martes, 21 de julio de 2009

Acercamiento al angustiante problema de la muerte

Introducción

Entre todas las experiencias negativas de fracaso y de límite ocupa un lugar central la situación límite de la muerte. No es un problema actual, pues podríamos decir que desde que el hombre tiene uso de razón o desde que empieza a desarrollar su conciencia, empieza a cuestionarse acerca de este gran misterio. Sin embargo, a pesar de esa indescifrable verdad, muchos han postulado que preocuparse de esto no tiene nada de importante. Sólo cuando nos toca vivir el problema personalmente, cuando está por morirse o cuando se muere un ser querido, tal vez el más estimado, es ahí donde de verdad podemos dar fe con certeza de que es una verdad que toca lo más profundo de nuestro ser. No queremos aceptar esta verdad y no nos queda otra cosa sino aceptarla, aunque descubramos que dicha pérdida es causada por la injusticia o intolerancia de otros; o aunque empecemos a reclamarle a Dios porqué permite eso pudiéndolo evitar.

Lo cierto es que mientras algunos se han preocupado por hacer entender que es una verdad natural y por la que todos tenemos que pasar, tales preocupaciones han quedado sólo en el vacío, puesto que lo que se ve en la realidad es la desesperación, la pérdida de sentido cuando ésta nos toca vivir, sea por la pérdida de un pariente cercano o por un amigo al que más amamos.

Si bien es cierto que todos somos concientes de que la muerte es una verdad por la que todos pasaremos sí y sólo sí, somos concientes también de que nadie podrá ni siquiera agregar un minuto de su vida para seguir viviendo y ver lo que en esta vida acontece. Que cuando a alguien le toca, haga lo que haga como en el caso de un enfermo de SIDA o de un Cáncer Terminal, lo único que hará si en algo logra alargar –la vida- es sólo alargar el dolor y el sufrimiento tanto del paciente como también de la familia y de todos los seres que los aman. Es cierto también que se trata de remediar el problema hablando a estas personas acerca de la inmortalidad, o la resurrección, o que nos espera una vida en donde nos encontraremos cara a cara con Dios y sólo entonces seremos verdaderamente felices, y que nuestro paso por el escenario de la vida terrenal es sólo un peregrinar hacia la vida futura. Tal vez son sólo alternativas de solución para remediar la herida sangrante causada por la noticia de que uno de nosotros partirá pronto, y que ya nunca más volveremos a verlo, al menos en esta vida.

Es mucho lo que puede causar semejante experiencia, por la que todos, en algún momento vamos a pasar, de todas maneras. Al parecer es una realidad concreta, pero parece que ni siquiera entendemos de qué se trata, o qué significa morir. Alguien dijo una vez que la muerte es positiva para el cristiano, por el hecho de que sólo entonces - cuando un familiar está a punto de morir o cuando ya ha muerto- es cuando la familia tiene la oportunidad de reunirse y de unir sus lazos familiares. Pero pensar de esa forma ¿es acaso cristiano? ¿Acaso Jesús no lloró, también, por la muerte de su amigo Lázaro? Pero nos dijo también, que, quien cree en Él no morirá para siempre. ¿Con qué autoridad se podría decir que la muerte de un ser querido es porque Dios así lo quiso, puesto que Dios mismo, en la persona de Jesucristo, nos ha dicho que Él no es un Dios de muertos sino de vivos? Pensando abarcar esa complejidad inevitable en la experiencia humana, desarrollaré este trabajo en las páginas siguientes, con el objetivo de poder apoyar a los fieles en su proceso de aceptación a la cercana muerte de un ser querido.

1.- Crisis de sentido debido a que se acerca la muerte de un ser querido

¿Por qué a mí? ¿Por qué Dios permite eso? ¿Por qué hay injusticia? ¿Yo qué malo hice para que eso me toque vivir? Esas y muchas otras preguntas son las que acompañan a ciertas personas cuando les toca vivir y asumir la verdad que de entre ellos hay un persona que más aman, pero que se le ha descubierto una enfermedad inevitablemente mortal. Es el caso de una señora que vive sola con su hijo de diez años. Cuando éste tenía seis años, el médico le detectó leucemia y se le predijo tres meses de vida. La señora entró en una depresión enorme. No sabía qué hacer. Además si quería operar a su hijo, el costo era de cinco mil soles y ella no tenía ese dinero para la intervención quirúrgica. Era una situación horrorosa, tremendamente angustiante.

