sábado, 7 de noviembre de 2009

Libertad y responsabilidad

Joven, a ti te digo: “levántate, sé libre”, es el tema que me han sugerido para que comparta con ustedes. Para desarrollar este tema creo pertinente tocar el tema de la voluntad. Si entendemos el tema de la voluntad podremos también entender el tema de la libertad. Cada uno de nosotros, desde pequeños se nos ha enseñado que el alma tiene tres facultades: Memoria, inteligencia y voluntad. Las tres constituyen el alma, pero cada una de ellas es distinta a la otra. Por ejemplo: la memoria no es la inteligencia y la inteligencia no es la voluntad. La memoria recuerda, la inteligencia razona o intelige y la voluntad quiere.

Ahora bien, quien decide es la voluntad. La memoria la puede tentar con malos o bueno recuerdos para que la voluntad decida, pero la voluntad puede querer como no querer. De ese mismo modo, la inteligencia puede presentarle la verdad a la voluntad para que esta elija, pero la voluntad puede incluso elegir la falsedad. La inteligencia le dice a la voluntad: haz esto porque esto es racional y es bueno, pero la voluntad puede no querer aquello que la inteligencia le presenta como bueno.

La voluntad es la facultad que cada uno de nosotros tiene de querer o no querer tal o cual cosa, sea esta buena o mala. Y nosotros somos los únicos responsables de lo que pueda pasar. La voluntad puede escoger la dicha como la desdicha. Pero para que escojamos siempre el bien, aquello que nos mantendrá con una consciencia tranquila; tenemos que formar nuestra voluntad, ya que esta es libre, y nuestra libertad a veces puede traicionarnos. El título sugerido dice: levántate, sé libre. ¿De qué clase de libertad estamos hablando? De la libertad que Jesús nos enseñó. De la libertad que tenemos para hacer el bien, para amar. Sabemos que somos libres para amar como para odiar, para hacer el bien como para hacer el mal; pero nosotros y nadie más que nosotros somos los únicos responsables de las consecuencias surgidas después de nuestras decisiones y de nuestras acciones seguidas de esas decisiones.

Todo circula en torno a nuestras decisiones. Dios nos regaló la libertad para que nosotros la usemos por un bien. Por el bien de los otros como Jesús nos enseñó en su proyecto del amor. Jesús fue libre y con sus acciones para llevar acabo su proyecto nos enseñó que somos libres para amar, para enfrentar el mundo y para dar la vida por los otros si es necesario. Jesús pudo no amarnos, pero Él quiso amarnos y nos lo demostró. Pudo desobedecer al Padre, pero por amor a nosotros dijo: “si quieres aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Pudo someterse a las leyes judías que muchas veces no estaban a favor de la persona; sin embargo, Jesús, por amor quebrantó esas leyes para devolver la divinidad a las personas: “yo tampoco te condeno, vete en paz y no vuelvas a pecar”; “hoy ha llegado la salvación a esta casa” le dijo a Zaqueo. Es la libertad de Jesús. Pudo hacer lo contrario para no meterse en problemas con las autoridades judías, pero por amor al prójimo y por su convicción a favor de la vida fue capaz de usar su libertad para amar y para devolver la divinidad a aquellos que se les había arrebatado por sus acciones no tan buenas.

No es fácil usar la libertad que tenemos para hacer el bien; es que de hecho, actuar por un bien a veces implica “modificar la figura del mundo”. A veces eso implica poner el mundo al otro lado si es que está en la posición equivocada. Ver el mundo de manera distinta y actuar de una manera diferente; por amor y por el bien de nuestros semejantes, de nuestros próximos. A veces esa acción a favor de la vida, de la amistad, del bien; puede ir en contra de los regímenes que a simple vista pueden parecer buenos, pero que en realidad están atrofiando la dignidad de las personas.

Esta acción nuestra cuando ya hemos aprendido a ser autónomos, que podemos discernir y podemos elegir por sí mismos, debe ser una acción por un bien común. Es una acción con la intensión de hacer el bien, puesto que toda acción es intencionada, sea para una consecuencia buena como para una consecuencia mala.

