sábado, 18 de julio de 2009

La muerte en Venecia: belleza y literatura

Introducción

Comprometido con el Seminario de Estética, me he interesado en analizar la obra "La muerte en Venecia" de Thomas Mann. Intentaré abarcar la obra en toda su complejidad y totalidad, pero basándome en el personaje principal: Aschenbach. Analizaré la obra desde el modo cómo está elaborada, ya que, como afirma Hegel: "la unidad éste [el concepto] con la apariencia individual es la esencia de lo bello y de su producción por el arte".[1] Y esta aprehensión podemos captarla sólo a través del concepto. Justamente, en La muerte en Venecia podemos captar esa representación bella a través del concepto. Sobre todo porque vemos aquí, la habilidad de Thomas Mann para trabajar el problema humano, su complejidad y su búsqueda de sentido a través de la percepción sensible de la belleza. La belleza como parte fundamental de lo humano; pues se puede vivir sin que nada falte materialmente, pero la vida cobrará sentido sólo en cuanto se descubra que algo es bello y que produce plena satisfacción, al margen de todo.

Se trata, por tanto, de una relación interior del hombre con aquello que él ha descubierto como bello. Es el encuentro con la causa que produce conmoción espiritual y que llena de vida y sentimientos a quien la ha descubierto. Pero, es también un desarrollo interior de la persona, puesto que, la consecuencia subjetiva surgida después que ha descubierto esa belleza, lo impulsará a crear o recrear. Esa belleza se convierte en la fuente de sus pensamientos, sentimientos, emociones; en la fuente de su inspiración, de tal manera que, será capaz de arriesgar incluso la vida tan sólo por sentir aquello que ha descubierto como bello y que produce en él inquietud, pero también satisfacción espiritual. Es el caso de Aschenbach, personaje representado por Thomas Mann en su obra.

Podríamos decir que, una vez descubierto aquello que el hombre ha percibido como bello, como maravilloso, como sublime; no hace otra cosa sino tomar una decisión que tiene repercusión en sus acciones, "una decisión existencial"[2] que determina las condiciones de su vida, e incluso determina la intensión final de sus principios. Pues lo que vemos aquí, es que "el sentido de la vista o el espíritu, así como el entendimiento se alegran, el sentimiento es excitado, en que se despierta el placer. Todo gira en torno a un gozoso despertar"[3].

Nos adentraremos principalmente en analizar el desenlace literario de la obra, desde el punto de vista de lo bello y artístico. Sobre todo en cómo trabaja el problema humano y cómo describe cada detalle de Aschenbach. Si bien es cierto que la "belleza es idea"[4], pero esa idea se pone de manifiesto a través del concepto, mediante el cual "lo bello debe ser verdadero en sí mismo"[5].

Una lectura desde la situación

Thomas Mann empieza describiendo la edad del personaje. Tenía ya cincuenta años. Aquí la edad es un dato importante para entender al personaje. Pues lo describe como un hombre que ha atravesado toda una vida de trabajos, preocupaciones, aventuras, etc. Y debido a eso empieza a sentirse "sobreexcitado por el difícil y azaroso trabajo matinal que le exigía [...] un máximo de cautela, perspicacia, penetración y voluntad de rigor"[6]. Podemos contemplar aquí, a un ser humano ya cansado por todo lo que se había impuesto, y lo que necesitaba era relajarse, tomar energías. Así que, como cualquier otro podría sentirse al llegar a esa etapa de la vida, decide salir de su casa confiando en que un pequeño relajo podría devolverle el ánimo y las energías.

Se había dedicado toda la vida a un arduo trabajo en la literatura. Siempre había estado guiado por sus principios racionales, pero esta vez necesitaba algo más que eso. Esta vez se ve impulsado a salir fuera de los común, a ver nuevas cosas, a sentirse liberado de su trabajo, a disfrutar de su derecho al descanso, al olvido, e incluso a su derecho a pensar distinto; o a llegar a pensamientos nuevos desde una experiencia nueva.

¿Es que acaso se sentía reprimido a algo que jamás le había hecho feliz? Tal vez no hay una respuesta categórica; pero lo cierto es que, Mann describe a un hombre que quiere salir de su cotidianidad, de su trabajo, de su rutina. Describe en él un ansia de liberación de lo que venía haciendo. Es como si aquello a lo que por mucho tiempo se había dedicado ya no satisficiera su espíritu; ya no era esa fuerza pasional que había sentido por el trabajo al que toda su vida se había entregado. Hay una disconformidad con su talento: la literatura.

Sentía "esa apetencia de lejanía y cosas nuevas, ese deseo de deseo de liberación, descarga, olvido, ese impulso de alejarse de la obra, del escenario cotidiano de una entrega inflexible, apasionada y fría"[7]. Es ya una insatisfacción personal. Necesita ver el mundo de manera diferente, y emocionarse y admirarse de verdades distintas a la usual.

