lunes, 29 de junio de 2015

LA EMOCIÓN COMO MANIFESTACIÓN COMPLEJA Y MULTIFACÉTICA DEL SER HUMANO

El ser humano es un ente complejo que en su estudio antropológico-filosófico, sociológico y psicológico siempre se ha llegado a formular diferentes hipótesis y teorías sobre lo que es en realidad. A lo largo de la historia se le ha definido como el “Animal racional” (Aristóteles), como el “Homo faber” (Marx), como el “Homo homini  lupus” (Thomas Hobbes), como el “Animal simbólico” (José María Mardones), etc. Sin embargo, a pesar de que en todas estas definiciones habría algo de la manifestación del estado complejo y multifacético del ser humano que tiene que ver con las emociones, es importante reconocer categóricamente que la persona humana se manifiesta de múltiples formas o maneras en la interacción con sus semejantes, después de alguna circunstancia o experiencia personal o colectiva. A esto se le podría conocer como expresión del estado emocional, como consecuencia de una causa externa o interna. Esta expresión emocional se puede verificar a través de los comportamientos, los mismos que pueden ser impredecibles entre una persona y otra ya que, mientras algunos reaccionarían de una manera, otros lo harían de forma distinta. Y en esto hasta el momento no se han puesto de acuerdo los estudiosos del comportamiento humano, sean estos filósofos, neurofisiólogos o psicólogos. No obstante, gracias a ellos hoy en día tenemos aproximaciones y teorías sobre las bases de la emoción, e inclusive sobre los orígenes históricos en los estudios del cómo y dónde se produce este estado humano que se llama emoción.

                Si se le preguntara a una persona que describa las características y manifestaciones de una emoción cualquiera, lo haría de todas formas, sin problema; sin embargo, qué difícil es formular una definición exacta de lo que es en realidad. De ahí que, en términos de Wenger, “casi todo el mundo piensa que sabe qué es una emoción hasta que intenta definirla. En ese momento prácticamente nadie afirma poder entenderla” (1962, pág. 3). Según la forma de pensar de este estudioso, como para muchos, es posible entender de qué se trata cuando hablamos de las emociones en el ser humano, pero para definirla no hay consenso entre unos y otros. Así, para Gurmendez (1984, citado por Plutchick) “la emoción es la respuesta inmediata a un estímulo exterior que nos agita”, mientras que para Zaccagnini (2004) “es cualquiera de los posibles estados psicológicos de carácter global por los que puede pasar una persona en cada momento de su vida”. De este modo, podríamos decir que las emociones son reacciones producidas por las relaciones con el entorno y que tienen carácter subjetivo, fisiológico, funcional y social.   

                Etimológicamente como concepto deriva de dos raíces latinas: “Movere” que significa movimiento, actividad y “E”, que significa fuera. Luego, las emociones se identificarían con las conductas o comportamientos (movimientos, reacciones) generados por ciertos estímulos en el ser humano. A este sentido de la definición del concepto, los filósofos griegos le llamaban “pasión” (πάθος). Pero este concepto tenía una valoración negativa. Así, para Platón, filósofo griego del siglo IV a.C., se debía desconfiar de las emociones, ya que éstas llevan al ser humano hacia el engaño, lo que era propio de la parte irracional del alma. Esto trajo como consecuencia en el neoplatonismo e inclusive más adelante, en el cristianismo, el rechazo de las pasiones (emociones) y la sobrevaloración de la pura racionalidad. No obstante, para Aristóteles, discípulo de Platón, su visión sobre la pasión es diferente, pues utiliza el término para describir al apetito, la ira, el miedo, la confianza, la envidia, la alegría, el amor, el odio, el deseo, la piedad y otros estados acompañados de placer y dolor. Asimismo, en su Retórica (libro 1, 1356ª) este  πάθος (pasión-emoción) tenía el fin de persuadir a la audiencia con el uso de los sentimientos humanos. Luego, el objetivo del orador o retórico era conmover al público y dirigirlo hacia las intenciones de la persona que estaba hablando. De este modo, el orador buscaba despertar las emociones en sus interlocutores y hacerlos tomar decisiones a su favor.