La señora empezó a reclamarle a Dios sobre el por qué permitía que suceda eso con ella, siendo una mujer pobre y sobre todo porque eso sucedía con su pequeño hijo. La señora no sabía qué hacer. Así que salió de la oficina del médico y se fue a sollozar a la gruta de la Virgen que estaba a la entrada del Hospital. Ahí le decía a la virgen que si Dios es misericordioso por qué permitía eso, sobre todo en un niño inocente y en una mujer pobre. Sin embargo, pese a toda esa desconfianza del amor de Dios en ese momento desesperante, le decía a la Virgen en su interior que sólo ella y nadie más que ella podría entenderle lo que sentía por la horrible noticia sobre su pequeño hijo. Le decía que no hay palabras para descifrar semejante dolor, pero que sólo ella- la Virgen- que tuvo que vivir una experiencia semejante, podría entenderle. Y de hecho, Nadie más estaba en esa capacidad de entenderle como Ella. Dios no tenía sentido en ese momento. Dios se había olvidado de ella. Eso era lo que sentía.

Pero se sintió todavía más miserable, cuando se le acercó un sacerdote de cierta congregación, y al contarle la señora lo que le pasaba; éste, que había conocido a la señora años atrás como religiosa, le dijo que eso le sucedía porque se había negado al llamado y al proyecto de Dios. ¡Semejante imprudencia! Eso sólo le destrozó más el corazón. Se sintió culpable. Pensó que había traicionado al proyecto divino, creyendo que había abandonado el convento porque Dios quería que sea feliz desde una familia. Pero eso sólo la llevó a tener odio a Dios y a sentirse que ya no había lugar en el mundo para ella. Era capaz de gritar y reclamarle a Dios llena de ira ¿por qué? ¿Qué le ha hecho su hijo para que lo castigue de esa forma? ¿Por qué si la ha castigado por no perseverar en la vida religiosa no la castigó a ella y no en la vida de su hijo? A veces la falta de experiencia en algunos “pastores” respecto a situaciones como aquella, en vez de ayudar a que estas personas que están sufriendo por estas amargas experiencias, sólo pueden alarmar el caso y alejarlas más de Dios en vez de ayudarles a aceptar tal realidad con serenidad.

Por una parte reclamaba a Dios por qué la había castigado en su hijo, pero por otra su grandísimo lamento era que su único hijo podría acompañarla, ayudarla y que tal vez podría llegar a ser alguien que ayude a la sociedad. Era lo que más amaba. Su tesoro. Y Por qué Dios tenía que quitárselo. Lo curioso de esto que me llamó la atención, es, que, la señora recuperó su espíritu, totalmente lastimado por la noticia del médico y por la forma como le habló el sacerdote, mientras estaba llorando frente a Virgen; se le acercó un médico y al comentarle esta señora lo que a ella sucedía, éste médico le dijo que él no cree en Dios pero sí en la bondad de las personas. Que él va a operar a su hijo y que no le costará ningún sol. Era un médico cubano. Dijo que él hacía eso porque también sucedió con su hijo, y a pesar de ser médico nada pudo hacer por recuperarlo. Un no creyente le devolvió la fe.

Hoy, este niño aún vive después de esa operación. Y sigue con su tratamiento sólo con la bondad y la buena fe de las personas. Eso ahora es visto por señora como un gran prodigio de Dios, y que es en esa ayuda inesperada que le llega cuando se hace presente la divina providencia. Sabe que su pequeño hijo en cualquier momento puede morir, pero ahora ha aceptado esta realidad con tranquilidad y hasta el niño es conciente de lo que tiene y está también tan seguro de que cuando le llegue el momento de dejar a su madre, se irá y se encontrará con Dios y desde ahí la protegerá. Eso es lo que su madre le ha enseñado en estos cuatro años desde que se le detectó dicha enfermedad[1]. Fue eso lo que me motivó hacer un trabajo acerca de la muerte; y desde esa experiencia poder ayudar a otros casos similares que se presenten.