Entonces, en la acción que nosotros, por voluntad propia determinamos debe implicar un discernimiento. Pues somos seres pensantes y por lo tanto podemos deducir si de lo que hacemos traerá una consecuencia buena o una consecuencia mala. Podemos intuir que lo que hacemos es bueno o no tan bueno y qué consecuencias buenas o malas pueden traer como resultado el fruto de nuestra forma de actuar. Además, del resultado de esas nuestras acciones, nosotros y nadie más que nosotros somos los únicos responsables. Si yo mentí, el peso de mi mentita está en mí. Si yo odié, el peso de mi odio está en mí. Si yo hice daño a otra persona, el peso de ese daño que hice está en mí. Yo soy el único culpable y el único responsable de lo que hago. De ese mismo modo, si yo amé, la gloria de mi amor está en mí. Si yo dije la verdad ante una situación injusta, la gloria de mi verdad está en mí.

Nosotros somos los únicos dueños de nosotros. Cuando llegamos a ser ciudadanos, sabemos que lo establecido está en que ya somos lo suficientemente maduros como para elegir acciones de las cuales nosotros somos los únicos responsables. Nosotros incluso podemos elegir por el destino de nuestra vida, aunque aún con el apoyo de los padres; pero ya somos maduros como para conocer lo bueno y lo no tan bueno. Ya somos maduros para discernir por nuestra felicidad y por la felicidad de nuestros semejantes. Pues si hemos nacido es para ser felices y para hacer felices a los demás.

Cada cosa que hagamos, si la hemos hecho mal; o si nos equivocamos, esa acción que ha sido consumada por nosotros, es irreversible. La acción es irreversible. Si nos hemos equivocado, hagamos lo que hagamos ya nada podemos hacer para cambiar esa acción. Y si pasó algo que tanto daño nos hizo, y que nosotros mismos somos los responsables o yo mismo he contribuido para hacer daño a otra persona y por ella para lastimarme a mí mismo; aunque lamente el caso ya nada puedo hacer para que la historia cambie. Lo único que puedo hacer es reconocer mi error, pedir perdón si es necesario, enmendarme y de esa manera tranquilizar mi conciencia y pueda, desde ahí, recordar esas malas acciones mías de una manera distinta. No puedo olvidar esos errores míos que me hicieron daño, pero con una visión nueva, basada en el amor y el perdón, esos recuerdos ya no me atormentarán el alma. Nada más se puede hacer, porque la acción que ha sido consumada por mí ya no puede cambiarse, sino sólo mirarse con lentes distintos a los inusuales, con los lentes del amor y del perdón.

Por eso que cada acción nuestra, cada decisión implica siempre un profundo discernimiento; porque antes de conspirar con un acto que no es bueno, yo puedo abandonar esa intensión. Antes de acuchillar a alguien, puedo arrojar el cuchillo y pedirle perdón de mi mala intensión.

Nuestra vida, en ese sentido, es un constante discernimiento y una constante decisión; pero a veces, nosotros somos concientes de que lo que hacemos no es bueno, pero aun así lo hacemos. ¿Es por nuestra incapacidad de ser nosotros mismos? ¿Es porque nos falta llegar a la madurez? ¿Es porque aún no somos autónomos? Tal vez sí. Pero si Dios nos dio la libertad, esa libertad nos la entregó a cada uno y nos dijo: tú eres libre. Si quieres sigue mis preceptos, si no, igual, tú eres responsable de ti. Pero acuérdate que, en principio, esa libertad debe ser usada para tu bien y por el bien de los demás. No es una libertad para que tú busques satisfacer tus deseos egoístas. Sin embargo, en tus manos dejo tu libertad, dispón de ella.