Quería salir de su cotidianidad, sin embargo se sentía inundado por el desgano. Se sentía débil de voluntad para hacerlo. Y entró en un momento a no saber qué hacer para recuperar el ánimo espiritual. Era para él un momento desesperado y angustiante. Y no era porque en su trabajo haya fracasado, pues la nación entera lo honraba; sin embargo, él sentía insatisfacción, soledad. No sabía cómo salir de este estado de ánimo que lo mataba y para eso considera que hacer un stop a su rutina le haría bien. Tal vez era necesario "un cambio de aires que le renovara la sangre"[8]. La posible solución para recuperar ese desaliento espiritual sería, pues, viajando. Es lo que él cree. Aquí no funcionan las recomendaciones de Séneca a su amigo Lucilio: "Debes cambiar de alma, no de clima. Por más que surques el anchuroso mar, por más que, en frase de nuestro Virgilio, "tierras y ciudades se alejen de tu vista" [...] huyes contigo mismo. Tienes que descargar el peso de tu alma"[9].

Aparte de eso, Mann dice que el sentido de responsabilidad y la dedicación plena a su trabajo era una herencia de sus antepasados. Y la conciencia de eso hizo que él jamás se dedicara a los momentos placenteros de la vida. Pues lo único que había heredado era "un sentido del deber austero y escrupuloso con impulsos más oscuros y forzosos"[10], lo cual dio origen a un artista, acostumbrado al esfuerzo intenso por dar lo máximo de sí para su trabajo. Se entregó con alma, vida y corazón a aquello que le gustaba hacer, pero jamás se dio la oportunidad de vivir su juventud con intensidad. No es que Mann esté describiendo con mera exactitud las acciones de este personaje, ya que ésta "se limita a la llamada imitación de la naturaleza"[11]. Tal vez lo que busca, es, como diría Hegel, que "lo externo debe concordar con algo interno que en sí mismo concuerde y precisamente por ello pueda revelarse en lo externo como sí mismo"[12]. Ése es el valor del arte, y desde esto estamos contemplando la forma como trabaja Mann su personaje en La muerte en Venecia.

Aschenbach, aparte del arduo trabajo, de su rígida disciplina; aspiraba también a la fama desde que era estudiante; pues era un alumno muy destacado y eso lo había convertido en una persona que se esforzaba por estar por encima de los demás. Y tal vez fue eso lo que le hizo que se olvidara de sí mismo, sobre todo de vivir plenamente su juventud. Tal vez fue eso lo que lo alejó de todo aquello que tiene que ver con la jovialidad. Pues da la impresión de que lo único que le importaba era demostrar que era talentoso en su trabajo y "que era capaz de atraerse los favores del gran público y el interés administrativo"[13]. Esas actitudes individualistas fueron aquellas que incluso lo alejaron de la posibilidad de tener amigos, de convertirse en una persona sola entre la multitud. Y así vivía día a día, soportando, luchando y venciendo los embates de la vida. Incluso su palabra favorita era "resistir", dice Mann. Creía que no tenía otra alternativa sino tener el coraje de resistir.

Era un personaje que "jamás había conocido el ocio"[14]. Y eso a tiempo largo iba a traer sus consecuencias, que de hecho ya había empezado a vivirlas al sentirse un hombre cansado y solo. Da la impresión de que a pesar que se había entregado apasionadamente toda su vida al trabajo, nunca se había sentido satisfecho, pues "deseaba ardientemente llegar a viejo, pues siempre había pensado que sólo es en verdad grande, perfecto y digno de auténtico respeto"[15]. Sin embargo, a pesar de todo lo que vivía, valoraba su trabajo, porque pensaba que "casi todo lo grande que existe, existe como un a pesar de, y adquiere forma pese a la aflicción y a los tormentos, pese a la miseria, al abandono y a la debilidad física, pese al vicio, a la pasión y mil impedimentos más"[16]. Era un personaje que tal vez no se sentía feliz con lo que hacía, pues su desesperación, su angustia demostraban insatisfacción; sin embargo, conservaba la firmeza de su acción.

Aparentemente era un personaje pasivo, que soportaba los golpes de la vida sin hacer nada para cambiar. Sentía como si la espada hubiera atravesado su alma. Sentía ya la amargura de vivir, de hallarse en un sin sentido; sin embargo, a pesar de eso, "se mantiene firme en su pudor"[17]. Y esto es una fórmula bella de su carácter aparentemente pasivo.

Era un personaje de aquellos que se sienten caídos, pero nunca vencidos. Además en el ámbito literario había logrado hacerse muy conocido y valorado. Pero era por la preocupación de sí mismo de mostrar para los demás "una conducta entrañable puesta al servicio"[18]. Así era como se había hecho conocer, sin vicios, sin pecados. Una persona intachable, "hasta se podría decir que toda su carrera había sido una conciente y obstinada ascensión hacia la divinidad, más allá de los mil y un obstáculos interpuestos por la ironía y la duda"[19].