No es el único caso. Pero lo más difícil es, sobre todo, aceptar que es algo que se da y que a todos de alguna u otra manea tiene que llegarnos. Y no es un problema de ahora, el sentimiento de tristeza se ha producido en el hombre desde que éste tiene conciencia de sí, y ha empezado a considerar al otro como parte fundamental dentro de su vida y que es en el otro donde ha descubierto su capacidad de amar. De ahí que, al recibir una noticia sobre la cercana muerte de un ser querido, es común que el ser humano se sienta muy mal, sobre todo porque sabe que esta persona a quien quiere, lo dejará dentro de poco y ya no volverá a compartir con ella lo que en el escenario de esta vida acontece. La certeza de esa cercanía produce generalmente el sinsentido de la vida, pues sabe que esa amarga verdad es inevitable. Es una certeza que de todas maneras se cumplirá dentro de poco. Es la peor de las amenazas que la vida puede hacerle. Y cree que esta amenaza no debería existir, pues lo único que hace es estrujar el corazón y desconcertar la vida.

Si fuera posible huir de esta verdad todos darían lo necesario para conseguirlo; sin embargo, a la vida nadie la compra. Cuando a alguien se le llega esta hora, ya nada se podrá hacer. Lo único que hacen muchas personas para sobrellevar esta verdad, es dejarse “llevar por la disipación exterior: la investigación, la ciencia, las ocupaciones, las empresas, el frenesí de la vida, la exterioridad de vivir”[2]. Pero esa huída, ya sea en el trabajo, en la diversión u otras cosas, es sólo un intento de olvido por esa amenaza. Es no aceptar una verdad que de todas maneras tiene que tocarnos en la forma que sea. Y lo que nos angustia no es, tal vez, mi muerte o la de alguien no cercano. Lo que nos angustia enormemente es que eso suceda a las personas que más amamos y que nos hace sufrir. Tal vez el dolor causado y la pérdida de sentido respecto a esto, es que esa persona a quien tanto amamos se irá y con ella nuestro amor; de tal manera que será difícil volver a amar como a esa persona. Además cada persona es única.

Lo que está en juego, entonces, es también, el amor a la otra persona; y que sin entender las razones, lo que sentimos es que “en la persona amada la muerte me hiere a mí mismo, ya que el sentido de mi existencia está radicalmente ligado a la persona amada. Allí la muerte irrumpe concretamente como amenaza del amor e hipoteca el sentido mismo de la existencia”[3]. Esa verdad angustia a la persona y le inunda de interrogantes a las que no encontrará respuesta alguna. Todo terminará en el absurdo. Y al no encontrar razones porqué tiene que suceder eso, hasta se ha llegado al extremo de permitirse “el derecho al suicidio” con la certeza de que sólo de esa forma podrían continuar juntos. Es que toca lo más profundo que hay en el hombre: el problema del amor y del sentido último de la vida mediante esta capacidad. Estas personas creen que sólo junto a esa persona que más aman su vida cobra sentido.

Es el caso de un joven, que, al enterarse que su novia había muerto, fue y junto a su cadáver se dio un disparo. Nadie lo pudo detener, pues él estaba convencido de que su vida sin ella no tenía sentido vivirla; ya que sólo estando junto a ella podría ser feliz y ya no había esperanza de felicidad y por tanto ya no tenía razón seguir viviendo[4]. Es un caso parecido al de Shakespeare en Romeo y Julieta. Pero mientras que algunos optaron por eso, frente a esa amarga verdad, otros, “no habiendo podido encontrar remedio a la muerte, a la miseria, a la ignorancia, […], para ser felices, han tomado la decisión de no pensar en ello”[5]. Es la experiencia indescifrable del hombre. Empieza a buscar razones, pero con lo único que se encuentra es sólo con el absurdo. Y eso es una verdad que lo hace temblar, que lo mata en vida, haciéndolo incluso aferrarse al suicidio coma alternativa de solución a semejante sufrimiento. Es un problema que sólo conduce a un problema mayor si no hay una adecuada preparación para aceptar tal verdad. Desde ese sentido hablaremos a continuación, sobre esa problemática suscitada por la fobia y el terror a la experiencia de la muerte.