Es cierto que somos humanos, a veces tan humanos que dejaríamos se serlo si pudiéramos, pero también somos racionales, capaces de analizar las cosas y aferrarnos siempre al bien. Sabemos también que podemos tropezar, y que muchas veces podemos caer con la misma piedra, pese a la dolorosa herida que nos haya causado en el primer tropiezo, pero nuevamente caemos. A veces somos débiles de voluntad y decimos: “nunca más”, pero en el momento menos pensado nuevamente caemos con lo mismo. Débiles de voluntad; humanos, demasiado humanos; por eso que desearíamos dejar de serlo si pudiéramos. Esos golpes a veces nos enseñan a ser más fuertes y a soportar el peso de la vida, pero no olvidemos que si hemos nacido en esta maravilla: la tierra, aunque a veces no la veamos así, es para ser felices, nada más. Y si tropezamos una vez, debemos hacer lo posible por no caer en lo mismo. Recuerden que somos causas libres, no naturales. Una causa libre puede elegir actuar de otra manera; como por ejemplo, arrepentirme y ya no cometer el mismo error. Una causa libre no es determinada, como la causa natural cuyo acontecimiento siempre será de la misma manera, como el fuego quema el papel o como el agua que moja el piso.

Nosotros libremente elegimos lo que mejor nos parezca; y elegimos teniendo previo conocimiento de lo que elegimos. Tal vez a veces elegimos no lo más adecuado, pero de todas maneras nuestra vida es una elección. Así, por ejemplo, yo puedo contribuir, por la libertad que tengo, a que la naturaleza siga con su curso natural. Contribuir a que en nuestra casa: la naturaleza, se siga respirando aire puro, a que los gorriones sigan cantando; y contribuir también a que esa, mi casa se contamine y donde yo mismo esté afectado. El peso de esas acciones mías cae en mis propios hombros y yo soy el único responsable de cargar con ese atrofiante peso a causa de mi irresponsabilidad. Es que somos tan libres que incluso podemos escoger nuestro propio sufrimiento; pero, hay que tener en cuenta que en la mayoría de las veces ese sufrimiento que hemos escogido, no es porque seamos masoquistas, sino porque nos falta la cultura y la reflexión necesarias para concebir una comunidad donde esos sufrimientos no existan.

Es cierto que a veces, cuando elegimos algo lo hacemos con la mejor intensión, pues cada acto tiene su motivo o su fin, y nosotros actuamos siempre por un fin, sea éste bueno o no tan bueno. Incluso a veces podemos actuar por miedo; pero alguien dirá: quien ha actuado por miedo no ha hecho uso de su libertad, pero hasta ese miedo ha sido elegido, porque pudo tener el coraje de resistir y enfrentar el peligro, pero elegimos el miedo con un fin bueno: la conservación de la vida. En ese sentido, “la libertad no tiene esencia”[1]. No está sometida a ninguna necesidad. “En ella la existencia precede y determina a la esencia”[2]. No hay, pues, una esencia en la libertad, porque eso implicaría que la libertad es común y que la libertad del otro es la mía; pero mi libertad es mía y de nadie más. Tu libertad es tuya y de nadie más. La libertad es singular. La libertad es una y única en cada persona.

Un aspecto importante de nuestra experiencia humana, es que no sólo somos libres, sino que también sabemos que tenemos libertad. Nos enteramos de nuestra libertad por nuestros actos. Nos lamentamos y decimos: ¡por qué hice eso! ¡Qué me pasó! Aunque ya nada podemos hacer para cambiar nuestros actos. Por eso que somos necesariamente concientes de nuestra libertad. En eso nos diferenciamos de los animales no racionales. El gorrión también es libre. Las palomas también son libres; pero ellas no son concientes de su libertad. Su instinto es libre; pero nosotros, aparte de eso, tenemos la voluntad y la inteligencia, y podemos discernir los actos. En ese sentido, mi libertad es “la textura de mi ser”[3].

Asimismo, para este caso, podríamos decir, que el hombre es libre en tanto que es conciente de los motivos que solicitan su acción. “Está condenado a ser libre”[4]. Algunos objetarían: pero el concepto “condenado” es contradictorio al concepto “libre”, y si está condenado entonces ya no es libre; pero el sentido está en que hemos sido creados con la capacidad de elegir. No puedo no elegir. Incluso elegir no elegir es también una elección. Querer no querer es también querer. En ese sentido somos condenados a ser libres. Además, si queremos poner un ejemplo análogo, también hay otros ejemplos a nuestro alcance, como decir por ejemplo, que somos absolutamente contingentes. Hay oposición entre los conceptos absoluto y contingente; sin embargo sabemos que es verdad que somos absolutamente contingentes.

