El ser humano es un ente complejo que en su estudio
antropológico-filosófico, sociológico y psicológico siempre se ha llegado a
formular diferentes hipótesis y teorías sobre lo que es en realidad. A lo largo
de la historia se le ha definido como el “Animal racional” (Aristóteles), como
el “Homo faber” (Marx), como el “Homo homini
lupus” (Thomas Hobbes), como el “Animal simbólico” (José María
Mardones), etc. Sin embargo, a pesar de que en todas estas definiciones habría
algo de la manifestación del estado complejo y multifacético del ser humano que
tiene que ver con las emociones, es importante reconocer categóricamente que la
persona humana se manifiesta de múltiples formas o maneras en la interacción
con sus semejantes, después de alguna circunstancia o experiencia personal o
colectiva. A esto se le podría conocer como expresión del estado emocional,
como consecuencia de una causa externa o interna. Esta expresión emocional se
puede verificar a través de los comportamientos, los mismos que pueden ser
impredecibles entre una persona y otra ya que, mientras algunos reaccionarían
de una manera, otros lo harían de forma distinta. Y en esto hasta el momento no
se han puesto de acuerdo los estudiosos del comportamiento humano, sean estos
filósofos, neurofisiólogos o psicólogos. No obstante, gracias a ellos hoy en
día tenemos aproximaciones y teorías sobre las bases de la emoción, e inclusive
sobre los orígenes históricos en los estudios del cómo y dónde se produce este
estado humano que se llama emoción.
Si
se le preguntara a una persona que describa las características y
manifestaciones de una emoción cualquiera, lo haría de todas formas, sin
problema; sin embargo, qué difícil es formular una definición exacta de lo que
es en realidad. De ahí que, en términos de Wenger, “casi todo el mundo piensa
que sabe qué es una emoción hasta que intenta definirla. En ese momento
prácticamente nadie afirma poder entenderla” (1962, pág. 3). Según la forma de
pensar de este estudioso, como para muchos, es posible entender de qué se trata
cuando hablamos de las emociones en el ser humano, pero para definirla no hay
consenso entre unos y otros. Así, para Gurmendez (1984, citado por Plutchick)
“la emoción es la respuesta inmediata a un estímulo exterior que nos agita”,
mientras que para Zaccagnini (2004) “es cualquiera de los posibles estados
psicológicos de carácter global por los que puede pasar una persona en cada
momento de su vida”. De este modo, podríamos decir que las emociones son
reacciones producidas por las relaciones con el entorno y que tienen carácter
subjetivo, fisiológico, funcional y social.
Etimológicamente
como concepto deriva de dos raíces latinas: “Movere”
que significa movimiento, actividad y “E”,
que significa fuera. Luego, las emociones se identificarían con las conductas o
comportamientos (movimientos, reacciones) generados por ciertos estímulos en el
ser humano. A este sentido de la definición del concepto, los filósofos griegos
le llamaban “pasión” (πάθος). Pero este concepto tenía una valoración negativa.
Así, para Platón, filósofo griego del siglo IV a.C., se debía desconfiar de las
emociones, ya que éstas llevan al ser humano hacia el engaño, lo que era propio
de la parte irracional del alma. Esto trajo como consecuencia en el
neoplatonismo e inclusive más adelante, en el cristianismo, el rechazo de las
pasiones (emociones) y la sobrevaloración de la pura racionalidad. No obstante,
para Aristóteles, discípulo de Platón, su visión sobre la pasión es diferente,
pues utiliza el término para describir al apetito, la ira, el miedo, la
confianza, la envidia, la alegría, el amor, el odio, el deseo, la piedad y
otros estados acompañados de placer y dolor. Asimismo, en su Retórica (libro 1,
1356ª) este πάθος (pasión-emoción) tenía
el fin de persuadir a la audiencia con el uso de los sentimientos humanos.
Luego, el objetivo del orador o retórico era conmover al público y dirigirlo
hacia las intenciones de la persona que estaba hablando. De este modo, el
orador buscaba despertar las emociones en sus interlocutores y hacerlos tomar
decisiones a su favor.
