Resumen
El
presente ensayo es un trabajo de investigación y análisis sobre el problema del
cambio climático y el desarrollo sostenible. Está inspirado en la situación de
contaminación del río Rímac en Lima. Asimismo, a lo largo del trabajo se verá
que el fracaso de todos los protocolos y convenciones internaciones en su afán
por disminuir o detener la emisión de gases de efecto invernadero, con
supuestas medidas de mitigación, es porque la mentalidad der ser humano
respecto a su relación con la naturaleza aún no ha cambiado. Luego, la causa
que hay que trabajar para que esta situación cambie, es el ser humano. Cambiando
su cosmovisión, tomará conciencia de sus irresponsables actos contra la
naturaleza y empezará a cuidarla, protegerla, amarla. Esto supone crear en el
hombre una espiritualidad cósmica.
Palabras
clave: Contaminación,
explotación, cambio, mentalidad, espiritualidad, naturaleza, fraternidad.
El cambio climático
es uno de los grandes problemas que, como consecuencia de la cantidad de gases
de efecto invernadero, amenaza tanto a nuestro planeta como a la humanidad. De
este modo, compartimos un destino común con nuestro planeta. Lamentablemente
esta amenaza que hoy vivimos los miembros de la tierra y junto a ella sufrimos,
es por la irresponsable intervención del hombre, quien, desde la revolución
industrial y tecnológica, ha ido acumulando el nivel de contaminación en el
planeta. Frente a esto, se han organizado congresos y conferencias con la
intervención de representantes de la mayor parte de países del mundo. Se ha
llegado a distintos acuerdos para tomar medidas y alternativas de solución,
pero muchas veces todos esos acuerdos han terminado en la escritura, pero no se
han llevado a la praxis. Un ejemplo de esto es el Protocolo de Kioto sobre el
cambio climático, cuyo fin era reducir las emisiones de gases de efecto invernadero,
pero que algunos países (como Estados Unidos) que en cantidad afectan más al
planeta no ratificaron el Protocolo en Noviembre del 2009. Lo mismo podríamos
decir de la última cumbre sobre cambio climático, la COP20 realizada en Lima.
Se habla y se gasta mucho en este tipo de mega convenciones internacionales,
pero se vive poco.
En esta situación, si no podemos hacer nada consistente,
los efectos de CO2 en vez de disminuir van a aumentar. Y ya no
se trata aquí de que los Estados lleguen a acuerdos y propongan políticas
públicas de mitigación contra el cambio climático y disminución de gases
fatales para el planeta. Se trata de empezar a trabajar también desde el
aspecto personal, donde el desarrollo material y económico vaya de la mano con
un criterio de responsabilidad global,
donde no sólo pensemos en el bienestar del presente, sino que este desarrollo
no perjudique con escasez de recursos a las futuras generaciones. Es lo que
llamamos desarrollo sostenible. Tal
vez no podamos hacer mucho a la magnitud de contaminación en el planeta, pero
lo que hagamos ayudará en algo. Si no podemos detener la rueda, como dice
Leonardo Boff (2013), “podemos sin embargo, reducir su velocidad. Podemos y
debemos adaptarnos a los cambios y organizarnos para mitigar los efectos
perjudiciales”. Ahora bien, en esta lógica de consumo, lo que debemos empezar a
hacer, según este autor, es empezar a “vivir con radicalidad las cuatro erres:
reducir, reutilizar, reciclar y reabastecer”. Se trata, por tanto, de
proteger a nuestra casa, nuestro planeta.
Este problema de irresponsabilidad con el planeta,
si bien es cierto todos somos responsables de alguna manera, es en las grandes
ciudades donde más contaminación se emite al espacio. Lima es un de estas ciudades, donde por la
cantidad de vehículos antiguos, se emite mucho CO2 al espacio. Pero se hace lo
mínimo para contrarrestar este problema y no hay políticas públicas que
garanticen una conciencia ecológica. Una de las soluciones para esto es la
reforestación, pero para esto también debe haber calidad agua para alimentar
estas plantas. En Lima, el río Rímac sería un recurso, pero lamentablemente
estas aguas son las más contaminadas de esta ciudad. ¿Cómo entonces se podría
garantizar la disminución de gases de efecto invernadero si no hay forma de
hacerlo? Las medidas para esto deberían ser más severas. Sin embargo, a juicio
de Leonardo Boff (1996) esto cambiará si en el ser humano se consolidan “transformaciones fundamentales
en sus mentes y en los patrones de relación con el universo en su totalidad”.