Porque el hombre tiene libertad y porque no es un ser determinado es libre. No es suficiente, sino que cada día se está haciendo. Va configurando su propia esencia, sus propios valores de los que él mismo es el responsable, de los que él es el legislador y señor. Nada ni nadie puede ser artífice de mi libertad, sino yo mismo. Por eso que yo y nadie más es el dueño y el único responsable de mis actos. Nada puede determinar mi voluntad, ni siquiera las pasiones, porque la voluntad es libre y puede querer como no querer algo, aunque ese algo sea bueno.

Y como ya habíamos dicho anteriormente, incluso mi miedo es libre y revela mi libertad, porque libremente elijo ser miedoso. Puedo también elegir ser valiente y poner mi libertad en mi valentía. Para eso la libertad debe formarse, para que nada ni nadie puedan determinar nuestra libertad y dirigirla a ciertos fines convencionales; pero nuestras elecciones deben ser autónomas, porque nosotros estamos convencidos para decidir tal o cual cosa; pero no porque los otros me dicen haz tal cosa yo debo hacer lo que los otros dicen. Antes de decidir tengo que discernir. Puedo escuchar y analizar lo que los otros me dicen y sugieren, pero yo y nadie más que yo es el dueño de mis elecciones. Tengo que elegir por mí y no por los demás, pues si me equivoco nadie me va ayudar a cargar el peso de mi lamento y de mi conciencia.

Yo, por voluntad propia decido; y mi elección es libre por el hecho de que mi decisión pudo ser otra, pero yo he decidido que mi elección sea esta o aquella. Así, por ejemplo, algunos de ustedes se ponen de acuerdo y me dicen: vamos de paseo a la “Laguna del Rey”. Alisten su mochila con comida y frazadas para quedarnos a dormir arriba. Yo, libremente acepto ir de paseo con la intensión de quedarme a dormir con ustedes en el cerro. Nos vamos caminando con la pesada carga. Sin embargo, por el camino me canso, me rindo a mi cansancio y decido arrojar la mochila al borde del camino y me dejo caer junto a él con el fin de descansar. Los demás tal vez me reprocharán por mi acto. Me tratarán de flojo, puesto que falta poco para llegar a la meta y descansar todo el tiempo que sea necesario, pero yo soy libre incluso para dejarme llevar por el cansancio y abandonarme al camino aun cuando haya podido resistir más la fatiga junto a ustedes y aguardar el fin de la etapa para descansar y alegrarnos juntos por haber llegado a la meta.

En ese sentido, el responsable de mi acto y de mi cobardía frente al cansancio soy yo y nadie más. Además la fatiga por sí misma no podría determinar mi decisión si no es porque yo, libremente quise darle la oportunidad de descansar a mi cuerpo antes del tiempo previsto. La fatiga en ese sentido, “es la manera en que yo existo mi cuerpo”[5]. Pero me quedaré con el atributo de que yo soy un flojo, mientras que ellos tuvieron el coraje de resistir.

Pero tal vez, aquí podemos analizar el caso con el complejo de inferioridad. Es cierto que yo libremente me abandono al borde del camino, vencido por el cansancio; tal vez la cuesta larga, el peso y la noche agitada han contribuido a construir mi fatiga y mi decisión de rendirme en el camino; pero yo, con un poquito más de esfuerzo pude llegar, aunque sea el último. Tal vez al sentirme impotente me impuse la idea de que los otros son superiores a mí y que por eso pueden soportar más que yo. Y como consecuencia me abandoné y decidí no llegar a la meta. En ese sentido, la inferioridad es una decisión mía como proyecto. Y decido dar la oportunidad de que sólo los otros lleguen a la meta, mientras que yo elijo quedarme en el camino. Ese proyecto que me he trazado es libre, aunque para los otros sea un escándalo. Pero, me atrevo a decir aquí, que, si eso sucede es porque nos falta ser autónomos. Aún nos falta madurar la idea de que cada uno de nosotros ha nacido para ser grande, y que a esa grandeza no sólo se llega con una sonrisa, sino muchas veces con lágrimas.