                Si bien es cierto, Aristóteles tiene una visión positiva, e inclusive utilitaria de las emociones-pasiones, la tradición filosófica no siempre le ha sido favorable. Como es sabido, en la historia occidental por mucho tiempo se impuso la visión platónica, racionalista, la misma que veía las emociones como estados mentales heredados de nuestros antepasados animales, que nos obligan a actuar de manera irracional, y nos llevan a olvidarnos de nuestra capacidad de razonar y a dejarnos guiar por nuestros impulsos más primitivos. En esta misma línea, el filósofo francés del siglo XVII, Descartes, en su Tratado de las pasiones advertía el peligro de dejarse llevar por las pasiones. Además, “la existencia de expresiones emocionales, era de hecho una prueba más de que descendemos de los mamíferos”. De este modo, las emociones serían más o menos como un órgano obsoleto o superado que pone de manifiesto nuestra procedencia evolutiva.

                No obstante, siguiendo en la línea filosófica, como cuna de la ciencia, llegamos a un punto de la historia del tiempo en que el mundo de las emociones, es rescatado del racionalismo imperante. Así, en el siglo XIX, algunos autores de tendencia romántica como Pascal, Rousseau, Fichte o Shelling, tratan de imponer las emociones sobre los criterios puramente racionales de la ilustración que, en la misma línea platónica y con criterios moralistas, se desconfiaba de las emociones. En esto sobresale Pascal con su particular y muy famosa defensa, cuando afirma que “el corazón tiene sus razones que la razón no entiende”. De este modo, con la visión de Pascal, se debería postular otra forma de entender el pensamiento. Así, en esta línea, las emociones serían vías directivas, intuitivas de conocimiento, que no estarían relacionadas con la razón, sino que la rechazarían para para ofrecer una forma más integral de pensamiento. En este sentido, darle la primacía a la pura razón sobre las emociones sería un error respecto al conocimiento. En consecuencia, según la visión romántica de las emociones, estos estados mentales son vías alternativas de conocimiento, diferentes de la razón y que también nos alejan de argumentos y ponderaciones de los hechos, cosa que hace que la guía principal a la hora de tomar decisiones sea nuestra intuición. Aquí predominaba un “yo romántico”, en el que según Nietzsche, era poderoso y no estaba abierto a ningún tipo de constreñimiento social, ya que tiene que afirmar su individualidad y originalidad delante de todos, donde las emociones gobiernan preponderantemente.

                Ahora bien, estas emociones que desde la reflexión filosófica se ha visto que, mientras para algunos tienen una connotación negativa y positiva para otros, tienen su base neurofisiológica. De todas maneras, se sigue aquí el principio de causalidad según el cual, todo efecto tiene su causa, ya que de la nada no sale nada. De este modo, el Sistema Nervioso Central (SNC) es clave para entender las emociones desde la fisiología. Este sistema activa, regula, e integra las reacciones que suceden durante la emoción. Asimismo, el córtex participa en la identificación, evaluación y toma de decisión respecto al comportamiento a tomar. Por otra parte, la formación reticular activa al córtex para que preste plena atención a la cuestión (sistema de alerta). El sistema límbico actúa como regulador y concretamente el hipotálamo se encarga de activar el Sistema Nervioso Simpático. Sin embargo, es sabido también, que toda reacción provoca una reacción del Sistema Nervioso Autónomo (SNA), tanto en su vertiente simpática como en la parasimpática. Estos a su vez, regulan el sistema endocrino, fundamentalmente las glándulas suprarrenales para liberar mayores o menores niveles de adrenalina. La adrenalina, a su vez, activa el resto del sistema glandular. De esta forma, cuando experimentamos una emoción, el Sistema Nervioso Autónomo (SNA) se pone en marcha y produce un doble efecto: A) Su rama simpática se activa ante emociones intensas, incrementa la tasa cardiaca, tensa los músculos y aumenta la sudoración. B) Su rama parasimpática se activa ante situaciones de relajación y descanso. Asimismo disminuye la tasa cardiaca y relaja los músculos.