Se trata por tanto, según esto, de promover y hacer emerger un nuevo paradigma
que garantice “un nuevo lenguaje, un nuevo imaginario, una nueva política, una
nueva pedagogía, una nueva ética, un nuevo descubrimiento de lo sagrado y un
nuevo proceso de individuación (espiritualidad)”. Estos aspectos pueden
significar la curación de la tierra. Y es esto justamente lo que se debe
promover en Lima, para salvar el agua de los ataques de los seres humanos, que
al contaminar el río no sólo atentan contra el agua sino también contra la
biodiversidad.
Frente a esto, surge un imperativo que tiene que
ver con el cambio de mentalidad para un mundo mejor. Pero no se trata con esto
de cambiar el mundo, sino mejorarlo, conservarlo. No queremos tener otro mundo,
sino el mismo mundo, pero limpio, libre de contaminación. Para esto debemos
devolverle su dignidad a la tierra. Para esto, debemos considerarla como dijo
aquel cacique de la costa atlántica del Panamá, Leónidas Valdez, citado por
Boff (1996):
“La tierra
es nuestra madre y es también cultura. En ella nacen los elementos de nuestra
cultura… Todos los alimentos que consumimos en las fiestas tradicionales; los
materiales nuestros artesanos emplean y que utilizamos para construir las
casas, todos proceden de la montaña. Si perdiésemos estas tierras, no habrá ni
cultura ni alma”.
Son sabias palabras que deberíamos tener en cuenta.
Y en nuestro caso, sobre la contaminación del agua en el río Rímac, en Lima,
podríamos decir también que, si perdiésemos esta agua, como ya se está haciendo,
se pierde también la cultura, lo que nos debería identificar entre los seres
vivos del planeta. Somos los únicos seres en la tierra que, por acumular
riqueza material, destruimos áreas verdes, bosques, ríos, aun sabiendo que el
agua es el medio más necesario para la supervivencia del ser humano y para
todos los seres vivos. Somos los únicos seres del universo que destruimos,
degradamos y enfermamos a nuestra madre tierra con nuestros actos explotadores,
depredadores y expoliadores, sin solidaridad para con el resto de la humanidad
y las generaciones futuras. No somos conscientes de que somos hijos de la
tierra, que de ella hemos nacido y que de su seno nos alimentamos. Es verdad
que, aparte de ser seres omnívoros, somos energívoros, pero eso no debe
convertirnos en destructores de nuestra propia casa, nuestro planeta.
Con el fin de acumular riqueza, con acciones
irresponsables y desmedidas, el ser humano consume energía más de la que
necesita para vivir. Ninguna otra criatura animada hace eso. Todos los demás
seres vivos animados, sólo consumen lo que necesitan para vivir, pero el hombre
es el animal que aun cuando tiene lo suficiente está pensando en algo más. Su
afán de lucro lo convierte en un explotador de la naturaleza y de sus hermanos
(sus semejantes). Tal vez la justificación de esta forma de vivir ha sido la
cosmovisión que el ser humano tiene o ha tenido sobre sí mismo y sobre su
relación con la naturaleza. En este sentido el hombre siempre se ha concebido
como amo y señor de la naturaleza; a parte de estar guiado por su voracidad de
poder y dominio sobre los demás. Es justamente su acérrima concepción
antropocentrista, donde el ser humano es el centro de todo y todo lo demás
circula en torno a él. Incluso se siguió el pensamiento de Protágoras de Abdera (485 a. C.- c. 411 a. C.), sofista griego, quien dijo que “el hombre es la medida de todas
las cosas”. Si bien es cierto es él quien nombra las cosas y les da significado
(sentido), pero eso no quiere decir que trate a la naturaleza de manera
despiadada y al destruirla se autodestruya también. Así, con esta cosmovisión,
siempre se ha encaminado a la búsqueda de progreso ilimitado, para lo cual aplica
diferentes métodos y tecnologías, muchas veces no los (as) más adecuados (as).
A pesar de que el ser humano sabe que los medios que utiliza para
extraer riqueza no son saludables para la naturaleza, lo hace de todas maneras
porque lo único que quiere es asegurarse con riqueza para darse sus lujos
innecesarios y llenarse de poder y estar por encima de los demás y también de
la naturaleza. Lo peor de todo, es que esa cosmovisión humana se ha
fundamentado generalmente en el judeocristianismo, específicamente en textos de
la Sagrada Escritura (Génesis 1,28; 9,2; 9,7), donde Dios le da al hombre el
dominio sobre el resto de las especies. Pero en realidad se ha malinterpretado
estos pasajes donde Dios da la “autoridad” al hombre sobre la tierra. O ¿acaso
esta autoridad dada es para que el hombre explote la naturaleza, sin compasión
alguna, sin ver las desagradables consecuencias que hoy pueden verse; o esa
autoridad sobre la naturaleza fue para que el hombre cuide de ella? De hecho,
la respuesta categórica es para que el ser humano cuide de ella, ya que de ella
se alimenta. De este modo, estos textos bíblicos han sido mal interpretados y,
sobre todo, mal utilizados para justificar acciones degradantes del ser humano
contra la naturaleza y con el supremo fin de un crecimiento económico
ilimitado, explotando de ese modo los recursos de la naturaleza como si estos
no tuvieran límites, como si lo más importante fuera como afirma Boff (1996:
Pág. 14) “acumular gran número de medios de vida, de riqueza material […] a fin
de poder disfrutar del breve paso por este planeta”. Lamentablemente esa es la
mentalidad que se tiene. Se piensa sólo en el hoy, pero no en el mañana. Luego,
no hay una ética de responsabilidad a futuro. De este modo solo se preocupa por
el presente y en el presente dispone de la realidad a su antojo.