2.- Problemática acerca de la muerte

Como ya hemos visto anteriormente, el problema de la muerte es demasiado misterioso y absurdo para el hombre. Después de haber analizado esos dos hechos ocurridos en momentos desesperados debido a la noticia de la cercana partida de un ser querido o cuándo esta persona ya ha muerto; eso ha suscitado en mí una larga reflexión. He podido contemplar que frente a esa verdad, el ser humano puede llegar a la angustia e incluso a la desesperación.

Pero este problema no sólo se ha limitado a esa angustia debido a que el ser más amado ya no estará con nosotros, sino también, puesto que se va, muchos se han preguntado: ¿Ubi mortes sunt? o ¿Dónde están los que no están aquí, pero que una vez estuvieron con nosotros?, ¿Qué hay más allá de la vida? Estas personas viven en una náusea, en una angustia, y creen que la vida termina con la muerte. Sin embargo, vivir así es estar engañados por una realidad que desconocemos; y pensar de esa manera “es creer ser sabio sin serlo […]. Es creer que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males”[6].

Lo cierto es que, cuando muere un ser querido es triste y doloroso. De hecho que como humanos tenemos sentimientos y esos sentimientos nos mueven a sufrir por el ser amado fallecido. No aceptamos a la muerte cuando ésta llega. No nos ponemos a pensar que es una realidad por la cual todos tenemos que pasar y ningún viviente corruptible podrá escapar. Nadie que pasa por el escenario de la vida permanece en esa escena para siempre, sino que es sólo un pasar, un recorrido hacia la otra vida y aquí cabe el pensamiento de Heráclito: “panta rei”, porque la muerte es un paso, un cambio de la vida sensible a una vida suprasensible. Pensamos en la fugacidad de la vida, pero parece que lo que no queremos es dejar nuestra “felicidad”, que sin duda resulta ser falsa porque la confundimos con las satisfacciones terrenas entre ellas como: los placeres, la fama o la riqueza, etc. En realidad, creer que ahí está la felicidad es engañarnos a nosotros mismos, porque como hombres racionales, la mayor felicidad y la más excelsa debe estar en empeñarnos en vivir bien en la práctica de las virtudes, sobre todo de la caridad y la justicia que poco brillan en nuestros tiempos. Eso es lo que le corresponde hacer a un hombre verdaderamente humano y sobre todo cristiano.

De todas maneras es una verdad inevitable. Ya desde que nacemos estamos en camino hacia la muerte. En ese sentido podríamos decir que “la existencia humana puede definirse esencialmente como Sein-zum-Tode, ser-para-la-muerte, estar abocado a la muerte”[7]. Ese problema, por su complejidad está muy arraigado al problema de la angustia, puesto que ésta “se refiere al total ocaso del ser, y por tanto a la pérdida total de mi existencia”[8]. Pero también nos damos cuenta que resulta ser igualitaria para todos. Nadie ni nada podrá detenerla cuando a alguien llega, y muchas veces preferimos no pensar en ella buscando toda clase de distracciones. No sabemos qué pasará después de ella; sin embargo, nos angustiamos tanto y le tenemos tanto miedo como si supiéramos de qué se trata. ¿Por qué, mejor, en vez de angustiarnos por cosas que desconocemos no nos preocupamos por tener una vida digna y la vivimos plenamente mientras aún tenemos la oportunidad de tener a quienes más amamos? Además, ¿para qué desear una larga vida si lo único que se hace es alargar el sufrimiento?

Nadie puede morir en lugar de otro; y el que muere, muere solo y en una completa soledad. De ahí que la muerte se haya convertido en el enigma más grande del hombre, y éste ya ni siquiera quiere pensar en ella. Es que, frente a tal realidad, el ser humano se siente nada, puesto que aunque tenga todo el tesoro del mundo ni siquiera podrá alargar un minuto a su vida cuando la hora ya se le ha llegado. Pero también está el problema de que ésta llega en el momento inesperado, como un ladrón como dice el Evangelio. Y eso es lo que más angustia causa en el hombre, puesto que siempre estará expuesto a la inseguridad de la vida y todo lo que puede hacer es “esperarse el hecho de tener que morir, pero no puede de ninguna manera esperar la muerte”[9]. La muerte llega y no respeta la libertad de querer seguir viviendo, ni le importa el sufrimiento de quienes sienten esta pérdida irreparable. Es una verdad que simplemente se impone.