Por otro lado, los estudios revelan que gran parte de la actividad fisiológica implicada en las emociones, es regulada por la división simpática (excitación) y parasimpática (calma) de nuestro Sistema Nervioso Autónomo (SNA). Estas emociones pueden tener niveles similares de excitación y activación con la misma valencia. Esto hace que sean difíciles de distinguir, como entre el temor y el enojo. Sin embargo, entre estas emociones, la ciencia ha encontrado diferencias sutiles en la actividad cortical del cerebro; en la utilización de conexiones neuronales y en la secreción de hormonas. De este modo, entre la ira y el miedo, hay diferencia en cuanto a la temperatura de los dedos y las secreciones hormonales, pero también difieren en la activación cerebral. Asimismo, el miedo y la alegría estimulan músculos faciales diferentes. Por su parte, el asco y la depresión (emociones negativas) provocan una mayor actividad en la corteza prefrontal derecha; mientras que la alegría y el optimismo (emociones positivas) provocan una mayor activación en la corteza prefrontal izquierda. No obstante, a pesar de que toda emoción tiene una base fisiológica, se debe tener en cuenta que este aspecto no lo es todo en la emoción. De todas maneras, desde el punto de vista fisiológico, se puede entender una reacción emocional de la persona humana por los movimientos y actividades de ciertas estructuras cerebrales, las mismas que se revelan a de múltiples formas a través de comportamientos o estados anímicos.

En este punto de la investigación, me parece pertinente aquí, resaltar la importancia del papel de la amígdala, ya que su ubicación como su importante conectividad con otras estructuras cerebrales, la convierten en una zona de especial relevancia emocional. La amígdala recibe información sensorial de todas las modalidades y está en contacto con el hipocampo, el prosencéfalo basal y los ganglios basales, que son estructuras importantes en los procesos de memoria y atención, así como con el hipotálamo, que es fundamental para el control de la homeostasis y la regulación neuroendocrina. Respecto a esta estructura cerebral, LeDoux (1996) argumenta que la amígdala es una zona fundamental para entender el sustrato neurobiológico de las emociones, al menos de la emoción de miedo. De ahí que, para este autor, “más allá de las dudas que pueda suscitar la participación real de la amígdala en los procesos emocionales, la mayor parte de los resultados existentes en la actualidad apuntan hacia una implicación, tanto en el procesamiento de la información entrante, como en la preparación de la respuesta emocional” (Adolphs, Damasio, Tranel y Damasio, 1996).

Pero la amígdala no es la única estructura cerebral importante en la neurofisiología de las emociones. Como es conocido por los estudiosos de estos comportamientos, expresiones y reacciones humanas, también los hemisferios cerebrales desempeñan un papel fundamental a la hora de entender neurofisiológicamente las emociones. Así, según Gainotti (1989,2000), el hemisferio derecho posee una marcada superioridad sobre el hemisferio izquierdo en el plano de la conducta emocional en general. De ellos, el hemisferio izquierdo tendría un papel preponderante para las emociones positivas, mientras que el hemisferio derecho sería preponderante para las emociones negativas (Sackheim, Greenberg, Weiman, Gur, Hungerbuhler y Geschwind, 1982). Asimismo, al igual que el lenguaje, la expresión emocional es una forma esencial de comunicación. Y en esto, el hemisferio derecho es dominante de una forma similar a la superioridad que posee el hemisferio izquierdo para el lenguaje (Ross, 1984). Por otro lado, el hemisferio derecho es dominante para la percepción de todos aquellos eventos emocionalmente relacionados, tales como expresiones faciales, movimientos corporales, etc. (Adolphs, Damasio, Tranel y Damasio, 1996). Por consiguiente, respecto a la neurofisiología de las emociones, los estudios son diversos y sus resultados también. Esto hace que los estudiosos no se pongan de acuerdo sobre el papel y su intervención categórica de los hemisferios cerebrales en la emociones. De ahí que, para LeDoux (2000) se debería buscar alternativas metodológicas en el campo de la neurobiología, yendo hacia la eventual localización específica de una zona cerebral concreta implicada en una emoción particular.