Lo que vemos, es, sobre todo, la naturalidad como Mann trabaja el problema humano en Aschenbach. Además, dice Hegel: "en la figura humana lo esencia es la expresión de lo espiritual"[20]; y no se trata tanto de que Mann describa al personaje como es en su naturaleza, sino más bien en cómo narra los hechos naturalmente de este personaje; ya que, "el arte no es capaz de lograr enteramente lo que se haya en la naturaleza"[21]. Sin embargo, todo el ánimo humano y todo aquello que alberga en lo más íntimo de su ser, con "cada sentimiento y pasión, cada uno de los intereses más profundos del pecho, esta vida concreta, conforman la temática viva del arte, y el ideal de su representación y expresión"[22].

En ese sentido podríamos decir que, Mann, describe a Aschenbach en su complejidad y en la totalidad de sus acciones como fruto de su inquietud y conmoción internas. De hecho, la disciplina que Aschenbach se había impuesto, había traído consecuencias en sus acciones presentes, y no sólo en su vida emocional sino que también produjo repercusiones en su producción literaria. Pues su estilo había empezado a cambiar y sus escritos se fueron llenando de un "trasfondo tradicional bien pulimentado, conservador, formal y hasta formalista [...], fue desterrando de su lenguaje toda expresión vulgar"[23]. Se había convertido en un personaje muy aferrado a formalismos y tal vez a moralismos; que, como veíamos más atrás, ya no satisfacían su espíritu. Había procurado gozar intensamente en su trabajo, y tal vez el arte de escribir le había deparado más placer que una vida llena de pasiones y goces fugaces de la vida; pero ahora, pese a que su arte era su vida, no hacía sino consumirle el alma con la experiencia del vacío, hasta tal punto que buscaba acérrimamente despertar en una nueva experiencia que colme de gozo su alma.

La acción determinante

Decide irse y se expone a un riesgo, a "la búsqueda y repetición de la propia ipseidad, donde cada acto [suyo le] amenaza con un destino [...] y con la imposibilidad sentida de empezar de nuevo"[24]. El lugar pensado era la Isla de Adriático. Creía que allí disfrutaría de ese "exotismo insólito"[25] que tanto necesitaba y que no se había permitido en la juventud debido a su pasión por el trabajo que realizaba y al que había consagrado su vida.

Ya había llegado a aquella isla, pero lo curioso es que una vez que ha pasado ya algunos días en la isla, se da cuenta de que su estado de ánimo era el mismo. ¿Qué era lo que estaba buscando entonces? ¿Qué era lo que quería y que él mismo desconocía? Lo único que se sabe es que "algo en su interior le inquietaba, induciéndole a partir sin saber muy bien adónde, de modo que se puso a estudiar itinerarios y a mirar alrededor en busca de soluciones"[26]. Tal vez se arriesgaba a un destino equivocado; sin embargo, la travesía le daba la esperanza de que tal vez ese destino al que se disponía, le había reservado nuevos entusiasmos y emociones o quizás una tardía aventura sentimental. Tenía que exponerse a ese inevitable destino que aún desconocía y que en algún momento tenía que ponerse de manifiesto.

Empieza ahora su travesía hacia Venecia. Y una vez que llegó, veía que tanta gente bajaba y subía, el desorden del gentío en la embarcación, pero los sentimientos y observaciones de Aschenbach eran de un hombre solitario y parecía que cada vez sus sentimientos eran más confusos y más intensos. Era un solitario en medio de la multitud. No sabía qué era lo que necesitaba para que su vida cobre sentido. Sus pensamientos eran cada vez más extraños y revelaban tristeza en su estado anímico. Pero "la vida humana en general es una vida de disensión, luchas y dolores. Pues la grandeza y la fuerza sólo se miden verdaderamente por la magnitud y la fuerza de la oposición"[27]. Justamente esa experiencia era lo que en él engendraba lo más peculiar de sus decisiones. Buscaba lo que a él pueda satisfacerle y ya no se ponía a pensar si lo que decidía era o no lo más adecuado para mantener su buena fama ante la sociedad. Se dejaba guiar por sus apetencias espirituales y él solo sería el único responsable de lo que podía sucederle, nadie más.

Sin embargo, todo era para él como una poesía. Su soledad engendraba en él el atrevimiento y la aventura. Eso hacía que sus mismas acciones le hicieran desembocar en lo extraordinario y bello, algunas veces en lo desagradable, en lo inoportuno, e incluso en lo absurdo, puesto que ni él mismo entendía porqué se sentía así. Para eso procura vivir intensamente cada nueva experiencia que encontraba durante la travesía. Así por ejemplo, cuando la embarcación llegó al puerto, Aschenbach "se arrellanó entre los cojines, abandonándose al vaivén del dócil elemento y cerrando los ojos para disfrutar de una indolencia tan dulce como inhabitual. La travesía será corta pensó. ¡Ojalá fuera eterna! Y sintió que el suave balance lo iba alejando del gentío y de la confusión de voces"[28].