Si
bien es cierto, Aristóteles tiene una visión positiva, e inclusive utilitaria
de las emociones-pasiones, la tradición filosófica no siempre le ha sido
favorable. Como es sabido, en la historia occidental por mucho tiempo se impuso
la visión platónica, racionalista, la misma que veía las emociones como estados
mentales heredados de nuestros antepasados animales, que nos obligan a actuar
de manera irracional, y nos llevan a olvidarnos de nuestra capacidad de razonar
y a dejarnos guiar por nuestros impulsos más primitivos. En esta misma línea,
el filósofo francés del siglo XVII, Descartes, en su Tratado de las pasiones advertía el peligro de dejarse llevar por
las pasiones. Además, “la existencia de expresiones emocionales, era de hecho
una prueba más de que descendemos de los mamíferos”. De este modo, las
emociones serían más o menos como un órgano obsoleto o superado que pone de
manifiesto nuestra procedencia evolutiva.
No
obstante, siguiendo en la línea filosófica, como cuna de la ciencia, llegamos a
un punto de la historia del tiempo en que el mundo de las emociones, es
rescatado del racionalismo imperante. Así, en el siglo XIX, algunos autores de
tendencia romántica como Pascal, Rousseau, Fichte o Shelling, tratan de imponer
las emociones sobre los criterios puramente racionales de la ilustración que,
en la misma línea platónica y con criterios moralistas, se desconfiaba de las
emociones. En esto sobresale Pascal con su particular y muy famosa defensa,
cuando afirma que “el corazón tiene sus razones que la razón no entiende”. De
este modo, con la visión de Pascal, se debería postular otra forma de entender
el pensamiento. Así, en esta línea, las emociones serían vías directivas,
intuitivas de conocimiento, que no estarían relacionadas con la razón, sino que
la rechazarían para para ofrecer una forma más integral de pensamiento. En este
sentido, darle la primacía a la pura razón sobre las emociones sería un error
respecto al conocimiento. En consecuencia, según la visión romántica de las
emociones, estos estados mentales son vías alternativas de conocimiento,
diferentes de la razón y que también nos alejan de argumentos y ponderaciones
de los hechos, cosa que hace que la guía principal a la hora de tomar
decisiones sea nuestra intuición. Aquí predominaba un “yo romántico”, en el que
según Nietzsche, era poderoso y no estaba abierto a ningún tipo de
constreñimiento social, ya que tiene que afirmar su individualidad y
originalidad delante de todos, donde las emociones gobiernan
preponderantemente.
Ahora
bien, estas emociones que desde la reflexión filosófica se ha visto que,
mientras para algunos tienen una connotación negativa y positiva para otros,
tienen su base neurofisiológica. De todas maneras, se sigue aquí el principio
de causalidad según el cual, todo efecto tiene su causa, ya que de la nada no
sale nada. De este modo, el Sistema Nervioso Central (SNC) es clave para
entender las emociones desde la fisiología. Este sistema activa, regula, e
integra las reacciones que suceden durante la emoción. Asimismo, el córtex
participa en la identificación, evaluación y toma de decisión respecto al
comportamiento a tomar. Por otra parte, la formación reticular activa al córtex
para que preste plena atención a la cuestión (sistema de alerta). El sistema
límbico actúa como regulador y concretamente el hipotálamo se encarga de
activar el Sistema Nervioso Simpático. Sin embargo, es sabido también, que toda
reacción provoca una reacción del Sistema Nervioso Autónomo (SNA), tanto en su
vertiente simpática como en la parasimpática. Estos a su vez, regulan el
sistema endocrino, fundamentalmente las glándulas suprarrenales para liberar
mayores o menores niveles de adrenalina. La adrenalina, a su vez, activa el
resto del sistema glandular. De esta forma, cuando experimentamos una emoción,
el Sistema Nervioso Autónomo (SNA) se pone en marcha y produce un doble efecto:
A) Su rama simpática se activa ante emociones intensas, incrementa la tasa
cardiaca, tensa los músculos y aumenta la sudoración. B) Su rama parasimpática
se activa ante situaciones de relajación y descanso. Asimismo disminuye la tasa
cardiaca y relaja los músculos.