En este camino, fue el evolucionista Charles Darwin quien es considerado como el primer investigador en buscar las razones biológicas de la emoción. Así, desde este punto de vista, “las estructuras subcorticales son imprescindibles para entender todas las dimensiones de la conducta emocional” (F. Palmero/ C. Guerrero/  C. Gómiz/  A. Carpi/ R. Gorayeb, 2011). Esto significa que: a) si las emociones son procesos adaptativos básicos que se encuentran presentes en el ser humano antes de que este desarrolle por completo la estructura y funcionalidad del Sistema Nervioso Central; b) y si las emociones son mecanismos adaptativos que se encuentran presentes en muchas de las especies inferiores, porque en su bagaje genético se encuentra toda la dotación apropiada para que aparezcan y se desarrollen; c) entonces hay ilación lógica para decir que la estructura biológica o neurobiológica se encuentra ubicada en zonas del Sistema Nervioso Central que son relativamente antiguas. Y ese es el caso de las estructuras subcorticales. Consecuentemente, según esta postura, las emociones tienen funciones adaptativas, según las cuales, los individuos dan respuestas apropiadas ante las exigencias ambientales. De este modo, la cólera facilitaría el ataque, mientras que el miedo favorecería la huida.  

Por otro lado, esta perspectiva postula la existencia de emociones básicas, las mismas que son necesarias para la supervivencia y que derivan de reacciones similares en los animales inferiores. El resto de emociones (las derivadas), se generan por combinaciones específicas de aquellas (Plutchik, 1984). Respecto a esto, el objeto de estudio de mayor interés ha sido expresión facial de las emociones, la misma que se ha tomado como indicador de la existencia de patrones innatos de respuesta emocional. Esto se ha considerado como constatación de la existencia de una serie de emociones básicas cuyo reconocimiento sería universal en la especie humana y fruto de las cuales derivarían el resto de reacciones afectivas. De este modo, el legado darwinista, según las teorías evolucionistas se resumiría en los siguientes principios: a) las emociones cumplen un papel fundamental en la evolución, facilitando las respuestas adaptativas que exigen las condiciones ambientales; b) que existen una serie de emociones fundamentales, de las cuales se derivan las emociones secundarias y; c) que dichas emociones aparecen en todos los seres humanos y tanto la expresión como el reconocimiento de las mismas es innato y universal. Para demostrar estas hipótesis, los procedimientos experimentales son los mismos que Darwin utilizó en su tiempo, como el estudio de la expresión emocional en los niños ciegos de nacimiento, en los que se aprecia expresiones innatas que no las han visto y que, por tanto, no las han sido aprendidas.

De esta línea evolucionista, hoy en día la teoría del “feedback facial” se presenta como fiel heredera. Según esta teoría, la expresión facial es una capacidad innata del individuo, que determina la cualidad de la experiencia emocional (el tipo de emoción). De esta postura, Izard propone la existencia de dos conexiones neuronales entre músculos faciales y cerebro. En este sentido, tras la percepción de la situación emocional, la primera conexión lleva automáticamente los impulsos cerebrales a los músculos de la cara, generando las expresiones faciales, que son de carácter universal y genético; y la segunda conexión retroalimenta al cerebro y supone la experiencia emocional. Esta retroalimentación desencadena el reconocimiento de la activación de los músculos faciales y genera la cualidad o tipo de emoción que experimenta el individuo. En todo esto, los músculos no faciales y las vísceras desempeñan un papel secundario: ellos son los responsables de la intensidad emocional. Por consiguiente, la postura evolucionista insiste en que las emociones tienen valor adaptativo que en la actualidad sigue vigente ya que sirve para comunicar el estado interno de un sujeto a otro. Este tema de valor adaptativo puede ser tratado desde tres formas posibles: a) observando si las emociones benefician al propio sujeto incrementando su felicidad; b) observando si las emociones incrementan la probabilidad de que una especie sobreviva y se reproduzca; c) observando si las emociones son simples reminiscencias del pasado (Izard, 1977; Plutchik, 1980; Wilson, 1975).