El encuentro con la "belleza"

Llegó a Venecia y ahí se hospedó en el Hotel de los Baños. Un lugar muy próximo al mar, que, cautivado por su belleza, sale a caminar y ahí disfruta de su paseo, sin saber aún lo que le esperaba. "En sus manos se ponen los fines e intereses más esenciales y su circunspección, coraje, su tenacidad, su espíritu tienen que decidir sobre lo más importante"[29]. El tiempo de cumplimiento de su destino había llegado. Entre la muchedumbre del Hotel ve a un joven polaco de unos catorce años y se asombra muchísimo, pues para él era como si la belleza estuviera encarnada en ese joven. Su apariencia física le hacía "pensar en la estatuaria griega de la época más noble, y a más de esa purísima perfección en sus formas, poseía un encanto tan único y personal que [...] no creía haber visto nunca algo tan logrado en la naturaleza ni en las artes plásticas"[30].

Desde aquel momento su vida empezó a cambiar, su animo empezó a cambiar, sus sentimientos se despertaron. La belleza estaba frente a sus ojos y no quería perderla de vista. "Y, aunque es trágico, sólo los adolescentes pueden ser seducidos, [también los adultos] se atormentan sometidos como están a relaciones opresivas, ventajosas, con sus mezquinas particularidades y pasiones"[31]. Eso le sucedió al personaje de Thomas Mann. Aschenbach no hacía sino seguir con su mirada a aquel joven, pero al contemplarlo se sentía invadido por la belleza. Era como si aquello que era objeto de su contemplación y que él consideraba como bello, penetrara sus sentidos y le produjera sensaciones encantadoras que no deseaba dejarlas escapar de él. Aschenbach "a penas ha tomado su decisión, ve cómo el medio del que se cree cierto se le escapa de las manos, cómo su instrumento se le rompe en pedazos"[32]. La presencia de aquel joven, Tadzio, le producía evocaciones míticas, a las cuales no quería dejarlas escapar.

Lo primero que le suscitó el hecho de contemplar a Tadzio fue meditar "sobre la enigmática vinculación que lo normativo debe entablar con lo individual para que surja la belleza humana"[33]. Pero la conclusión a la que llegó después de pensar tanto en la belleza de aquel joven, fue, que lo que veía, sus "descubrimientos se asemejaban a ciertas imágenes revaloradas y en apariencia felices"[34]. Sentía que todo conspiraba a esas sensaciones que sentía. El lugar era muy particular. "El espectáculo de la playa [...] lo distrajo y le produjo un gozo inesperado"[35]. Y la belleza del mar era complementada con la belleza de Tadzio, de original y natural belleza. Aprendió a amar el mar y se sentía satisfecho el haberse encontrado en un lugar donde para él era perfecto, bello. Si antes había empezado a aventurar por la búsqueda de sentido, de satisfacción a su agotada alma; sentía que en ese lugar, donde jamás pensó, su vida empezaba a llenarse de sensaciones que lo llenaban de vida. Sentía que lo humano había alcanzado lo divino mediante la percepción sensible de la belleza. Y se deleitaba al contemplar a "esa preciosa obra de arte de la naturaleza"[36].

En algún momento pensó regresar para continuar con sus labores, pero repensó la decisión y concluyó "que era una lástima abandonar así, en espíritu, esa situación, la más digna de ser gozada que él conocía"[37]. Era consciente de "aquellos profundísimo intereses [que, de hecho] se trataban de la contingencia y el arbitrio" [38] de su propia individualidad. Y se sentía invadido por "una especie de estado permanente de enamoramiento [que daba lugar en él] al nacimiento de una gran pasión"[39]. Sin embargo, a pesar de esa belleza perfecta que veía y que causaba en él satisfacción; se da cuenta de que el estado de salud de aquel muchacho era demasiado frágil. Mann dice que frente a tal realidad, Aschenbach "renunció a justificar ante sí mismo el sentimiento de satisfacción o de apaciguamiento que acompañaba esta idea"[40].

Intervención de la colisión

Mann describe que Aschenbach, al ser ya un personaje de avanzada edad, y su organismo no estaba adaptado para vivir en Venecia; entonces empezó a ponerse mal. El clima fue uno de sus amigos que lo alertaba para que abandone Venecia. "Comprobó que esa ciudad le resultaba altamente perjudicial con semejante clima"[41]. Como que todo ese orden maravilloso que había suscitado en él durante su estadía en la playa, al ver la belleza de Tadzio, empezaba a resquebrajarse, y era inevitable. Esa armonía espiritual que sentía empezaba a desarmonizarse. "Estas situaciones serias [...] estriban en vulneraciones y dan lugar a relaciones que no pueden continuar subsistiendo, sino que hacen necesario un remedio transformador"[42]. La colisión había perturbado esta armonía y había puesto en "en disonancia y oposición el ideal en sí unitario"[43]. Aschenbach entiende que permanecer ahí era irracional, puesto que el clima de aquella ciudad era dañino para su salud.

