domingo, 19 de julio de 2009

La irreversibilidad de la acción, el perdón y la promesa

El sentido de la acción es lo propiamente humano que puede edificar los hitos de una narrativa y tejer una historia, una historia que no tiene fin. En ese sentido la acción genera formas de inmortalidad que se hacen patentes a través del recuerdo. Pero también el hecho de ser un distintivo propiamente humano, la acción es generadora de sentido para vida. La acción debe impulsar al hombre a un Carpe Diem, de tal manera que el agente no haga otra cosa que vivir plenamente, como si fuera la única oportunidad que tiene para hacerlo. Sólo así puede hacer que su vida sea extraordinaria.

Así mismo hay que considerar que la acción es irreversible, y conjeturable en el sentido que el agente puede prever una serie de consecuencias; aunque no todas puesto que al ser acción propiamente humana tiene como característica propia la fragilidad. De ese modo, debido a que las acciones son irreversibles, lo único que podemos hacer para reconstruir la acción es mediante el perdón, mediante el acto de perdonar o de solicitar perdón. De ahí que para Hannah Arendt, "la posible redención del predicamento de irreversibilidad [...] es la facultad de perdonar"[1]. Eso no hace que la acción sea menos irreversible, sino más bien, que el vínculo dañado sea restablecido mediante la facultad de perdonar. De hecho, el perdón es una gracia que uno otorga, pero debemos tener claro que sólo la víctima puede perdonar. Esto no implica el olvido. Sin embargo, hay quienes como el ex-presidente peruano, Alberto Fujimori; que se dan la "lujo" de decidir por las víctimas, declarando de ese modo, una Ley de Amnistía y beneficiando con la impunidad a los culpables implicados en violaciones de Derechos Humanos, como hizo con los militares involucrados en el caso "La Cantuta"[2]. Con actitudes de ese tipo, jamás tendrá lugar la facultad de perdonar, y la luz de la reconciliación jamás iluminará el horizonte de las almas, sino más bien, la angustia y el temor anidarán siempre en el seno de las víctimas.

De hecho la voluntad de perdonar no implica echar al olvido el pasado que tanto dolor ha causado, sino más bien, la reconstrucción de la interrelación humana mediante el ejercicio de la reconciliación. Si en algo tengo que cambiar después de eso, será en mi interpretación de los hechos, en el modo de ver las cosas, pero eso no implica el olvido; antes bien, recordaré las cosas de manera menos dolorosa. Además, si bien es cierto que se da el perdón, eso no implica que no haya castigo ni penitencia, pues mediante éstos __el castigo y la penitencia__se recobra espacio en el ámbito publico. De ese modo, "develar la verdad de lo ocurrido y castigar a los culpables constituyen elementos esenciales para que la víctima recupere realmente su condición de ciudadano [...] ni el silencio ni el olvido reconcilian [...]. Las heridas no sanan así"[3].

Incluso en la Iglesia Católica, mediante el Sacramento de la Reconciliación, se desenlaza todo un proceso para llegar al perdón, y por lo tanto, a la reconciliación; pero eso no implica la impunidad de la culpa. El pecador debe hacer penitencia. Esto es un sacramento y por lo tanto sagrado. La reconciliación es el fin de este sacramento, pero para llegar a ese fin, el penitente debe cumplir ciertos medios. Estos medios son los siguientes: a) Examen de conciencia, b) dolor de corazón, c) propósito de enmienda, d) confesión sincera y e) penitencia. Sólo una vez que se ha restablecido la reconciliación, mediante el acto de perdonar, podremos dar una nueva mirada al pasado. Sin embargo esto es un reto para cada individuo, un reto que no es fácil, pero tampoco imposible; puesto que "el rito de la reconciliación pone a prueba nuestro sentido de la justicia y nuestra capacidad de ponernos en el lugar de las víctimas tanto como nuestro espíritu de ciudadanía y nuestra sensibilidad democrática"[4].