Por
otro lado, los estudios revelan que gran parte de la actividad fisiológica
implicada en las emociones, es regulada por la división simpática (excitación)
y parasimpática (calma) de nuestro Sistema Nervioso Autónomo (SNA). Estas
emociones pueden tener niveles similares de excitación y activación con la
misma valencia. Esto hace que sean difíciles de distinguir, como entre el temor
y el enojo. Sin embargo, entre estas emociones, la ciencia ha encontrado
diferencias sutiles en la actividad cortical del cerebro; en la utilización de
conexiones neuronales y en la secreción de hormonas. De este modo, entre la ira
y el miedo, hay diferencia en cuanto a la temperatura de los dedos y las
secreciones hormonales, pero también difieren en la activación cerebral.
Asimismo, el miedo y la alegría estimulan músculos faciales diferentes. Por su
parte, el asco y la depresión (emociones negativas) provocan una mayor
actividad en la corteza prefrontal derecha; mientras que la alegría y el
optimismo (emociones positivas) provocan una mayor activación en la corteza
prefrontal izquierda. No obstante, a pesar de que toda emoción tiene una base
fisiológica, se debe tener en cuenta que este aspecto no lo es todo en la emoción.
De todas maneras, desde el punto de vista fisiológico, se puede entender una
reacción emocional de la persona humana por los movimientos y actividades de
ciertas estructuras cerebrales, las mismas que se revelan a de múltiples formas
a través de comportamientos o estados anímicos.
En
este punto de la investigación, me parece pertinente aquí, resaltar la
importancia del papel de la amígdala, ya que su ubicación como su importante
conectividad con otras estructuras cerebrales, la convierten en una zona de
especial relevancia emocional. La amígdala recibe información sensorial de
todas las modalidades y está en contacto con el hipocampo, el prosencéfalo
basal y los ganglios basales, que son estructuras importantes en los procesos
de memoria y atención, así como con el hipotálamo, que es fundamental para el
control de la homeostasis y la regulación neuroendocrina. Respecto a esta
estructura cerebral, LeDoux (1996) argumenta que la amígdala es una zona
fundamental para entender el sustrato neurobiológico de las emociones, al menos
de la emoción de miedo. De ahí que, para este autor, “más allá de las dudas que
pueda suscitar la participación real de la amígdala en los procesos
emocionales, la mayor parte de los resultados existentes en la actualidad
apuntan hacia una implicación, tanto en el procesamiento de la información
entrante, como en la preparación de la respuesta emocional” (Adolphs, Damasio,
Tranel y Damasio, 1996).
Pero
la amígdala no es la única estructura cerebral importante en la neurofisiología
de las emociones. Como es conocido por los estudiosos de estos comportamientos,
expresiones y reacciones humanas, también los hemisferios cerebrales desempeñan
un papel fundamental a la hora de entender neurofisiológicamente las emociones.
Así, según Gainotti (1989,2000), el hemisferio derecho posee una marcada
superioridad sobre el hemisferio izquierdo en el plano de la conducta emocional
en general. De ellos, el hemisferio izquierdo tendría un papel preponderante
para las emociones positivas, mientras que el hemisferio derecho sería
preponderante para las emociones negativas (Sackheim, Greenberg, Weiman, Gur,
Hungerbuhler y Geschwind, 1982). Asimismo, al igual que el lenguaje, la
expresión emocional es una forma esencial de comunicación. Y en esto, el hemisferio
derecho es dominante de una forma similar a la superioridad que posee el
hemisferio izquierdo para el lenguaje (Ross, 1984). Por otro lado, el
hemisferio derecho es dominante para la percepción de todos aquellos eventos
emocionalmente relacionados, tales como expresiones faciales, movimientos
corporales, etc. (Adolphs, Damasio, Tranel y Damasio, 1996). Por consiguiente,
respecto a la neurofisiología de las emociones, los estudios son diversos y sus
resultados también. Esto hace que los estudiosos no se pongan de acuerdo sobre
el papel y su intervención categórica de los hemisferios cerebrales en la
emociones. De ahí que, para LeDoux (2000) se debería buscar alternativas
metodológicas en el campo de la neurobiología, yendo hacia la eventual localización
específica de una zona cerebral concreta implicada en una emoción particular.
En
este camino, fue el evolucionista Charles Darwin quien es considerado como el
primer investigador en buscar las razones biológicas de la emoción. Así, desde
este punto de vista, “las estructuras subcorticales son imprescindibles para
entender todas las dimensiones de la conducta emocional” (F. Palmero/ C.