Es cierto que no sólo ahí había mar y playa. Esto podía encontrarlo en muchos otros lugares que sean favorables para su salud; sin embargo, Aschenbach entra en terribles situaciones internas. Se ve forzado a tomar decisiones que él no hubiera preferido; pero las circunstancias de la vida lo exigían. También es cierto que le costaba tanto abandonar el lugar, puesto que ahí había conocido a aquel personaje que al solo verlo llenaba su alma de dulzura, y su sola presencia armonizaba la naturaleza. Pero, a pesar de eso, tiene que irse de Venecia. Y mientras se marchaba, "el viajero contemplaba todo [lo que veía durante su viaje] con el corazón destrozado [hasta el punto] que los ojos se le llenaron varias veces de lágrimas"[44]. Pero la gran tristeza en él, era porque, por sus condiciones de salud, "nunca volvería a ver Venecia"[45]. La despedida de aquella ciudad y de aquel lugar que tanta satisfacción le había causado, sería para siempre. Era un lugar que superaba sus fuerzas y que por sus condiciones de salud y por su avanzada edad, le era imposible adaptarse. "La derrota física tan oprobiosa"[46] era inevitable, y perturbaba tanto la armonía espiritual que había sentido. Había llegado a "una triste [y] desgraciada colisión"[47].

Gran ingenio de Thomas Mann al trabajar su personaje. Vemos que lo pone en una situación trágica de la vida. Se ve obligado a tomar decisiones que por un lado le hacían bien para su salud física, pero por otro su espíritu se deterioraba. "pues ahora se oponen luchando entre sí dos intereses arrancados de su armonía y que en su recíproca contradicción exigen necesariamente una solución"[48]: abandonar Venecia. La prioridad de su trabajo había perdido sentido, a pesar de que en algún memento lo había considerado como sagrado. Pero la belleza de Tadzio lo había inundado demasiado. Sólo al contemplarlo producía en él verdadera satisfacción y gozo. Alejarse por una verdad inevitable__su salud__ era como si le quitaran parte de su vida. Además sólo aquel lugar, con esa armonía cósmica lo había cautivado, y lo había hecho sentir feliz. Era como si hubiera encontrado el preciso lugar de su vida.

El disfrute de lo bello como terapia para la colisión

Durante su estancia en Venecia había aprendido a querer la vida. Era lo más perfecto que hasta ese momento había experimentado. Y no quería perder aquello que en su vida había encontrado como bello y que le producía satisfacción y gozo espiritual. Estaba atento y disfrutaba de cada acción de Tadzio en la escena de la vida. Contemplaba todo aquello que libremente y gratuitamente se ofrecía a su vista. Creía que con su mirada misma había atrapado la belleza, "la perfección pura y única que vive en el espíritu"[49]. Y era un símbolo que había sido capaz de captar, pero que le exigía veneración y adoración. Lo hacía con su mirada, contemplando la belleza personalizada en Tadzio. Había entendido que, su capacidad de captar la belleza por encima de la inteligencia, había sido dirigida hacia los sentidos. Eso lo había hechizado y había entorpecido su sentido racional y moralista tradicionales en él. Ahora era como si el alma hubiera olvidado su verdadero estado; pues era impulsada por el placer que entraba por medio de la sensibilidad. Esta vez se había convertido en presa de su asombro, que lo conducía a un plano de contemplación de lo bello.

Mann pone en la memoria de Aschenbach la imagen de Sócrates y Fedro. Aquel pasaje donde lo instruye sobre el deseo y la virtud, pero también cuando "le hablaba de los ardientes temores que padece el hombre sensible cuando sus ojos contemplan un símbolo de la belleza eterna"[50]. Y al igual que Sócrates, Aschenbach venera al que posee la belleza: Tadzio; porque la belleza es visible y digna de ser amada. Y él se ha dejado seducir por ella. Además, es "la única forma de lo espiritual que podemos aprender y tolerar con los sentidos"[51]. De esta forma pudo entenderse humano, con la capacidad de amar a aquello que se le presentaba como digno de ser amado, y que, para él era inevitable no amarlo, no contemplarlo. Es que "en el mundo no hay cosa que más necesite el hombre que el amor"[52]. Y Aschenbach lo había descubierto, y era inevitable dejar que de él se escape. Es que recién, a su avanzada edad había sentido dentro de sí, el camino del hombre sensible hacia el espíritu: la Belleza.