Somos concientes de eso. Sabemos que vamos a morir y preferimos no pensar en ese momento, puesto que, aunque no queramos aceptarla; aunque luchemos por seguir viviendo, al final quien resultará vencedora es la muerte. Esto es como una llamada de atención para que no nos angustiemos demasiado cuando nos toca pasar por esta verdad, puesto que es una realidad por la que todos vamos de pasar sí y sólo sí. En vez de angustiarnos por esta inevitable verdad, debemos preocuparnos por vivir cada momento plenamente, como si fuera la última oportunidad que tenemos para hacerlo; aunque algunos digan que, “si tenemos que morir, nuestra vida no tiene sentido, ya que sus problemas no reciben ninguna solución y sigue sin determinarse el significado mismo de los problemas”[10]. Sólo queda vivir con pasión el presente, puesto que, no existe mañana ni pasado; pues la muerte tiene el poder de destruir todas las ilusiones del hombre. Además, el tiempo es demasiado breve y debemos aprovecharlo lo máximo. Eso no implica la búsqueda de los placeres, sino la búsqueda de sentido mediante acciones dignas por amor a nuestros prójimos.

Es propio de nuestra condición la fobia a la muerte, puesto que somos concientes que de esta vida nos iremos para siempre. Antes que aceptarla se convierte en una verdad lamentable que nos aflige con la terrible pregunta sin respuesta: “¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?”[11]. Es una verdad que nos quita los ánimos de todo. Por eso que para muchos es mejor no pensarlo, olvidarnos de esa parte constitutiva de nuestra naturaleza y aferrarnos sólo al presente. Tal vez es una salida, sobre todo para muchos jóvenes que aún no se preocupan de eso, sólo por el hecho de ser jóvenes. Sin embargo, en una entrevista abierta por red sobre qué opinan sobre la muerte, si tienen o no miedo a esta verdad, si les asusta o no hablar de esta verdad, como respuesta he recibido muchos mensajes diciendo que la muerte como tal no les asusta, ni tampoco le tienen miedo; pero lo que a sí temen es que tenga que irse el ser a quien más se ama, sobre todo porque ya nunca volverán a verlo.

Es innegable la realidad profundamente trágica causada por la muerte, ya que, cuando en ella se piensa, se toca el sentido más hondo de la existencia humana y la posibilidad de una verdadera libertad. Es una verdad inevitable y absurda a la vez, puesto que, aunque busquemos algún remedio para aliviar el dolor causado por la noticia de que el ser amado se irá dentro de poco, lo único que tenemos que hacer es aprender a tener el coraje de resistir y aceptarla, pese al profundísimo dolor que nos causa. Aunque muchas veces, el ser humano a preferido huir de esta experiencia de sufrimiento refugiándose en efímeros momentos dionisíacos. “Al no poder curar sus heridas y al carecer de fuerza para enfrentarse con riesgos y las desilusiones, […] intenta dejar de ver los males, olvidarlos lo antes posible”[12]. Y da la impresión de que, si la pérdida de un ser querido es causa de dolor y sufrimiento inevitables, entonces, “para no tener demasiado dolor, [por los seres queridos que se irán] el hombre, se procura no amar, no esperar, no luchar, no ligarse a nada ni a nadie”[13]. En ese sentido, como dice Kierkegaard, “la mayoría de los hombres no ha aprendido a temblar, y de esta manera no le importa nada, absolutamente nada, todo lo que en ese orden les pueda acontecer”[14].

Pero el tema de muerte también implica el problema del mal. Se entiende en ese sentido a la muerte como consecuencia del mal. Y justamente es ésta la causa de las experiencias del sufrimiento, de la frustración y del fracaso que azotan al hombre. No hay respuestas categóricas para poder justificar esa amarga experiencia; sin embargo, mientras exista el mal en el mundo, mientras haya personas que destruyen a otras, mientras haya insensibilidad por parte de algunos, no nos queda otra cosa sino tener el coraje de resistir. Respecto al problema hablaremos a continuación, con el fin de aclarar lo que el mal significa, o qué implicancias o consecuencias trae en el ser humano que siempre anhela vivir en paz y disfrutar del Reino que está entre nosotros como lo dijo Jesús.