Guerrero/ C. Gómiz/ A. Carpi/ R. Gorayeb, 2011). Esto significa
que: a) si las emociones son procesos adaptativos básicos que se encuentran
presentes en el ser humano antes de que este desarrolle por completo la
estructura y funcionalidad del Sistema Nervioso Central; b) y si las emociones
son mecanismos adaptativos que se encuentran presentes en muchas de las
especies inferiores, porque en su bagaje genético se encuentra toda la dotación
apropiada para que aparezcan y se desarrollen; c) entonces hay ilación lógica
para decir que la estructura biológica o neurobiológica se encuentra ubicada en
zonas del Sistema Nervioso Central que son relativamente antiguas. Y ese es el
caso de las estructuras subcorticales. Consecuentemente, según esta postura,
las emociones tienen funciones adaptativas, según las cuales, los individuos
dan respuestas apropiadas ante las exigencias ambientales. De este modo, la
cólera facilitaría el ataque, mientras que el miedo favorecería la huida.
Por
otro lado, esta perspectiva postula la existencia de emociones básicas, las
mismas que son necesarias para la supervivencia y que derivan de reacciones similares
en los animales inferiores. El resto de emociones (las derivadas), se generan
por combinaciones específicas de aquellas (Plutchik, 1984). Respecto a esto, el
objeto de estudio de mayor interés ha sido expresión facial de las emociones,
la misma que se ha tomado como indicador de la existencia de patrones innatos
de respuesta emocional. Esto se ha considerado como constatación de la
existencia de una serie de emociones básicas cuyo reconocimiento sería
universal en la especie humana y fruto de las cuales derivarían el resto de
reacciones afectivas. De este modo, el legado darwinista, según las teorías
evolucionistas se resumiría en los siguientes principios: a) las emociones
cumplen un papel fundamental en la evolución, facilitando las respuestas adaptativas
que exigen las condiciones ambientales; b) que existen una serie de emociones
fundamentales, de las cuales se derivan las emociones secundarias y; c) que
dichas emociones aparecen en todos los seres humanos y tanto la expresión como
el reconocimiento de las mismas es innato y universal. Para demostrar estas
hipótesis, los procedimientos experimentales son los mismos que Darwin utilizó
en su tiempo, como el estudio de la expresión emocional en los niños ciegos de
nacimiento, en los que se aprecia expresiones innatas que no las han visto y
que, por tanto, no las han sido aprendidas.
De
esta línea evolucionista, hoy en día la teoría del “feedback facial” se presenta como fiel heredera. Según esta teoría,
la expresión facial es una capacidad innata del individuo, que determina la
cualidad de la experiencia emocional (el tipo de emoción). De esta postura,
Izard propone la existencia de dos conexiones neuronales entre músculos
faciales y cerebro. En este sentido, tras la percepción de la situación
emocional, la primera conexión lleva automáticamente los impulsos cerebrales a
los músculos de la cara, generando las expresiones faciales, que son de
carácter universal y genético; y la segunda conexión retroalimenta al cerebro y
supone la experiencia emocional. Esta retroalimentación desencadena el
reconocimiento de la activación de los músculos faciales y genera la cualidad o
tipo de emoción que experimenta el individuo. En todo esto, los músculos no
faciales y las vísceras desempeñan un papel secundario: ellos son los
responsables de la intensidad emocional. Por consiguiente, la postura
evolucionista insiste en que las emociones tienen valor adaptativo que en la
actualidad sigue vigente ya que sirve para comunicar el estado interno de un
sujeto a otro. Este tema de valor adaptativo puede ser tratado desde tres
formas posibles: a) observando si las emociones benefician al propio sujeto
incrementando su felicidad; b) observando si las emociones incrementan la
probabilidad de que una especie sobreviva y se reproduzca; c) observando si las
emociones son simples reminiscencias del pasado (Izard, 1977; Plutchik, 1980;
Wilson, 1975).
