domingo, 8 de noviembre de 2009

El judaísmo: Ritos de paso

La vida de todo judío está marcada por ceremonias alegres o tristes que enseñan momentos de transición de una situación a otra. Algunas de éstas se celebran en la sinagoga, pero otras en el hogar, donde se constituye la institución del matrimonio. El matrimonio es un imperativo de “creced y multiplicaos” dado por Dios desde los orígenes de la creación (Gn 1,28. 9,1-7). El matrimonio es elogiado porque confiere alegría, amor y armonía. En ellos, a diferencia de los cristianos, tradicionalmente la pareja se casa sin necesidad de un oficiante y la ceremonia puede tener lugar en casa o incluso al aire libre. Se casan bajo un dosel llamado hupá (designa el matrimonio mismo).

Lo primero que se hace es redactar un documento de matrimonio (ketubá), en que se declara la fecha y el lugar de la celebración, especificando las obligaciones del marido y la cantidad que pagará en caso de que se divorcie. La fórmula es la siguiente: “te prometo fielmente que seré un esposo fiel para ti, te honraré y amaré, trabajaré para ti, te protegeré y sostendré y proporcionaré todo lo necesario para tu debido sustento, como corresponde a un esposo judío”. En documento es redactado en arameo, donde firman dos testigos. Sin este documento no es legal que marido y mujer vivan juntos. El matrimonio es un momento solemne para los novios, quienes deben ayunar desde el amanecer hasta la ceremonia. En sus oraciones rituales incluye una confesión de los pecados y pasajes de penitencia. Ahí el novio lleva la mortaja que utilizará en los tiempos de penitencia y con la cual será enterrado una vez que muera. Este sudario es el regalo de la novia, que sirve para recordar “que en medio de la vida estamos cerca de la muerte”.

La ceremonia siguiente se desarrolla en dos partes: los esponsales (erusin o kedushin) y el matrimonio propiamente dicho (nisuin). Tras algunos cantos y plegarias el oficiante bendice al matrimonio. Los novios beben del vino y el novio pone un anillo en el índice de la mano derecha diciendo: “Mira, eres desposada conmigo por este anillo según la ley de Moisés y de Israel” En la segunda fase se recitan siete bendiciones donde relacionan el matrimonio por una parte con la creación de la humanidad y por otra con la futura redención. Luego de beber otro poco de vino el novio rompe un vaso (para apartar las fuerzas del mal o para recordad a la novia y a sus invitados la fragilidad de la felicidad). Sin embargo, el matrimonio sigue incompleto hasta que sea consumado realmente por la unión sexual, pero también incompleto sin banquete y sin baile.

Un buen matrimonio es un ideal bendito, pero la ley judía reconoce que en ocasiones no se puede alcanzar y contiene disposiciones para el divorcio. Esto era en épocas anteriores; hoy sólo se usa en último recurso. El divorcio es asunto de la propia pareja y no del estado ni de los tribunales. No obstante se convoca a un tribunal rabínico para mayor garantía. El documento de divorcio es redactado por un especialista y es entregado por el marido a la mujer en presencia de dos testigos, que firman el documento. Una vez hecho este procedimiento, las partes son libres y pueden volverse a casar, al igual que los viudos y viudas.

El nacimiento de un hijo es un acontecimiento feliz. Tener hijos es obligatorio y tener una gran familia es una bendición. Sin embargo, hay más alegría por un niño que por una niña. Inclusive la Toráh dice que cuanto una madre da a luz un niño queda impura siete días, pero el doble si es mujer. También el Talmud dice: “dichoso es el hombre que tiene hijos varones, y pobre el hombre que tiene hijas”. Es un tipo de discriminación sexual. Una vez nacido el hijo, pasados unos días viene el rito de la circuncisión, donde se elimina el prepucio. Este acto es considerado un signo visible del pacto entre Dios y el pueblo judío. En hebreo se conoce como brit milá, “pacto de circuncisión”. La costumbre de las madres era bordar en el pañal del niño su nombre y la fecha de circuncisión. Esta ceremonia se realiza al octavo día, el mismo día del nacimiento pero una semana después (Gn 17,3; Lv 12,3). Se puede retrazar sólo por motivos de salud. Esta ceremonia se puede llevar a cabo en la casa o en la sinagoga, o también en otro lugar. Para esto se nombra como padrinos a una pareja. Luego de las oraciones del rito se da al niño el nombre (en hebreo) de toda su vida. Finalmente le dan una o dos gotas de vino, y también los padres beben un poco.

El hijo varón era el privilegiado de Dios. En el Éxodo 13,2 vemos que Dios pide que se le consagre todo primogénito. La niña no tenía este privilegio. Ahí el niño es recomprado (redimido). El sacerdote pregunta al padre si prefiere entregar a su hijo o cinco monedas de plata. El padre entrega las cinco monedas de plata y se recitan las diversas oraciones. Hoy, estas costumbres judías son cuestionadas por muchos sectores, según los cuales, si una de las dos debería perderse (la circuncisión o la redención del niño), se optaría por la primera. Sin embargo algunos dicen que la circuncisión es la señal externa de un judío.

La etapa de la infancia dura hasta los doce años para las niñas y de trece para los niños. Pero en círculos tradicionales hasta los tres años no hay diferencia entre niño y niña. Sin embargo desde aquí para adelante se protege a la niña de estar sola con un varón de nueve o más años. La educación de los niños es responsabilidad de los progenitores. Prima ahí el mandato de enseñar la Toráh a sus hijos (Shemá). Tradicionalmente esta educación era sólo para los varones, pero en la actualidad ya se ha graduado este sistema. También se instruye a las mujeres sobre el judaísmo. Puede haber incluso, casos en los que las niñas reciban más educación que los niños, porque a éstos sólo se les limita al estudio del Talmud y en las minucias de la halajá.