3.- El problema del mal en el mundo

“El niño no sabe lo que es horrible, el hombre lo sabe y tiembla ante ello”[15]. Son las palabras de Kierkegaard, y evidentemente, el niño no sabe lo que es horrible; sin embargo, todos tenemos la experiencia de que en el momento que nacemos todos lloramos. Tal vez un niño no sea conciente de su lloro; sin embargo, es la verdad que ese lloro es la experiencia de lamento y que no le queda sino otra cosa que aprender a vivir todas las amarguras y dulzuras que se experimentan en la corta escena de la vida, y aprender a aceptar todo lo que en esta vida acontece. Además, por experiencia sabemos que lloramos sólo cuándo estamos pasando por alguna experiencia desagradable de la vida. Y aunque sabemos también, que muchas veces, esas heridas que llevamos jamás serán sanadas totalmente, o que la pérdida de un ser querido será irreparable. Frente a eso, lo único que hacemos es llorar, dejar correr nuestras lágrimas aunque algunos pretendan dar ánimos diciendo que llorar no traerá solución alguna.

Esa experiencia del mal en el hombre, trae como consecuencia la frustración y la desesperación, debido a que se ve en una situación totalmente desagradable y absurda. No encuentra respuestas, y aunque las encuentre no podrá salvarse del sufrimiento y el atropello causados por el mal. Pues siempre tropezará con obstáculos que le impiden vivir en paz y felicidad. Siempre será presa del fracaso, de la violencia y de todo lo que el mal significa. La preguntas ¿Por qué?, ¿Para qué?, quedarán siempre en el absurdo. De ahí que la única respuesta será sólo aprender a vivir y a aceptar esa experiencia. Además nadie es perfecto en esta vida y nuestra condición de humanos siempre estará expuesta a esa experiencia. Somos humanos, demasiado humanos que incluso preferiríamos dejar de serlo si de eso se tratara. Pero no nos queda sino aceptar nuestra contingencia.

La experiencia del mal, no es una verdad que sólo el cristianismo la ha reflexionado en su profundidad, el problema ha sido tratado en todas las regiones y en todos esos credos se “encuentra que el sufrimiento supone un desafío para todos, y todos los pueblos, […] y formas de pensamiento han tratado de dar una respuesta”[16]. Sin embargo, lo único que se ha aprendido es aceptar esa inevitable verdad; y aunque no queramos aceptarla, siempre terminará imponiéndose a nosotros. De ahí que para “el creyente […] el mal y el sufrimiento hay que enfrentarlo con Dios”[17]; mientras que otros, al no poder comprender tal realidad, horrorosamente han ofendido a Dios con blasfemos atributos. Es el caso de E. Sábado, (cita del padre Gregorio) que al reflexionar sobre el problema, dijo las siguientes afirmaciones acerca de Dios:

“1. Dios nos existe. 2. Dios existe y es un canalla. 3. Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son nuestra existencia. 4. Dios existe pero tiene accesos de locura, estos accesos son nuestra existencia. 5. Dios no es omnipotente, no puede estar en todas partes. A veces está ausente; ¿en otros mundos?; ¿en otras cosas? 6. Dios es un pobre diablo, con un problema demasiado delicado para sus fuerzas. Lucha con la materia como una artista con su obra. Algunas veces, en algún momento, logra ser Goya, pero generalmente un desastre. 7. Dios fue derrotado antes de la Historia por el Príncipe de las Tinieblas. Y derrotado, convertido en presunto diablo, es doblemente desprestigiado, puesto que se le atribuye este universo calamitoso”[18].