Cada pensamiento de Aschenbach lo impulsaba a una acción donde desvelaba lo que en su interior sentía. De ahí que incluso escribió un ensayo inspirándose en la belleza de Tadzio. Y escribir sobre eso era como si el dios del amor le dictara las palabras. Sólo se dejaba guiar por aquel sentimiento que manaba de esa profunda conmoción espiritual producida por Tadzio. Ese sentimiento producido, Aschenbach lo plasma en el concepto. Se había convertido en un poeta enamorado de la belleza. Estaba loco por ella. Esa belleza estaba al alcance de sus ojos y había generado en él, emociones irrevocables que no lo dejaban que de ella se aparte. Aschenbach estaba atrapado por esa belleza personalizada en Tadzio. No podía no estar cerca. Necesitaba verlo, contemplarlo. Eso lo hacía sentir lleno del dulzura y de felicidad.

Sin embargo, pese a todo, en algún momento se da cuenta de que ya estaba viejo. Que se estaba llenado de ilusiones. Que todo era un sueño increíble. Empieza nuevamente la colisión. De todas maneras todo lo vivido para él era real; pero se da cuenta de que también se estaba haciendo daño. Empieza una autocrítica. Tal vez todo lo pensado sólo estaba lleno de escrúpulos, o negligencia, y todo lo que hacía era sólo por debilidad. Empieza a sentirse confundido, ridículo. Piensa su miseria. En los pocos días de sus estadía en Venecia se había acostumbrado tanto y la idea de regresar a su lugar de origen ni siquiera había pasado por su mente. En ese momento lo único que le preocupaba era que Tadzio se marchara, ya que para él desarticularía su belleza percibida y le sería muy difícil acostumbrase a no verlo. Además, al verlo se llenaba de gozo, pero todo quedaba en el límite de la vista. Verlo era suficiente. Su sola presencia había cautivado tanto su espíritu.

Un carácter indescifrable y el inevitable encuentro con lo colapsable

Aschenbach estaba totalmente fascinado por Tadzio. Estaba pendiente a cada movimiento del joven, cada día. Tadzio era su razón de ser y estar en ese momento y en ese lugar. Y para él, la belleza de éste "superaba lo expresable"[53]. Pues, en ese sentido, la palabra sería inútil para reproducir tal belleza, a lo mucho podía sólo celebrarla con su majestuosidad retórica; pero no describirla. La presencia de Tadzio lo turbaba demasiado. Hacía el esfuerzo de huir de semejante atracción. Así que para eso una noche decidió distraerse en le jardín, pero era inevitable. No podía no verlo. Ante cualquier esfuerzo de no verlo, su deseo de verlo se había convertido en una fuerza que involucraba todo su ser y que no podía negar. Cualquier estrategia para favorecer su huida le parecía imposible y absurda, incluso ridícula. Pues ya había intentado irse con gran esfuerzo, pero su voluntad había sido débil frente a tal decisión, y había terminado regresando con el único objetivo de seguir disfrutando de aquella belleza que en él producía satisfacción.

Sin embargo, tenía que llegar el momento. La familia y el joven Tadzio tenían que partir a su tierra, pues también habían ido a Venecia para pasar buenos momentos. Pero aparte de eso, en Venecia había empezado a azotar una peste que a los turistas estaba poniendo en peligro. Debido a eso, muchos estaban abandonando la ciudad. Por eso un empleado del Hotel le preguntó: "usted se queda, señor; el mal no le da miedo"[54]. No sabía que, si bien es cierto había procurado soportar el clima veneciano con el sólo objetivo de estar cerca de Tadzio__aquel que era la fuente que inspiraba sus nobles pensamientos__; sería inevitable que un mal común, como una peste, corra a Tadzio y su familia de su lado. Cuando en esto cayó en la cuenta, empieza a entender otras cosas que tal vez antes, en sus especulaciones no había meditado para plasmarlo en la literatura: que el hombre puede aprender a vivir a pesar de las crisis espirituales y dolores del alma, pero que no es capaz de huir o salvarse de una peste, cuando ésta a atacado su cuerpo. Es el encuentro con la finitud, con lo imperfecto, con lo vulnerable, con lo colapsable y deteriorable a causa de las fuerzas del mal. Eso entristeció demasiado a Aschenbach. Ahora tenía que aprender a aceptar esa desagradable verdad. Sin embargo, ni siquiera eso podría impedirle la oportunidad de contemplar a aquel que llenaba su alma de gozo. Sólo verlo le era suficiente. Eso lo llenaba de felicidad, al margen de todo lo que podría suceder.