Seguidamente, toma el protagonismo la teoría fisiológica, cuyo principal representante es el filósofo y psicólogo norteamericano William James. Para este estudioso, la emoción es de naturaleza consciente y se explica por la repercusión sobre la conciencia de las manifestaciones periféricas provocadas por la percepción del objeto que causa las emociones, las mismas que pueden ser de dos tipos: unas más rudas que tienen manifestaciones corporales más intensas, como la ira, el amor, el miedo, el odio, la alegría, la aflicción, la vergüenza y el orgullo, y otras más sutiles, cuyas reacciones corporales son menos intensas, entre las que podemos señalar las reacciones, morales, intelectuales y estéticas. Desde este punto de vista, “los cambios corporales siguen directamente a la percepción del hecho desencadenante y nuestra sensación de esos cambios según se van produciendo es la emoción” (James, 1884/1885, p. 59). De este modo, estos cambios corporales, tanto fisiológicos como motores, que denominamos “expresión emocional” son en realidad los que constituyen y generan la experiencia emocional. Así, la sensación que nos producen estos cambios, en el momento en que se producen, es la emoción, que tiene que ver con la experiencia afectiva de una conducta refleja. Según esta lógica, la emoción sigue la siguiente secuencia: Primero, la situación; segundo, la reacción emocional y; tercero, la experiencia afectiva. En efecto, cualquier emoción por simple que esta sea, está producida por actos reflejos, que en la práctica sería difícil activarlos artificialmente.

Después de los aportes de James, Walter Cannon postula un camino diferente respecto a la emoción. Este investigador se encamina por la línea neurológica y objeta las tesis principales de James. La postura de Cannon hizo que los cambios autonómicos y somáticos dejaran de entenderse como antecedentes causales de la emoción, cuya percepción genera tanto la cualidad como la intensidad emocional y pasaran a ser concomitantes homeostáticos de la misma, indicadores tan solo de la intensidad emocional que acompañan a la conducta emocional y preparan para la acción. De este modo, la teoría de las emociones de Cannon, defiende que los cambios corporales cumplen la función general de preparar al organismo para la acción en situaciones de emergencia. Así, la rama simpática del Sistema Nervioso Autónomo moviliza la energía; mientras que la rama parasimpática cumple una función contraria, de conservación de la energía. No obstante, en esto, para Cannon, los cambios serían similares para las distintas emociones, variando solo en intensidad. De este modo, la emoción sería un fenómeno central en el que juega un papel importante el tálamo óptico (hipotálamo), que por un lado envía impulsos a la corteza (experiencia emocional) y, por otro, manda impulsos al sistema nervioso periférico (cambios fisiológicos), que genera la energía para la acción. Por consiguiente, la emoción es una actividad más del Sistema Nervioso Central que del Sistema Nervioso Periférico, donde la actividad autonómica y somática no genera la experiencia emocional, sino que acompaña a la reacción emocional y prepara la acción. Así, la experiencia emocional se desarrolla en el SNC como consecuencia de la actividad del mismo.

Pero como las investigaciones van trayendo novedades entre un investigador y otro, después de la corriente neurológica, emerge la teoría cognitiva, representada por Schachter y Singer. Según ellos, la emoción se genera por la evaluación cognitiva del acontecimiento y a la de la respuesta corporal. De este modo, la persona nota los cambios fisiológicos y advierte lo que ocurre a su alrededor denominando sus emociones de acuerdo a los tipos de observaciones, donde la intensidad de las emociones están fundamentalmente determinadas por los cambios fisiológicos. Así, la emoción sería la consecuencia de los procesos cognitivos. Según esta línea, la cualidad de la reacción emocional es consecuencia directa de los procesos de valoración cognitiva (Lazarus, 1982) y cada evaluación conduce a un tipo de emoción, manifestada por una tendencia a la acción y expresión características. No obstante, se debe tener en cuenta aquí, que la cognición no precede a la emoción, sino que le proporciona a ésta la evaluación del significado. Por lo tanto, la conducta emocional es consecuencia de la actividad cognitiva que el sujeto realiza sobre la situación, elaboración, interpretación, valoración, atribución, etiquetado, expectativas, etc. La actividad cognitiva determina la cualidad emocional.  