Pero la facultad de perdonar es un acto puramente libre, nadie puede obligarnos a perdonar. Puedo perdonar como no. Sin embargo, creo que no hay otro medio para recobrar la interrelación humana, aunque éste__el perdón__no implique el olvido. Además, el recuerdo es historia. Pero sólo el perdón puede liberarnos del lacerante yugo del pasado, para obtener, después, una nueva visión de éste y darme la posibilidad de mirar libremente el pasado, pero sin anularlo. De ese modo, el pasado ya no nos oprime sino nos libera. He aquí la importancia del perdón en el horizonte plenamente humano, porque "sin ser perdonados, liberados de la consecuencia que hemos hecho, nuestra capacidad para actuar quedaría [...] confinada a un solo acto del que nunca podríamos recobrarnos, seriamos para siempre las víctimas de sus consecuencias"[5].

Sólo mediante la facultad de perdonar podemos deshacer los actos del pecado que nos aturden el alma, y sólo en el hecho de perdonar o ser perdonados podemos recobrar el valor del "entre" nosotros. En ese sentido, "el descubridor del perdón en la esfera de los asuntos humanos es Jesús de Nazareth"[6] dice Arendt .Y tal vez la prueba más clara de esta capacidad de perdonar se encuentra en el escenario de la crucifixión. Pues Jesús había sido azotado, maltratado; pero aún así insiste al padre el perdón para sus opresores, "por que "no saben lo que hacen [...]. Además, si cada uno perdonare de todo corazón, Dios lo hará igualmente"[7]. De ese modo la facultad de perdonar se convierte en necesaria en el ámbito de la interrelación humana, porque sólo así se puede exonerar aquello que los hombres han hecho, muchas veces sin saber por qué, y de esa forma impulsamos la continuidad de la vida humana en el ámbito de las relaciones.

Ahora bien, si es que no se da el perdón, es posible que el hombre incurra en el extremo opuesto de éste: la venganza. Esta reacción puede impulsar al hombre a la trasgresión, puesto que "la irreversibilidad del proceso de la acción puede esperarse e incluso calcularse"[8]. De ahí que perdonar es una acción completamente libre, que implica la liberación de la venganza a favor de la reconciliación en el mundo de las interrelaciones humanas. Sin embargo, el hecho que yo actúe por el perdón, no implica como ya dije anteriormente, que el culpable no asuma el castigo. En ese sentido, el castigo del culpable es el medio para que la víctima no se vea tentada por la venganza; pues de ahí "que los hombres sean incapaces de perdonar lo que no pueden castigar e incapaces de castigar lo que ha resultado ser imperdonable"[9].

Asimismo, la fuente de donde brota la facultad de perdonar es el amor; puesto que éste implica el compromiso con el otro, donde "lo hecho se perdona por amor a quien lo hizo"[10]. Sin embargo, hay que tener en cuenta, que tal vez, no es la forma más sublime de perdonar, en el sentido que a unos se ama más que a otros. Por eso, la opción más acertada, como medio para perdonar, quizás puede ser el respeto, puesto que éste "es una especie de "amistad" sin intimidad ni proximidad; es una consideración hacia la persona desde la distancia que pone entre nosotros el espacio del mundo"[11].

Ahora bien, junto al perdón que es la facultad para deshacer los actos del pasado, está también el poder de la promesa, como "remedio de la imposibilidad de predecir, de la caótica inseguridad del futuro"[12]. Pues las promesas nos garantizan la seguridad en el futuro y la continuidad de mi identidad en el ámbito de las relaciones humanas. Además soy yo y no otro el que promete; por lo tanto, si quiero mantener mi identidad, mi "yo" auténtico, debo cumplir lo prometido, ya que libremente hice la promesa. En ese sentido, la capacidad de cumplir la promesa le da coherencia a mi "Yo" y mantiene mi identidad como persona.

Me comprometo en el presente para tener una línea de acción en el futuro. En la promesa el futuro está presente en nosotros como futuro presente, como futuro al que podemos anticiparnos, puesto que planificamos. La promesa nos permite pensar en el futuro como algo que tiene una determinación en los acontecimientos históricos, aunque éstos sean impredecibles; pero que abre el sendero de la continuidad de las acciones humanas. Incluso en nuestra tradición Judío-cristiana, podemos ver la promesa auténtica de Dios desde el Génesis bíblico, en el sentido histórico de la palabra. Es la confianza de Abraham en la promesa de Dios, que sólo podemos entender con los criterios de la fe; puesto que abandona su tierra y empieza a aventurar sin saber a dónde, pero con la firme esperanza de que Dios no lo decepcionará. Simplemente confía en la promesa y continúa su camino. Allí se hizo patente "la imposibilidad de predecir [el futuro] y el poder de la promesa"[13].