Con todo esto, ¿estaríamos hablando del tema de desarrollo sostenible que tanto se trata en las convenciones
internacionales con el fin de disminuir la cantidad de emisión de gases de
efecto invernadero al espacio? De hecho que no. ¿Cómo podríamos hablar de
desarrollo sostenible si sólo pensamos en el presente? No habría forma de
hacerlo ya que, desarrollo sostenible se define como “el desarrollo que asegura
las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras
generaciones para enfrentarse a sus propias necesidades” (Comisión Mundial de
Medio Ambiente de la ONU, 1987). De este modo, un desarrollo sostenible debería
conseguir lo siguiente: Primero,
satisfacer las necesidades del presente fomentando una actividad económica que
suministre los bienes necesarios a toda la población mundial, en especial a los
pobres del mundo, quienes de verdad necesitan una atención prioritaria y; segundo, satisfacer las necesidades del futuro,
reduciendo al mínimo los efectos negativos de la actividad económica, tanto en
el consumo de recursos como en la generación de residuos, de tal forma que sean
soportables por las próximas generaciones. Es lo que deberíamos hacer todos.
Sin embargo, ha primado la lógica del crecimiento ilimitado, donde como asegura
Boff (1996: Pág.14), “se busca el máximo beneficio con el mínimo de inversión”.
Sólo se piensa en un Hic et nunc
(aquí y ahora), pero no en el futuro de la naturaleza ni en las futuras
generaciones. Todo se quiere para el momento presente, pero no se piensa en el
ser humano del mañana, que también tiene igual derecho que los del presente
para vivir en su casa (la tierra) en condiciones sanas.
Hoy todo gira en torno al ideal de las sociedades mundiales, al ideal de
progreso, prosperidad y crecimiento ilimitado. No es que al hablar de esto
estemos en desacuerdo con el progreso económico. De hecho que no. Pero se trata
de que busquemos un desarrollo justo, con la humanidad del presente, con la
naturaleza y con las generaciones futuras. El modo como hoy se busca el
crecimiento o el progreso, ese es el que no ayuda a mitigar la contaminación al
planeta. Tal vez por eso Estados Unidos no ratificó el Protocolo de Kioto en el
2009. Ese pensamiento es justamente lo que debe cambiar. Además, hay que tener
en cuenta que, quienes sufren las consecuencias de la contaminación no son
quienes más contaminan, sino los más pobres del planeta, quienes debido a sus
carencias materiales sufren las más horrorosas enfermedades a causa de la
contaminación, mientras que los ricos, que son dueños de industrias y
maquinarias emisoras de CO2 en grandes cantidades, viven de la mejor manera y
sin interesarse del sufrimiento de los demás. Ahora bien, el problema es cómo
cambiar esa cosmovisión que el hombre tiene de su relación con la naturaleza,
de tal forma que el hombre ya no se considere el súper ser entre los seres de
la naturaleza, sino que es uno más en su seno y que, por lo tanto no tiene el
derecho ni mucho menos el privilegio de estar por encima de los otros, pues
vive en la misma casa, la tierra; y al ser parte de ella, tiene la
responsabilidad de cuidarla. Además, la cosmovisión según la cual estamos por
encima de los demás, no es el único modo de ver la naturaleza. Es simplemente
un modo de ver pero que en la situación presente no ayuda a mejorar la crisis
del planeta. Este modo es el que ha mal interpretado la concepción relacional
entre el hombre y la naturaleza.
Aún hay comunidades que viven convencidas de que vivir sin industrias y
sin maquinarias que funcionan con combustibles es la mejor alternativa. Una de
ellas es la comunidad de los amish en
Estados Unidos, quienes no aceptan la tecnología y la industrialización de
occidente. Pero no quiere decir que vivamos como ellos, sino que al igual que
ellos, valoremos y cuidemos la naturaleza desde los mejores esfuerzos posibles.
