domingo, 19 de julio de 2009

Disyuntiva entre Lutero y Trento

1.- Lutero y su sacramentología

Antes de entrar al desarrollo de lo que significa la reforma protestante y luego a la repuesta que da el Concilio de Trento a dicha reforma, hay que tener en cuenta que el principal exponente de esta visión considerada por muchos católicos como contraria a la doctrina católica es Martín Lutero. Fue un católico sacerdote de la orden de San Agustín. De ahí se puede entender que muchos puntos de vista suyos sobre sacramentos, sobre gracia, sobre cristología o sobre antropología teológica están presentes en las obras de San Agustín, de quien Lutero recibió bastante influencia.

Pero lo que nos interesa tener en cuenta para nuestro trabajo es, sobre todo, la doctrina sobre los sacramentos. Las proposiciones luteranas respecto a los sacramentos se encuentran en su obra "De captivitate babylonica Ecclesiae praeludium"[1]. Aunque en Lutero no hay una expresión compacta y sistemática sobre la teología sacramentaria, del conjunto de sus obras y de las diversas actitudes que adoptó durante su vida, se puede decir que los sacramentos son signos que reúnen en sí la palabra y la promesa adjunta de Dios. En ese sentido cabe decir lo siguiente:
"Más que signos de la gracia, son signos de la promesa de Dios, aplicados a cada individuo. Toda su eficacia está en que se reciban con fe. Porque dependen totalmente de la fe, puesto que el que cree es como aquel que tiene que navegar sobre el agua, y es tan tímido, que no se fía de la nave, y así tiene que quedarse y nunca llega a la bienaventuranza"[2].

Lutero, para eso, distingue entre el signo externo (el sacramento), la significación interna espiritual y la fe que da la persuasión de que se hará lo que significa el sacramento. Esas distinciones podemos encontrarlas en los sermones sobre el sacramento de la penitencia (1519), sobre el bautismo (1519) y sobre el cuerpo de Cristo (1519).

Ahora bien, esos sacramentos, según Lutero, sólo pueden ser instituidos por Cristo y no por la Iglesia. Además, si son instrumentos a través de los cuales se confiere la gracia, tan sólo pueden ser instituidos por Jesucristo, que es el único con capacidad para vincularles el efecto santificante que otorgan. Esta postura sacramental está también en el pensamiento de Santo Tomás, pero Lutero también la asume para sustraer a la Iglesia la capacidad para instituir. El problema ahora es: ¿qué significa que un sacramento sea instituido por Jesucristo según la visión de Lutero? Su respuesta es la siguiente: "instituir es lo mismo que determinar de manera concreta el signo sacramental"[3]. Con esta respuesta, hoy día sería como precisar de modo inmediato y particular la materia y la forma del sacramento. Y sin esta concreta determinación por parte de Jesucristo no hay institución, y por lo tanto, no hay sacramento.

Con esa visión sobre el sacramento, Lutero tratará de buscar referencias bíblicas sobre la institución de cada uno. Al no encontrar textos que justifiquen su postura sobre la institución divina, entonces concluye que los siete sacramentos establecidos por la Iglesia no habían sido institución de Cristo, puesto que no había signos en la Sagrada Escritura. Sólo encuentra claras referencias al bautismo, a la eucaristía y a la penitencia. En consecuencia, para Lutero, sólo esos tres serían los instituidos por Cristo, mientras que los otros cuatro serían una invención de la Iglesia. Aunque, respecto a los tres sacramentos precisaba que, "si el lenguaje teológico ha de adaptarse al bíblico, deberá hablar de un sacramento único y de tres signos sacramentales"[4]. También acerca de esto dirá Melanchton, discípulo de Lutero:
"Porque estos ritos tienen mandato de Dios y promesa de gracia, que es propia del Nuevo Testamento. Los corazones deben creer en el interior cuando nos bautizan, cuando comemos el cuerpo del Señor, cuando nos absuelven, que verdaderamente Dios nos perdona por Cristo. Y Dios mueve los corazones al mismo tiempo por la palabra y el rito para que crean y conciban la fe... Estos sacramentos son ceremonias que Cristo Mandó observar y a las que añadió la promesa de la gracia"[5].