El poder de hacer promesas se ha visto más enmarcado, sobre todo, en el ámbito político, en aquellos que por el afán de llegar al poder, prometen y prometen aunque sea imposible cumplir todo lo que dicen. Sin embargo, parece claro que su éxito se basa en su capacidad de prometer. De ahí que "la no predicción [...] que disipa el acto es de doble naturaleza: [...] de la básica desconfianza de los hombres que nunca pueden garantizar hoy quienes serán mañana, y de la imposibilidad de pronosticar las consecuencias de un acto en una comunidad de iguales en la que todo el mundo tiene la misma capacidad para actuar"[14].

Si bien es cierto que el futuro es impredecible, y que por lo tanto, no podemos tener certeza de aquello que se avecina; la facultad de prometer nos exige continuidad de nuestra acción en el sentido estricto, de modo que la acción permanezca fiel en la promesa; puesto que es una acción voluntaria que implica un discernimiento y una elección. Nadie me exige prometer. Libremente prometo. El ejemplo más claro de la promesa como continuidad de la acción puede ser el matrimonio. En ese sentido, los novios, antes de empezar con el rito, confiesan el uno al otro la decisión de su acción sin ser coaccionados, libre y voluntariamente. Después de eso, en el momento del consentimiento, o en el momento de la decisión final; ambos, en presencia del público si es que lo hay, se prometen amarse y respetarse durante toda la vida, en la salud y en la enfermedad, en lo favorable y en lo adverso. Pues el poder de la promesa exige fidelidad de la acción y la continuidad de ésta. De ese modo se remedia la caótica inseguridad del futuro.

En consecuencia, el perdón y la promesa son acciones plenamente humanas que están encarnadas en el horizonte de la interrelación entre el "Yo" con el "Tú". Pues no hay perdón sin perdonado, ni promesa sin destinatario. En ese sentido el perdón se muestra como la capacidad de "redimir" al hombre de un patético pasado, puesto éste es irreversible; y la promesa, por su parte, actúa como "remedio" de un futuro incierto y desesperanzador, puesto que es impredecible. Ambas facultades cobran identidad mediante la acción mutua en el ámbito de las relaciones humanas. De ahí que "el código deducido [de estas facultades] se basa en experiencias que nadie puede tener consigo mismo, sino que, por el contrario, se basan en la presencia de los demás"[15].

[1] ARENDT Hannah. LA CONDICIÓN HUMANA. Ediciones Paidós Ibérica, S.A. 3º reimpresión, 1998. Pág. 250
[2] Cf. DEGREGORI Carlos Iván. EN EL CUARTO DE ESPEJOS, construyéndose un cuerpo político una década no basta. Pág. 51
[3] GAMIO GEHRI Gonzalo. ÉTICA, MEMORIA CRÍTICA Y CRISTIANISMO. Conferencia dictada en el Instituto Superior de Estudios Filosófico-Teológicos "Juan Landázuri Rickkets. Rímac, 2003. Pág. 6
[4] Ibíd.
[5] ARENDT Hannah. LA CONDICIÓN HUMANA. Ediciones Paidós Ibérica, S.A. 3º reimpresión, 1998. Pág. 257
[6] Ibíd. Pág. 258
[7] ARENDT Hannah. LA CONDICIÓN HUMANA. Ediciones Paidós Ibérica, S.A. 3º reimpresión, 1998. Pág. 259
[8] Ibíd. Pág. 260
[9] Ibíd.
[10] Ibíd. Pág. 261
[11] Ibíd. Pág. 262
[12] Ibíd. Pág. 256
[13] ARENDT Hannah. LA CONDICIÓN HUMANA. Ediciones Paidós Ibérica, S.A. 3º reimpresión, 1998. Pág. 262
[14] Ibíd. Pág. 263
[15] Ibíd. Pág. 267

No hay comentarios: