. Lamentablemente esa es la mentalidad que se tiene. Se piensa sólo en el hoy, pero no en el mañana. Luego, no hay una ética de responsabilidad a futuro. De este modo solo se preocupa por el presente y en el presente dispone de la realidad a su antojo.

Con todo esto, ¿estaríamos hablando del tema de desarrollo sostenible que tanto se trata en las convenciones internacionales con el fin de disminuir la cantidad de emisión de gases de efecto invernadero al espacio? De hecho que no. ¿Cómo podríamos hablar de desarrollo sostenible si sólo pensamos en el presente? No habría forma de hacerlo ya que, desarrollo sostenible se define como “el desarrollo que asegura las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para enfrentarse a sus propias necesidades” (Comisión Mundial de Medio Ambiente de la ONU, 1987). De este modo, un desarrollo sostenible debería conseguir lo siguiente: Primero, satisfacer las necesidades del presente fomentando una actividad económica que suministre los bienes necesarios a toda la población mundial, en especial a los pobres del mundo, quienes de verdad necesitan una atención prioritaria y; segundo,  satisfacer las necesidades del futuro, reduciendo al mínimo los efectos negativos de la actividad económica, tanto en el consumo de recursos como en la generación de residuos, de tal forma que sean soportables por las próximas generaciones. Es lo que deberíamos hacer todos. Sin embargo, ha primado la lógica del crecimiento ilimitado, donde como asegura Boff (1996: Pág.14), “se busca el máximo beneficio con el mínimo de inversión”. Sólo se piensa en un Hic et nunc (aquí y ahora), pero no en el futuro de la naturaleza ni en las futuras generaciones. Todo se quiere para el momento presente, pero no se piensa en el ser humano del mañana, que también tiene igual derecho que los del presente para vivir en su casa (la tierra) en condiciones sanas.

Hoy todo gira en torno al ideal de las sociedades mundiales, al ideal de progreso, prosperidad y crecimiento ilimitado. No es que al hablar de esto estemos en desacuerdo con el progreso económico. De hecho que no. Pero se trata de que busquemos un desarrollo justo, con la humanidad del presente, con la naturaleza y con las generaciones futuras. El modo como hoy se busca el crecimiento o el progreso, ese es el que no ayuda a mitigar la contaminación al planeta. Tal vez por eso Estados Unidos no ratificó el Protocolo de Kioto en el 2009. Ese pensamiento es justamente lo que debe cambiar. Además, hay que tener en cuenta que, quienes sufren las consecuencias de la contaminación no son quienes más contaminan, sino los más pobres del planeta, quienes debido a sus carencias materiales sufren las más horrorosas enfermedades a causa de la contaminación, mientras que los ricos, que son dueños de industrias y maquinarias emisoras de CO2 en grandes cantidades, viven de la mejor manera y sin interesarse del sufrimiento de los demás. Ahora bien, el problema es cómo cambiar esa cosmovisión que el hombre tiene de su relación con la naturaleza, de tal forma que el hombre ya no se considere el súper ser entre los seres de la naturaleza, sino que es uno más en su seno y que, por lo tanto no tiene el derecho ni mucho menos el privilegio de estar por encima de los otros, pues vive en la misma casa, la tierra; y al ser parte de ella, tiene la responsabilidad de cuidarla. Además, la cosmovisión según la cual estamos por encima de los demás, no es el único modo de ver la naturaleza. Es simplemente un modo de ver pero que en la situación presente no ayuda a mejorar la crisis del planeta. Este modo es el que ha mal interpretado la concepción relacional entre el hombre y la naturaleza.