Como vemos, para Lutero y para los luteranos, el sacramento debe estar referido en el Nuevo Testamento, de lo contrario es una invención de la Iglesia del papa mas no de la Iglesia de Cristo; no sólo porque no ha recibido promesa alguna de la gracia, sino porque no se hace mención sobre el mismo en la Sagrada Escritura. Luego, en los sacramentos que no están explicitados en la Biblia se concentra la herejía católica.

Como ya habíamos dicho, para Lutero, los sacramentos son signos que por la institución y la promesa divina llevan anexado el perdón de los pecados. Es un pensamiento que ya estaba presente en algunos teólogos medievales, como Agustín, Tomás, Escoto y Hugo de san Víctor. Lutero, de manera conciente o inconciente hizo suyo parte del pensamiento de estos teólogos. Así, por ejemplo, podemos ver que la doctrina sobre el hilemorfismo en la teología sacramental de Tomás, es asumida por Lutero al formular la institución inmediata por Jesucristo de los signos sacramentales. En consecuencia, cuando Lutero afirma "que los signos sacramentales han de haber sido determinados en concreto por Jesucristo, entronca con la más genuina corriente del pensamiento medieval"[6]. Su única diferencia respecto a los escolásticos consiste en radicalizar las expresiones de los medievales respecto a los sacramentos. Eso hizo afirmar a Lutero que "tan sólo es sacramento aquel signo que ha sido explícitamente determinado por la voluntad institucional de Jesucristo"[7].

Pero así como asume muchas expresiones medievales respecto a los sacramentos, también hay otras tantas que las critica. Así, por ejemplo, "arremetió contra la fórmula escolástica que venía defendiendo los sacramentos como signos eficaces de la gracia, y, sin reparar en el extremismo de su formulación, llegó a tildarla de impía y de opuesta a la fe cristiana en su sentido de definir la naturaleza de los sacramentos"[8]. Lutero, por tanto, niega la eficacia causal de los sacramentos. Con vemos, es un rechazo de la filosofía en el lenguaje sacramental. Pero, así como rechaza la causalidad sacramental, rechaza también la medicación de un signo ejercido por un hombre (sacerdote) al servicio de la gracia santificante que ha de recibir otro hombre. La única mediación necesaria es la de Cristo salvador. En ese sentido sólo le importa la dimensión soteriológica de Cristo, pero no su condición histórica. De Cristo le interesa saber que es el Verbo salvador, pero no el Jesús de Nazaret como mediación. A Lutero le interesa la dimensión sanante o medicinal de los sacramentos y esa teología es llevada hasta sus últimas consecuencias.

Para Lutero, Cristo vinculó al signo sacramental la promesa del perdón del pecado. Pero los sacramentos sólo han sido instituidos para alimentar nuestra fe. Y es esa fe la que provoca el perdón por la gracia de Dios, pero no el sacramento en sí. Pero "esta forma de hablar pone de manifiesto el pesimismo antropológico que domina todo su pensamiento hasta no permitirle advertir que los sacramentos no se agotan en el efecto sanante del perdón del pecado, e incapacitarle para comprender el efecto cristológico-eclesial de determinados signos sacramentales, que, al margen del inmediato perdón del pecado, capacitan a quienes los reciben para ejercer acciones muy peculiares en la Iglesia"[9]. El problema de Lutero estuvo en que de Agustín siguió sólo el carácter sanante sobre los sacramentos, pero no la dimensión eclesial, pues si hubiera tomado en cuenta todo esto, no hubiera reducido a los sacramentos al mero perdón del pecado. En ese sentido nos atrevemos a decir que Lutero fue agustiniano en el aspecto que le convenía para hablar sobre sacramentos, pero no en eclesiología.

Ahora bien, cuando Lutero dice que los sacramentos sólo han sido instituidos para alimentar nuestra fe, hay que tener en cuenta dos aspectos sacramentales: a) El hombre ha de aceptar y asumir desde la fe el signo sacramental instituido por Jesucristo, con lo cual el sacramento se convierte en ocasión para profesar la fe. b) La fe es el nexo de unión entre el signo sacramental (sacramentum tantum) y el efecto mismo del sacramento, que es la gracia (res sacramenti). En ese sentido, "sólo en la medida en que el hombre cree que Dios le otorga su misericordia por la fe que profesa ante el sacramento, éste le resulta verdaderamente eficaz"[10]. Como vemos, Lutero vincula el efecto del sacramento a la fe del creyente, y, en ese sentido niega que el signo sacramental cause la gracia en virtud de lo obrado (el ex opere operato), puesto que ninguna otra acción que la fe puede salvar. La conclusión que Lutero saca al respecto es la siguiente: "los sacramentos tan sólo son medios para la justificación en cuento motivan la fe que justifica, de modo que toda la eficacia de los sacramentos depende exclusivamente de la fe, y no de cualquier otra capacidad inherente en los sacramentos"[11].