El paso de la infancia a la edad adulta es a los doce o trece años, al menos para los varones y de manera creciente para las niñas. Desde esta edad los judíos se hallan teóricamente en edad núbil. Hay una preocupación por el futuro del judaísmo en una sociedad abierta. Buscan preservar la tradición judía: que se casen entre judíos. Lo que quieren es limitar a la exogamia. Pero esto es visto como un intolerable freno a la libertad. Aquellos que quieren casarse con no judíos lo pueden hacer pero fuera del país, en cuyo caso su matrimonio es reconocido en Israel. Incluso los homosexuales deben casarse. Deben cumplir el mandato “creced y multiplicaos”. Si alguien se casa con un no judío, la familia tiene la responsabilidad de que sus hijos sean educados como judíos. Hoy, “la ley tradicional reconoce a los hijos de padre no judío y madre judía como judíos en todos sus aspectos”. De ese modo, hoy los progenitores no judíos son cada vez mejor aceptados. Los reformistas también reconocen a los hijos de padre judío y madre no judía en ciertas condiciones.

En cuanto al recurso de la conversión, muchos rabinos la prefieren con creces, cuya preparación de los futuros conversos está enfocada hacia la función de un hogar judío y se anima al cónyuge judío a compartir los estudios del converso. Aunque aún existen prejuicios contra los conversos. De ahí que la insistencia en tener hijos no es simplemente cuestión de instinto natural, obediencia a la Toráh o preocupación por el futuro de la comunidad judía. Sobre los hijos pesa durante toda su vida la obligación de “honrar y temer” a sus padres. Esto implica muchas cosas como ponerse de pie cuando los padres entran en la habitación, asegurarse de que estén vestidos y alimentados, no contradecirles, no enojarse con ellos, no avergonzarlos, y hablar de ellos con respeto, incluso después de su muerte. La muerte es parte de la vida y es aceptada como un aspecto inevitable de la condición humana. Se debe hacer todo lo posible para promover la salud y salvar la vida. Matar es algo aborrecible. Los maestros judíos enseñan que no hay que tener miedo a morir ni enfadarse por ello, sino que se debe aceptar la muerte, sean cuales fueren las circunstancias. Por difícil que sea recibir la noticia de la muerte de un ser querido, el judío debe responder: “bendito sea el verdadero juez”.

Según su tradición, nunca se debe dejar sola a una persona que está agonizando. Del mismo modo, los presentes tiene la obligación de tratarlo con respeto y evitar cualquier cosa que pueda apresurar la muerte. La eutanasia es un asesinato. Pero sí aceptan analgésicos fuertes en los enfermos aunque haya el riesgo de apresurar la muerte. Para ellos la respiración marca el momento de la muerte, sin embargo, en los últimos años, desde que apareció el concepto de muerte cerebral, los rabinos se han puesto en debate para ver si pueden modificar la anterior definición, sobre todo respecto al trasplante de órganos. Luego, una vez muerta la persona, se le cierran los ojos y se le coloca cuidadosamente en el suelo, después se le cubre decorosamente. Tampoco se le deja solo sino que tradicionalmente están ahí recitando salmos.

Respecto al luto, la definición de doliente es un padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana, marido o mujer de la persona difunta. Los hijos que no llegan a la edad de Bar/Bat Mitsvá no observan el duelo; no hay duelo ni entierro formal para un niño fallecido antes de los treinta días. Los hijos e hijas se diferencian de los demás dolientes en una serie de aspectos. Por ejemplo, los dolientes se desgarran la ropa en señal de duelo: los hijos e hijas lo hacen a la izquierda, cerca del corazón, mientras que los demás dolientes lo hacen al lado derecho. El período de duelo se extiende por un año para el progenitor de la persona; los demás dolientes sólo mantienen un mes. Al volver a casa del cementerio se ofrece al doliente un plato de comida, que por lo general incluye huevos cocidos y otros alimentos redondos. Es costumbre encender una vela que arderá durante los seis días siguientes. Durante este tiempo tampoco trabajan ni atienden sus negocios. De ese mismo modo está prohibido tener relaciones sexuales, bañarse, usar cosméticos o cremas y afeitarse o cotarse el pelo.

Los dolientes no deben hacer de anfitriones en la casa: con frecuencia los amigos ofrecen alimentos y se encargan ellos mismos de servirlos. El doliente recibe saludos pero no los inicia. Luego, en la siguiente etapa, el Shloshim (Treinta), se prolonga hasta la mañana del trigésimo día después del funeral. Ahí todavía están vigentes las normas de abstinencia antes expuestas. Al final de Shloshin el duelo concluye, pero no para hijos del difunto, porque para ellos se alarga hasta doce meses después de la muerte. La fecha de la muerte se conmemora cada año encendiendo una vela en memoria y recitando el Kaddish (tiempo del año). Por tanto, los judíos tienen diversos ritos que según ellos los acerca más a Dios y también a sus familias y amigos, e incluso a sus antepasados. Los hombres y los niños llevan siempre cubrecabezas y flecos y los muy tradicionales llevan una vestimenta distintiva. Las mujeres por su parte observan las normas del tseniut (modestia), manteniendo el cuerpo cubierto excepto la cara y las manos. Las mujeres casadas se afeitan la cabeza; muchas llevan una peluca denominada sheitel.

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