Nuestra elección es absoluta. Lo que hayamos decidido, decidido está, pero el destino de esa elección que he hecho, en mi historia, en mi narrativa, siempre quedará como elección, aunque puedo cambiar el destino al que me estaba encaminando esa elección. Por consiguiente, puedo cambiar de elección con el fin de de disfrutar de una vida mejor y por mi felicidad, aunque ya no pueda hacer nada por borrar de mi mente mis erróneas decisiones anteriores. Las decisiones quedarán siempre como decisiones en nuestra memoria. El instante del presente puede abrirnos los ojos y hacernos ver con claridad que en tiempos anteriores lo que hemos elegido no es aquello que nos hará felices, sino aquello que nos reprimirá por el resto de la vida. De ahí, por nuestro bien tenemos la libertad para escoger lo mejor, aquello en el cual podamos sentir la plenitud para nuestra vida. Aquello que satisface completamente nuestras ilusiones y ya no nos hace ambicionar nada más, porque lo que tenemos y lo que hacemos nos hace felices.

Quienes somos y quienes seamos en el fututo es elección, y “de nosotros depende elegirnos como grandes o nobles, o viles o humillados”[6]. Si escogemos la humillación, podemos decir, tal vez, que hemos elegido vivir como masoquistas. Incluso eso podemos elegir. Retomando lo antedicho, podemos escoger el complejo de inferioridad; y con ese argumento puedo excusarme de que no soy capaz de hacer tales obras o trabajos, por el hecho de que soy inferior a los otros. Pero elegirme así, es optar por se el último. Es optar por hacerme semejante a una cosa y no como una persona con la potencialidad de llegar a ser grande. Pues hemos nacido para crecer; y para eso tenemos que hacer uso de nuestra libertad, porque la libertad es libertad para elegir. Es libertad con la facultad de actualizar las potencialidades a favor del bien.

Y de todo eso que hayamos elegido somos los únicos responsables. Pues al ser libres llevamos en nuestros hombros el peso íntegro del mundo. Soy responsable de este mundo y de mí mismo, porque yo y nadie más que yo es el dueño de mis acciones en el mundo. Por eso que esa responsabilidad de mi libertad puede ser agobiadora. Pues “lo que me ocurre, me ocurre a mí y no podría dejarme afectar por ello, ni rebelarme, ni resignarme”[7]। Todo lo que me ocurre es mío y de nadie más. Siempre soy el responsable ante el tribunal de mi conciencia de todo lo que me ocurre. Como esa decisión mía que ha desencadenado el proceso para que algo me ocurra es mía, entonces la responsabilidad es mía. En mis hombros está el peso de mis acciones. Depende de mí para que un acontecimiento no bueno no exista. Depende de mí para que mis elecciones me lleven a disfrutar de una vida feliz y no de la desdicha.

Día a día me elijo y día a día me voy haciendo por responsabilidad propia। Si considero que he perdido diez años, esa responsabilidad es mía. Somos arrojados en el mundo, no en el sentido de que permanezcamos abandonados, pasivos, sino en cuanto a que las responsabilidades de nuestras acciones son nuestras y de nadie más. No puedo escapar de mi responsabilidad de mis acciones. Las acciones son mías y la responsabilidad de mis acciones es mía. Hasta soy responsable de mi responsabilidad de escapar de mis responsabilidades. En ese sentido estoy determinado a ser íntegramente responsable de mí mismo. Soy arrojado para ser libre y para ser responsable de mis actos. Por eso que aprendamos a ser libres, pro libres para hacer el bien y para ser felices y hacer felices a los demás.

[1] SARTRE, Jean Paúl. EL SER Y LA NADA. Ensayo de ontología fenomenología, Editorial Losada, S.A., Buenos Aires, 1966, p. 543.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd., p. 544.
[4] Ibíd., p. 545.
[5] Ibíd., p. 561
[6] Ibíd., p. 582.
[7] Ibíd., p. 575

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