Después de todos estos aportes sobre el estudio de la emoción, me parece importante resaltar también, el valor y la importancia de la inteligencia emocional. En realidad es un concepto nuevo en psicología. Como hemos visto anteriormente, los investigadores se centraron más en buscar las razones neurofisiológicas, biológicas o cognitivas, pero no tuvieron en cuenta la cuestión sobre el manejo y control de estas emociones. Y la inteligencia emocional se encarga de esto. Así que para hablar de qué se trata, es importante reconocer primero de qué se trata. Como concepto fue acuñado originalmente por Salovey y Mayer (1990), pero que se popularizó con Goleman (1996). En Psicología se define como habilidad para manejar los sentimientos y emociones, discriminar entre ellos y utilizar estos conocimientos para dirigir los propios pensamientos y acciones. Pero este contenido del concepto, Goleman (1998) lo adapta y lo define de la siguiente manera: “capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y de los demás, motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los demás y con nosotros mismos”. Luego, esta definición sugiere cuatro grandes campos de esta inteligencia: a) Conciencia de uno mismo, la cual hace referencia a la autoconciencia emocional, a la valoración adecuada de uno mismo y a la confianza en uno mismo; b) la autogestión, que tiene que ver con el autocontrol emocional, la fiabilidad, la meticulosidad, la adaptabilidad, la motivación de logro, la iniciativa; c) la conciencia social, que hace referencia a la empatía, a la orientación hacia el servicio y la conciencia organizativa; d) la gestión de las relaciones, que tiene que ver con la influencia, la comunicación, la resolución de conflictos, el liderazgo con visión de futuro, catalizar los cambios, establecer vínculos, trabajo en equipo y colaboración.

Por consiguiente, las emociones son reacciones y manifestaciones de los seres humanos frente a estímulos de su entorno. Estas reacciones se expresan de diferentes maneras, de acuerdo a cada  tipo de emoción. Se ha hecho estudios desde la época clásica de la filosofía griega respecto a las emociones y, en la historia, desde múltiples posturas académicas han procurado dar razones sobre lo que es en realidad la emoción, cómo se produce y qué estructuras neurofisiológicas están involucradas. Así, en estas investigaciones, se ha descubierto que, como en toda reacción hay una base biológica, en las emociones hay también estructuras responsables que causan uno u otro tipo de emoción. De este modo, en esta búsqueda de la verdad emocional, tomaron el protagonismo algunos estudiosos que, desde su propia postura dieron razones sobre el por qué y cómo de las emociones. Primero hemos considerado a los evolucionistas con su representante principal Charles Darwin, y para quienes las emociones se centran en la conducta y no en los sentimientos. Para éstos, las emociones tienen un valor de adaptación. Seguidamente resaltan los psicofisiólogos, quienes con su representante William James, hablan de las emociones como experiencias conscientes, las cuales no surgen directamente de la percepción del objeto, sino que están implicadas importantes operaciones cerebrales como mediadoras de la emoción. Les siguen los de la línea neurológica con su principal representante a Walter Cannon, para quienes las alteraciones fisiológicas y la percepción de una emoción se producen simultáneamente debido a los impulsos nerviosos procedentes del tálamo. Continúan los cognitivistas, los cuales tienen como representantes a Schachter y Singer. Para estos, primero se vive un suceso, luego se siente la emoción y en seguida se experimentan las sensaciones fisiológicas. Finalmente, se insiste mucho en la inteligencia emocional como una cualidad tan popularizada por Daniel Goleman.

 Fuentes de consulta:
-          F. Palmero/ C. Guerrero/  C. Gómiz/  A. Carpi/ R. Gorayeb. Manual de teorías emocionales y motivacionales. Universidad de Jaume: 2011.
-          AGUADO, Luis. Emoción, afecto y motivación. Alianza editorial. Madrid: 2014.
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-          BERMONTE MARTINEZ, Carlos (2007). Emociones y cerebro. Recuperado en http://www.rac.es el 30 de Marzo de 2015.

-          PALMERO, Francesc. Aproximación biológica al estudio de la emoción. Murcia: 1996. Recuperado en http://www.um.es el 30 de Marzo de 2015.

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