2.- Respuesta de la Iglesia católica: Concilio de Trento

Frente a ese planteamiento de Lutero respecto a los sacramentos, la Iglesia, mediante el Concilio de Trento, dio respuesta a las posiciones de la doctrina luterana sobre los sacramentos. El objetivo era juzgar la doctrina de los reformadores desde la misma doctrina de la fe de la Iglesia. Pero donde más se detuvieron en dar respuesta fue a la obra De captivitate babylonica de Martín Lutero. Ahí, los tridentinos revisaron y juzgaron las siguientes posturas, típicas de la reforma:
"Que sólo fuerza la Sagrada Escritura a admitir una verdad, prescindiendo de la Tradición; que la justificación se produce por la sólo fe sin la gracia interna, por la sola imputación de los méritos de Cristo; que no se da sacerdocio de consagración ontológica y jerárquica, fuera del sacerdocio común de los fieles"[12].

Lo que hacen los conciliares, por tanto, es formular respuestas concretas desde la doctrina de la Iglesia a cada una de las cuestiones tocadas por los reformadores. Para eso se agruparon las proposiciones en tres: a) las que debían ser condenadas, 2) las que exigían una aclaración, de si era o no ortodoxo, y c) aquellas proposiciones sobre las que se debía guardar silencio. El error de Trento estuvo en que se limitó a dar respuesta a las llamadas herejías. De ahí que no hizo una teoría general se los sacramentos; y, por esa forma de proceder, podríamos decir que no es la doctrina católica sobre los sacramentos. No es que no haya habido teólogos serios respecto al tema sobre los sacramentos, los había, pero sólo trabajaron en aquellos puntos que la reforma había cuestionado. "El Concilio abordó la cuestión tan sólo desde la vertiente negativa del rechazo y de la condenación"[13].

Desde esa perspectiva, entonces, Trento analiza aquella afirmación luterana, según la cual todos los sacramentos han sido instituidos para nutrir la fe. Y como anteriormente habíamos visto, para Lutero los sacramentos no pasan de ser meros signos que manifiestan la misericordia de Dios a los hombres, y que para conseguirla han sido motivados desde la fe, que ha de actuar ante los signos sacramentales. Aquí el concilio de Trento condena esta manera de presentar los sacramentos según la función exclusiva de la fe. Pero aparte de eso, Trento también "afirmó de modo positivo que los sacramentos son verdaderos signos de la fe"[14]. Luego, al tratar la relación entre fe y sacramentos, se dedica a exponer las causas de la justificación, afirmando de ese modo que el bautismo es la causa instrumental de la justificación y que es sacramento de fe. Ahora bien, "cuando Trento negó que los sacramentos hubiesen sido instituidos para alimentar la fe, como pretendía Lutero, no estaba desvinculando una y otra realidad, ni estaba proponiendo la fe por una parte y los sacramentos por otra, sino que estaba estableciendo la unidad salvífica que exige afirmar al mismo tiempo la necesidad de la fe para la justificación y la eficacia de los sacramentos"[15]. Además, los sacramentos no sólo suponen la fe, sino que por medio de las palabras, en cuanto son signos, la nutren y la robustecen.

El siguiente aspecto a tratar, es sobre la causalidad de los sacramentos. Como habíamos visto líneas atrás, Lutero niega que los sacramentos causan la gracia ex opere operato, es decir, "que la causan por sí mismos y en virtud de la misma obra realizada, mientras no se les oponga un obstáculo por parte de quien los recibe"[16]. Este planteamiento sobre la causalidad de los sacramentos había sido propuesto por Pedro Lombardo, según el cual, los sacramentos causan la gracia. Luego, esta postura es asumida por Pedro de Poitiers, quien estableció la distinción entre lo que se opera y el que opera. De ese modo, también Santo Tomás, sintetizando el pensamiento de los anteriores concluye que "los sacramentos causan la gracia en cuento son instrumentos al servicio de Dios, y, por lo tanto, quien la causa es Dios, aunque a través de determinados instrumentos"[17]. Pero otro de los aportes que se tomará en cuenta es el de Duns Escoto, quien presenta el sacramento "como signo sensible y eficaz a través del cual Dios, que es siempre fiel a su promesa, confiere la gracia al hombre, mientras no oponga un obstáculo"[18].