Es indispensable cambiar de cosmovisión, aquella que el hombre pueda vivir en
armonía con la naturaleza. Pero esto supone tener una lectura globalizante, que
haga tomar consciencia de responsabilidad con las futuras generaciones y con
los demás seres del universo; una visión que aclare que el hombre vive en la
naturaleza y que vive de su relación con ella. Tal vez, para esto es necesario
tener una visión de fraternidad universal con todos los seres del universo,
donde todos son hermanos y donde los más inteligentes y más fuertes tienen el
deber de cuidar y proteger a su casa, la naturaleza. Conscientes de eso
podremos vivir en una comunidad cósmica, donde vivamos un nuevo modo de ser, de
sentir, de pensar, de valorar y de actuar con la naturaleza. La nueva
cosmovisión debe atacar las causas, no las consecuencias. Todo lo que se hace y
se ha hecho en las grandes convenciones mundiales sobre el cambio climático es
tomar medidas para reducir las consecuencias que hoy se han convertido en una
amenaza y en un peligro para la naturaleza y el hombre, pero se trata de
cambiar la mentalidad de las causas que generan estas consecuencias. Y las
causas de este problema son los seres humanos. Entonces, para esto lo que se
debe hacer es cambiar la mentalidad de los seres humanos, donde se empiece un
proceso de reconciliación entre el ser humano y la naturaleza, desde una visión
integradora y fraternal.
El ser humano debe pasar en este caso, de la desmesura (su lógica de
crecimiento ilimitado, de progreso y prosperidad) a la mesura, la recta
proporción a la hora de relacionarnos con la naturaleza. Además, según el
juicio de Boff (1996: Pág.16), “vivimos en un mundo constituido por relaciones,
interconexiones, e intercambios de todo con el todo, en todos los puntos y en
todos los momentos […], de tal manera que cada uno vive por el otro, para el
otro y con el otro, porque nada existe fuera de la relación”. En este sentido,
debemos hablar de una ciudadanía planetaria y terrena, con una consciencia
ética de los derechos de la humanidad y de la dignidad de la tierra; asimismo
podríamos hablar de una democracia ecológico-social-planetaria, donde la
participación es de todos en beneficio y con el fin de vivir en comunión con la
naturaleza. Esto significa, que todos deberíamos hacer una alianza con el fin
de tomar medidas y empezar a actuar de una manera diferente, en todas las
instancias de nuestra vida, sea en la familia, en la escuela, en las
asociaciones de la sociedad civil, en la iglesias y en la misma sociedad.
En consecuencia, hemos visto que la causa principal de la contaminación
ambiental es el hombre, el mismo que por fines exclusivamente lucrativos, ha
contaminado desmesuradamente la naturaleza, poniendo en peligro a la humanidad
y a todo sistema de vida en el planeta. Frente a esto se han convocado muchos
países del mundo en varias oportunidades y en grandes convenciones donde han
firmado protocolos, comprometiéndose en ellos a tomar medidas en sus países para
disminuir o al menos detener la emisión de gases de efecto invernadero. Pero
poco o nada se ha hecho en la práctica. Lima, por ejemplo, es una de las
ciudades que más contamina, pero desde Kioto hasta ahora, poco o nada se ha
avanzado. Todos los días vemos la congestión vehicular de carros ya antiguos en
avenidas como la Abancay o la intersección entre la Av. Universitaria con la
Av. Perú. Y al cruzar el puente por esta avenida, se ve todos los días la
contaminación en el río Rímac. Sus aguas tienen un color gris y por sus orillas
está lleno de residuos inorgánicos, mientras puede observarse que hay muchas
aves que han aprendido, al menos por un tiempo, a convivir con estas aguas. En
una situación como ésta, por la irresponsabilidad humana, ¿se podrá hablar de
desarrollo sostenible? De hecho que no. Así que, si se trata de tomar medidas
de mitigación, creo que lo primero que deberían hacer las autoridades es tomar
medidas severas contra la gente que atenta contra este recurso. Y la segunda
medida, tal vez la más importante y que también se ha tratado en la COP20, es
la formación a la gente para garantizar un cambio de mentalidad respecto a su
relación con la naturaleza. Esto supone también inversión económica para las
autoridades políticas, pero ese es el precio para cambiar la forma de ver el
mundo. Ojalá esto se logre algún día y veamos a la tierra como nuestro hogar al
que debemos mantener limpio y sintamos el espíritu de parentesco con toda clase
de vida. Ojalá algún día le devolvamos su dignidad a la tierra, por justicia y
por derecho propio.
Referencias
Bibliográficas y virtuales:
-
BOFF, Leonardo. ECOLOGÍA: Grito de la Tierra, grito de los pobres. Editorial
Trotta, Madrid: 1996.
-
AGAZZI, Evandro. Filosofía de la naturaleza. F.C.E. México: 1995.
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