Seguidamente,
toma el protagonismo la teoría fisiológica, cuyo principal representante es el
filósofo y psicólogo norteamericano William James. Para este estudioso, la
emoción es de naturaleza consciente y se explica por la repercusión sobre la
conciencia de las manifestaciones periféricas provocadas por la percepción del
objeto que causa las emociones, las mismas que pueden ser de dos tipos: unas
más rudas que tienen manifestaciones corporales más intensas, como la ira, el
amor, el miedo, el odio, la alegría, la aflicción, la vergüenza y el orgullo, y
otras más sutiles, cuyas reacciones corporales son menos intensas, entre las
que podemos señalar las reacciones, morales, intelectuales y estéticas. Desde
este punto de vista, “los cambios corporales siguen directamente a la
percepción del hecho desencadenante y nuestra sensación de esos cambios según
se van produciendo es la emoción” (James, 1884/1885, p. 59). De este modo,
estos cambios corporales, tanto fisiológicos como motores, que denominamos
“expresión emocional” son en realidad los que constituyen y generan la
experiencia emocional. Así, la sensación que nos producen estos cambios, en el
momento en que se producen, es la emoción, que tiene que ver con la experiencia
afectiva de una conducta refleja. Según esta lógica, la emoción sigue la
siguiente secuencia: Primero, la situación; segundo, la reacción emocional y;
tercero, la experiencia afectiva. En efecto, cualquier emoción por simple que
esta sea, está producida por actos reflejos, que en la práctica sería difícil
activarlos artificialmente.
Después
de los aportes de James, Walter Cannon postula un camino diferente respecto a
la emoción. Este investigador se encamina por la línea neurológica y objeta las
tesis principales de James. La postura de Cannon hizo que los cambios
autonómicos y somáticos dejaran de entenderse como antecedentes causales de la
emoción, cuya percepción genera tanto la cualidad como la intensidad emocional
y pasaran a ser concomitantes homeostáticos de la misma, indicadores tan solo
de la intensidad emocional que acompañan a la conducta emocional y preparan
para la acción. De este modo, la teoría de las emociones de Cannon, defiende
que los cambios corporales cumplen la función general de preparar al organismo
para la acción en situaciones de emergencia. Así, la rama simpática del Sistema
Nervioso Autónomo moviliza la energía; mientras que la rama parasimpática
cumple una función contraria, de conservación de la energía. No obstante, en
esto, para Cannon, los cambios serían similares para las distintas emociones,
variando solo en intensidad. De este modo, la emoción sería un fenómeno central
en el que juega un papel importante el tálamo óptico (hipotálamo), que por un
lado envía impulsos a la corteza (experiencia emocional) y, por otro, manda
impulsos al sistema nervioso periférico (cambios fisiológicos), que genera la energía
para la acción. Por consiguiente, la emoción es una actividad más del Sistema
Nervioso Central que del Sistema Nervioso Periférico, donde la actividad
autonómica y somática no genera la experiencia emocional, sino que acompaña a
la reacción emocional y prepara la acción. Así, la experiencia emocional se
desarrolla en el SNC como consecuencia de la actividad del mismo.
Pero
como las investigaciones van trayendo novedades entre un investigador y otro,
después de la corriente neurológica, emerge la teoría cognitiva, representada
por Schachter y Singer. Según ellos, la emoción se genera por la evaluación
cognitiva del acontecimiento y a la de la respuesta corporal. De este modo, la
persona nota los cambios fisiológicos y advierte lo que ocurre a su alrededor
denominando sus emociones de acuerdo a los tipos de observaciones, donde la
intensidad de las emociones están fundamentalmente determinadas por los cambios
fisiológicos. Así, la emoción sería la consecuencia de los procesos cognitivos.
Según esta línea, la cualidad de la reacción emocional es consecuencia directa
de los procesos de valoración cognitiva (Lazarus, 1982) y cada evaluación
conduce a un tipo de emoción, manifestada por una tendencia a la acción y
expresión características. No obstante, se debe tener en cuenta aquí, que la
cognición no precede a la emoción, sino que le proporciona a ésta la evaluación
del significado. Por lo tanto, la conducta emocional es consecuencia de la
actividad cognitiva que el sujeto realiza sobre la situación, elaboración,
interpretación, valoración, atribución, etiquetado, expectativas, etc. La actividad
cognitiva determina la cualidad emocional.