Aún hay comunidades que viven convencidas de que vivir sin industrias y sin maquinarias que funcionan con combustibles es la mejor alternativa. Una de ellas es la comunidad de los amish en Estados Unidos, quienes no aceptan la tecnología y la industrialización de occidente. Pero no quiere decir que vivamos como ellos, sino que al igual que ellos, valoremos y cuidemos la naturaleza desde los mejores esfuerzos posibles. Es indispensable cambiar de cosmovisión, aquella que el hombre pueda vivir en armonía con la naturaleza. Pero esto supone tener una lectura globalizante, que haga tomar consciencia de responsabilidad con las futuras generaciones y con los demás seres del universo; una visión que aclare que el hombre vive en la naturaleza y que vive de su relación con ella. Tal vez, para esto es necesario tener una visión de fraternidad universal con todos los seres del universo, donde todos son hermanos y donde los más inteligentes y más fuertes tienen el deber de cuidar y proteger a su casa, la naturaleza. Conscientes de eso podremos vivir en una comunidad cósmica, donde vivamos un nuevo modo de ser, de sentir, de pensar, de valorar y de actuar con la naturaleza. La nueva cosmovisión debe atacar las causas, no las consecuencias. Todo lo que se hace y se ha hecho en las grandes convenciones mundiales sobre el cambio climático es tomar medidas para reducir las consecuencias que hoy se han convertido en una amenaza y en un peligro para la naturaleza y el hombre, pero se trata de cambiar la mentalidad de las causas que generan estas consecuencias. Y las causas de este problema son los seres humanos. Entonces, para esto lo que se debe hacer es cambiar la mentalidad de los seres humanos, donde se empiece un proceso de reconciliación entre el ser humano y la naturaleza, desde una visión integradora y fraternal.

El ser humano debe pasar en este caso, de la desmesura (su lógica de crecimiento ilimitado, de progreso y prosperidad) a la mesura, la recta proporción a la hora de relacionarnos con la naturaleza. Además, según el juicio de Boff (1996: Pág.16), “vivimos en un mundo constituido por relaciones, interconexiones, e intercambios de todo con el todo, en todos los puntos y en todos los momentos […], de tal manera que cada uno vive por el otro, para el otro y con el otro, porque nada existe fuera de la relación”. En este sentido, debemos hablar de una ciudadanía planetaria y terrena, con una consciencia ética de los derechos de la humanidad y de la dignidad de la tierra; asimismo podríamos hablar de una democracia ecológico-social-planetaria, donde la participación es de todos en beneficio y con el fin de vivir en comunión con la naturaleza. Esto significa, que todos deberíamos hacer una alianza con el fin de tomar medidas y empezar a actuar de una manera diferente, en todas las instancias de nuestra vida, sea en la familia, en la escuela, en las asociaciones de la sociedad civil, en la iglesias y en la misma sociedad.

En consecuencia, hemos visto que la causa principal de la contaminación ambiental es el hombre, el mismo que por fines exclusivamente lucrativos, ha contaminado desmesuradamente la naturaleza, poniendo en peligro a la humanidad y a todo sistema de vida en el planeta. Frente a esto se han convocado muchos países del mundo en varias oportunidades y en grandes convenciones donde han firmado protocolos, comprometiéndose en ellos a tomar medidas en sus países para disminuir o al menos detener la emisión de gases de efecto invernadero. Pero poco o nada se ha hecho en la práctica. Lima, por ejemplo, es una de las ciudades que más contamina, pero desde Kioto hasta ahora, poco o nada se ha avanzado. Todos los días vemos la congestión vehicular de carros ya antiguos en avenidas como la Abancay o la intersección entre la Av. Universitaria con la Av. Perú. Y al cruzar el puente por esta avenida, se ve todos los días la contaminación en el río Rímac. Sus aguas tienen un color gris y por sus orillas está lleno de residuos inorgánicos, mientras puede observarse que hay muchas aves que han aprendido, al menos por un tiempo, a convivir con estas aguas. En una situación como ésta, por la irresponsabilidad humana, ¿se podrá hablar de desarrollo sostenible? De hecho que no. Así que, si se trata de tomar medidas de mitigación, creo que lo primero que deberían hacer las autoridades es tomar medidas severas contra la gente que atenta contra este recurso. Y la segunda medida, tal vez la más importante y que también se ha tratado en la COP20, es la formación a la gente para garantizar un cambio de mentalidad respecto a su relación con la naturaleza. Esto supone también inversión económica para las autoridades políticas, pero ese es el precio para cambiar la forma de ver el mundo. Ojalá esto se logre algún día y veamos a la tierra como nuestro hogar al que debemos mantener limpio y sintamos el espíritu de parentesco con toda clase de vida. Ojalá algún día le devolvamos su dignidad a la tierra, por justicia y por derecho propio.

Referencias Bibliográficas y virtuales:

-       BOFF, Leonardo. ECOLOGÍA: Grito de la Tierra, grito de los pobres. Editorial Trotta, Madrid: 1996.
-       AGAZZI, Evandro. Filosofía de la naturaleza. F.C.E. México: 1995.

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