Así que, ahora decididamente empieza a aventurar en busca de esa belleza. No le importa si la peste pueda o no afectarle. Se dispone al peligro, pero con el fin de encontrar la dulzura de su alma. No había otra cosa que hacer sino arriesgar. A su avanzada edad había encontrado aquello por lo cual su alma cobraba sentido de ser, y quería seguir disfrutando de eso en los contados días que le quedaban. Ahora era pertinente desatar otra aventura: en busca de lo que se le estaba perdiendo, de aquello que se le estaba escapando. Ahora "la pasión, al igual que el crimen, se aviene mal con el orden establecido y el bienestar de la vida cotidiana [...] cualquier confusión o calamidad que amenace al mundo le resultarán forzosamente gratas, porque conserva una vaga esperanza de sacar provecho de ellas"[55]. Las calamidades del mundo y de la vida esta vez no afectarían el ánimo espiritual de Aschenbach; antes bien, conspiraban a su favor en la búsqueda de aquella belleza que había encontrado y que se le estaba escapando. Nada más lo angustiaba tanto que perder esa belleza que daba sentido a su vida; y por eso se exponía al peligro. Esta vez empezó locamente a buscarlo por la ciudad. Su corazón y su razón estaban ebrios por la belleza de aquel muchacho.

Logró ubicarlo e indiscretamente empezó a seguirlo. Sólo quería no dejarlo escapar de su vista. "No quería ni sabía otra cosa que perseguir sin tregua el objeto de su pasión, soñar con él en su ausencia y a la manera de los amantes, dirigir palabras tiernas a una simple sombra"[56]. Está solo en un país extranjero. Sin embargo, el atrevimiento se había apoderado de él, y se permitía sin temor alguno, desafiar al peligro y a la enfermedad que amenazaban su vida. No sabía si era o no lo correcto lo que hacía; sin embargo, en momentos entraba a medias en razón y pensaba consternado: "dónde me he metido"[57]. Pero aun así nada lo hacía cambiar. Para él, su forma de actuar era un modo de ofrendar su vida al arte, aunque de joven él mismo se haya burlado de estas actitudes humanas. Esta vez "el arte era una guerra, una lucha agotadora"[58] y él jamás se daría por vencido. Siempre había sido un triunfador exitoso, y el orgullo de su éxito lo impulsaba a luchar por aquello que amaba y quería, aun si tuviera que enfrentarse al peligro y a la misma muerte. La perseverancia era uno de sus principios característicos y dar un paso atrás era como ir en contra sus principios. Había comenzado una aventura que lo hacía sentir bien y nada ni nadie lo harían desistir.

Mann también describe momentos dionisíacos, donde Aschenbach asistía, pero sólo con la intensión de poder ver al objeto de su felicidad. Sólo de él sacaba provecho, ya que sólo su presencia armonizaba su vida. Y con solo poder verlo llenaba su alma de gozo implacable. Sus pensamientos y sus sentidos no habían logrado liberarse de esta belleza. Estaba atrapado por aquella belleza que lo hacía sentir bien, que el deseo de verlo lo tenía embriagado y no podía hacer pública su satisfacción. Su gozo estaba condenado a permanecer oculto en el silencio. Era un silencio que iba paralelo con le patético silencio de aquellos que sabían que un terrible mal: una peste, esta azotando Venecia, de la cual no podrían escapar, puesto que aún no habían encontrado algún analgésico que pueda combatirlo. El mal estaba avanzando cada vez más; y aunque intente huir será inútil, porque de todas maneras en algún momento tendrían que enfrentarse, cara a cara, donde la peste saldría triunfante de todas maneras. Hagan lo que hagan, en Europa estaba aumentando este mal y no podrían escapar sino sólo esperar que ese mal llegue a ellos y esperar que se llegue el no anhelado momento de la muerte. Para eso, los venecianos procuraban vivir a lo máximo los contados días que les quedaba contemplar la luz del sol y todo lo amargo y dulce que en esta vida acontece. Procuraban divertirse con la plena consciencia de que su final estaba rondando su casa. Además, "la mortandad iba causando estragos en las estrechez de las callejas y el calor prematuro y estival que entibiaba el agua de los canales favorecía particularmente la propagación del mal"[59].

Es interesante como Mann ha ido desarrollando la obra. Aschenbach había pasado ya un sinnúmero de peripecias, pero a pesar del peligro él veía que no había otra cosa que pueda hacerlo sentir bien, sino estar cerca y poder contemplar aquello que descubrió como bello. Por eso esperará con agrado y valentía cualquier peligro que le impida continuar contemplando el objeto de su felicidad. Ningún hombre le había parecido un obstáculo para lograr sus sueños, pero la peste, de todas maneras lo terminaría degradando y al final acabando con su vida. Era consciente de eso, pero lo único que anhelaba era que si la muerte lo sorprende, que lo encuentre disfrutando de esa belleza que tanto bien le hacía. Sólo así moriría dichoso. Pues sus fuerzas, su conocimiento y su ingenio eran inútiles frente a esa catastrófica peste. Ahora, silencioso, veía que "la imagen de la ciudad asolada e indefensa flotaba confusamente en su espíritu y escondía en él esperanzas inconcebibles, de monstruosa dulzura, que iban más allá de la razón"[60]. Ahora, incluso, su éxito y su dinero de nada servían para combatir aquel mal y de esa forma seguir viviendo. Ahora sólo era necesario quedarse en silencio, nada más.