Todos esos aportes sobre los sacramentos se tuvieron en cuenta por los conciliares, sin embargo, el Concilio, como se había propuesto responder a las consideradas herejías, como ya lo habíamos dicho, afirmó lo que era admitido por todos: "que los sacramentos causan la gracia siempre y a todos, con tal que no opongan un obstáculo"[19]. Con esto lo que el Concilio hizo no fue sino definir la fe de la Iglesia en la eficacia de los sacramentos, y propuso con toda claridad que "la justificación, en función de la cual son comprensibles los sacramentos, no es debida al mérito de los actos humanos, sino al hecho de recibir los sacramentos con la debida disposición"[20]. Según este modo de proceder, en el proceso de justificación del hombre, quien otorga la gracia es Dios por medio de los sacramentos. Y con eso Trento dio repuesta a Lutero sobre la causalidad de la gracia sacramental (ex opere operato).

De ese mismo modo, haciendo referencia a posturas anteriores sobre los sacramentos, Trento justificó la postura de los siete sacramentos tomando como referencia el concilio II de Lyón y el decreto promulgado en Florencia para los Armenios, según los cuales los siete sacramentos y solamente ellos tienen en el Nuevo Testamento su particular fundamentación, pese a que el número de los mismos no se halla expresamente tipificado. Pero que la Iglesia, mediante el servicio que le iba prestando la teología, fue adquiriendo conciencia de que los sacramentos son siete y que a cada uno de ellos ha instituido Cristo. Con eso, según el Concilio, "la Iglesia alcanza el conocimiento explícito de la revelación a través de un proceso vivencial, en el que, bajo la acción del Espíritu Santo, penetra progresivamente en el dato revelado hasta alcanzar el sentido pleno del mismo"[21]. Con eso el Concilio hace explícita la postura de la Iglesia, según la cual, el número siete de los sacramentos pertenece a la revelación y que el significado de este hecho se alcanza por el acto de la fe en la palabra revelada por Cristo. Así fue como procedió el concilio de Trento para justificar la fe de la Iglesia y para juzgar y condenar la doctrina luterana sobre la teología sacramental.

[1] NICOLAU, Miguel. Teología del signo sacramental, B.A.C., Madrid, MCMLXIX, p. 390. Lutero habla que a las promesas divinas se junta un signo. Luego, "Dios además de sus palabras, nos dio también un signo para confirmar y robustecer nuestra fe. Así, a Noé le dio el arco iris; a Abrahán, la circuncisión; a Gedeón el rocío que cayó sobre la tierra y el vellocino... El mismo Cristo, en este testamento, hizo y juntó a su palabra un sello y signo poderoso y nobilísimo, esto es, su propia y verdadera carne y sangre, bajo el pan y el vino. Porque nosotros, hombre débiles, que vivimos con los cinco sentidos, necesitamos, además de las palabras..., también, también, al menos, de alguna señal externa, de modo, sin embargo, que el mismo signo sea algún sacramento, es decir, que sea externo, pero que tenga y signifique una cosa espiritual, de modo que por las cosas externas vayamos a las espirituales y captemos las cosas externas con los ojos del cuerpo; las internas, internamente, con los ojos del corazón".
[2] Ibíd.
[3] ARNAU, Ramón. Tratado general de los sacramentos, B.A.C., Madrid, 1998, p. 136.
[4] Ibíd. Cita a Lutero en su De captivitate babylonica, en WA 6, 501,33-38.
[5] NICOLAU, op. cit., pp. 391-393.
[6] ARNAU, op. cit., p. 138.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd.
[9] Ibíd., p. 140.
[10] Ibíd., p. 142.
[11] Ibíd., p. 143.
[12] NICOLAU, op. cit., p. 397.
[13] ARNAU, op. cit., p. 161.
[14] Ibíd.
[15] Ibíd., p. 165.
[16] Ibíd.
[17] Ibíd., p. 168.
[18] Ibíd., p. 170.
[19] Ibíd.
[20] Ibíd., p. 171.
[21] Ibíd., p. 158.

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