Después
de todos estos aportes sobre el estudio de la emoción, me parece importante
resaltar también, el valor y la importancia de la inteligencia emocional. En
realidad es un concepto nuevo en psicología. Como hemos visto anteriormente,
los investigadores se centraron más en buscar las razones neurofisiológicas,
biológicas o cognitivas, pero no tuvieron en cuenta la cuestión sobre el manejo
y control de estas emociones. Y la inteligencia emocional se encarga de esto.
Así que para hablar de qué se trata, es importante reconocer primero de qué se
trata. Como concepto fue acuñado originalmente por Salovey y Mayer (1990), pero
que se popularizó con Goleman (1996). En Psicología se define como habilidad
para manejar los sentimientos y emociones, discriminar entre ellos y utilizar
estos conocimientos para dirigir los propios pensamientos y acciones. Pero este
contenido del concepto, Goleman (1998) lo adapta y lo define de la siguiente
manera: “capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y de los demás,
motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los demás
y con nosotros mismos”. Luego, esta definición sugiere cuatro grandes campos de
esta inteligencia: a) Conciencia de uno
mismo, la cual hace referencia a la autoconciencia emocional, a la
valoración adecuada de uno mismo y a la confianza en uno mismo; b) la autogestión, que tiene que ver con el
autocontrol emocional, la fiabilidad, la meticulosidad, la adaptabilidad, la motivación
de logro, la iniciativa; c) la conciencia social, que hace referencia a
la empatía, a la orientación hacia el servicio y la conciencia organizativa; d)
la gestión de las relaciones, que
tiene que ver con la influencia, la comunicación, la resolución de conflictos, el
liderazgo con visión de futuro, catalizar los cambios, establecer vínculos,
trabajo en equipo y colaboración.
Por
consiguiente, las emociones son reacciones y manifestaciones de los seres
humanos frente a estímulos de su entorno. Estas reacciones se expresan de
diferentes maneras, de acuerdo a cada
tipo de emoción. Se ha hecho estudios desde la época clásica de la
filosofía griega respecto a las emociones y, en la historia, desde múltiples
posturas académicas han procurado dar razones sobre lo que es en realidad la
emoción, cómo se produce y qué estructuras neurofisiológicas están involucradas.
Así, en estas investigaciones, se ha descubierto que, como en toda reacción hay
una base biológica, en las emociones hay también estructuras responsables que
causan uno u otro tipo de emoción. De este modo, en esta búsqueda de la verdad emocional,
tomaron el protagonismo algunos estudiosos que, desde su propia postura dieron
razones sobre el por qué y cómo de las emociones. Primero hemos considerado a los
evolucionistas con su representante principal Charles Darwin, y para quienes
las emociones se centran en la conducta y no en los sentimientos. Para éstos,
las emociones tienen un valor de adaptación. Seguidamente resaltan los
psicofisiólogos, quienes con su representante William James, hablan de las emociones
como experiencias conscientes, las cuales no surgen directamente de la
percepción del objeto, sino que están implicadas importantes operaciones
cerebrales como mediadoras de la emoción. Les siguen los de la línea
neurológica con su principal representante a Walter Cannon, para quienes las
alteraciones fisiológicas y la percepción de una emoción se producen
simultáneamente debido a los impulsos nerviosos procedentes del tálamo.
Continúan los cognitivistas, los cuales tienen como representantes a Schachter
y Singer. Para estos, primero se vive un suceso, luego se siente la emoción y
en seguida se experimentan las sensaciones fisiológicas. Finalmente, se insiste
mucho en la inteligencia emocional como una cualidad tan popularizada por
Daniel Goleman.
Fuentes de consulta:
-
F. Palmero/ C. Guerrero/ C. Gómiz/
A. Carpi/ R. Gorayeb. Manual de
teorías emocionales y motivacionales. Universidad de Jaume: 2011.
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AGUADO, Luis. Emoción,
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-
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MOYA, José; VALIENTE GONZALES, Pilar; GARCÍA VEGA,
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CHÓLIZ MONTAÑÉS, Mariano (2005). Psicología de la emoción. Recuperado en
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-
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Recuperado en https://filosert.files.wordpress.com el
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-
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Recuperado en http://www.um.es el 30 de Marzo de 2015.
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