Lo único que le importaba era contemplar la figura de Tadzio, y esperar que la muerte lo encuentre en esa lucha por permanecer cerca de aquel joven, que tanta satisfacción le causaba. Hoy se sentía consternado en su soledad. Un silencio total encubría su alma. Hoy sólo se decía para sí: "nosotros, los poetas, no podemos recorrer el camino hacia la Belleza sin que el Eros se nos una y se erija en nuestro guía"[61]. Hoy se sentía un disoluto aventurero del sentimiento. ¿Es que se había equivocado? Sea cual fuere la respuesta, lo cierto es que se sentía enaltecido por la pasión; y el amor a esa belleza encontrada era inevitable. Así vivió sus últimos días, donde empezó a sentir los síntomas del mal. Lo irremediable y sin salida se acercaba.

Así es como Mann trabaja su personaje en la obra; con una multiplicidad de confusiones, contradicciones y también de alegrías y éxitos. Aschenbach sale un día de su casa y ya no regresa más. Cautivado por aquello que colmó su alma de satisfacción se entregó al peligro, a la decadencia y a la misma muerte. Y así es como el "mundo respetuosamente conmovido recibió la noticia de su muerte"[62]. Un personaje que fascinado por la belleza de Tadzio y después de una larga aventura, muere solo, triste y agobiado. Empezó con una búsqueda de sentido, al parecer encontró ese sentido al encontrar a la "belleza" en la persona de Tadzio. Sin embargo, por la forma cómo se sentía cuando murió, no podríamos categorizar si murió o no feliz. De todas maneras es una verdad que de alguna u otra manera acontece en el ser humano; pero que jamás podremos descifrar. Es el misterio humano.

[1] G.W.F., Hegel. LECCIONES SOBRE LA ESTÉTICA. Ediciones Akal. Madrid, 1989, p. 78.
[2] DUFRENNE, Mikel y KNAPP, Víctor. Corrientes de la investigación en las ciencias sociales. Edición Castellana: Unesco, 1982, p. 123.
[3] Hegel, op. cit., p. 82.
[4] Ibíd., p. 84.
[5] Ibíd.
[6] MANN, Thomas. La muerte en Venecia. Editorial Sol 90. Barcelona, 2003, p. 7.
[7] Ibíd., p. 11.
[8] Ibíd., p. 12.
[9] LUCIO ANNEO, Séneca. EPISTOLAS MORALES A LUCILIO. EDITORIAL GREDOS, S. A. Barcelona, 2001, p. 122.
[10] Mann, op. cit., p.15.
[11] Hegel., op. cit., p. 116.
[12] Ibíd.
[13] Mann, op. cit., p. 16.
[14] Ibíd., p. 17.
[15] Ibíd.
[16] Ibíd., p. 18.
[17] Ibíd.
[18] Ibíd., p. 19.
[19] Ibíd.
[20] Hegel, op. cit., p.123.
[21] Ibíd., p. 125.
[22] Hegel, loc. cit.
[23] Mann, op. cit., p. 22.
[24] KIERKEGAARG, Soren. Cartas del noviazgo. EDITORIAL SIGLO VEINTE. Buenos Aires, p. 13.
[25] Mann, op. cit., p. 25.
[26] Ibíd., p.25.
[27] Hegel, op. cit., p. 132.
[28] Mann, op. cit., p. 33.
[29] Hegel, op. cit., p. 143.
[30] Mann, op. cit., p. 38.
[31] Hegel, op. cit., p. 144.
[32] Ibíd.
[33] Mann, op. cit., p. 41.
[34] Ibíd.
[35] Ibíd., p. 43.
[36] Ibíd., p. 46.
[37] Ibíd.
[38] Hegel, op. cit., p. 146.
[39] GETHE. Werther. SALVAD EDITORES, S.A. Navarra, 1972, p. 11.
[40] Mann, op. cit., p. 49.
[41] Mann, op. cit., p. 50.
[42] Hegel, op. cit., p. 151.
[43] Ibíd.
[44] Mann, op. cit., p. 53.
[45] Ibíd.
[46] Ibíd.
[47] Hegel, op. cit., p. 154.
[48] Hegel, op. cit., p. 159.
[49] Mann, op. cit., p. 63.
[50] Ibíd., p. 64.
[51] Ibíd., p. 65.
[52] GOETHE, p.12.
[53] Mann, op. cit., p.70.
[54] Ibíd., p. 75.
[55] Ibíd., p. 77.
[56] Ibíd., p. 78.
[57] Ibíd., p.80
[58] Ibíd.
[59] Ibíd., p. 91.
[60] Ibíd., pp. 93-94.
[61] Ibíd., p. 101.
[62] Ibíd., p. 105.

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