Incluso a eso se puede llegar. Es un reclamo que no tiene sentido, un reclamo absurdo. Es cierto que hay millones de seres humanos que sufren de tantos males que inevitablemente desembocan en la muerte; entre esos males el hambre, la violencia, enfermedades incurables como el SIDA o el Cáncer, etc. Pero Dios no es la causa eficiente de tales problemas maléficos, pues Él siempre querrá lo mejor para el hombre. Él querrá siempre la felicidad de aquel a quien creó a su imagen y semejanza; pero también siempre respetará nuestra libertad. He aquí la responsabilidad del hombre. Puesto que no es perfecto, sus acciones no siempre serán las mejores. Esa evolución y progreso que se procura, siempre traerá como consecuencia una cuota de sufrimiento. Al ser de naturaleza imperfecta y puesto que no es un ser acabado sino que siempre se está haciendo, ese hacerse cada día, no siempre tendrá un buen fin. Además, es una causa libre, no natural y no siempre actuará de la misma manera.

Pero lo cierto es, también, que vivimos en una sociedad desigual. Hay ciertos grupos, instituciones adineradas que cada vez se hacen más ricos, no sin la explotación y el sufrimiento de tantos de nuestros semejantes que se encuentran en condiciones infrahumanas de vida. Y “ante este mal, ante la muerte, [estos hermanos nuestros] en lo más profundo de sí, claman justicia”[19] y su voz es oída pero no escuchada. Es una verdad tan lacerante; sin embargo, a pesar de eso hay que aprender a vivir. Hasta el mismo Jesucristo tuvo que vivir esa experiencia. Pero esa verdad de Jesús no nos tiene que hacer actuar pasivamente, antes bien, ese coraje de resistir de Jesús nos tiene que inspirar a luchar acérrimamente para disminuir el mal y las condiciones de injustita que se viven y que inevitablemente desembocan en la muerte. Hablaremos a continuación de la experiencia del mal en Jesús.

4.- La crueldad contra Jesús

El caso de Jesús el Cristo, todos sabemos y estamos convencidos de que a nadie hizo mal alguno. Que es el hombre más puro que haya existido en la historia de la humanidad; sin embargo, fue convertido en “una víctima: la mayor victima (o la más inocente) de la historia humana”[20]. E incluso fue condenado a morir y de la forma más horrorosa que en la historia haya existido. ¿Es que acaso nuestro Dios es un Dios masoquista que le encantaba hacer sufrir a su Hijo? Pero es Dios mismo el que sufre en la persona de su Hijo. Es Dios quien en Jesucristo sufre con paciencia, se angustia y muere. Es Dios quien se solidariza con nosotros, aunque parezca contradictoria la tradicional visión de los inmutables atributos divinos como la impasibilidad y la eternidad.

Como nos revela el Evangelio, esa experiencia horrenda de Jesús, al saber que se acercaba el momento más trágico de su vida, cuando estaba en el huerto de Getsemaní, en las vísperas de su muerte, experimentó el terremoto de su vida. Incluso le pidió al padre diciéndole: “Padre, si quieres aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”[21]. El Evangelio dice que entró en una angustia de muerte hasta tal punto que empezó a sudar a chorros, cuyas gotas de sudor convertidas en sangre, caían hasta el suelo. Dios mismo, en ese momento se angustia y desespera. Pues era conciente de aquello que se le acercaba. Los ángeles vinieron a darle ánimo, pero ¿era suficiente eso? Sin embargo; después de tal acontecimiento se tranquiliza y acepta todo aquello que se le viene.

Llegó entonces la noche oscura, demasiado oscura para Jesús. Las tinieblas del mal empiezan a brillar, y la luz del amor y de la misericordia llega a su ocaso. Jesús es arrestado, azotado, escupido, burlado, apuñeteado. Uno de sus amigos lo ha traicionado, otro lo niega y todos los demás se esconden por el momento. Carga con la pesada cruz cuesta arriba, pese a lo deteriorado que estaba su cuerpo debido a la golpiza. Sólo algunas mujeres lloraban por Él, pero nada podían hacer. Y su madre, con un dolor superlativo sufría al ver el dramático espectáculo que los criminales hacían con su hijo. ¿Es que Dios Padre se negó ayudar a su Hijo amado, a su único Hijo? Ese silencio de Dios ante el sufrimiento de su Hijo parece inaceptable. Pareciera que fuera un Dios indiferente, que no escucha las plegarias ni los sollozos de aquellos que sufren acérrimamente, como la súplica de su Hijo: Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado. De ahí que, tal vez estemos de acuerdo con aquel que le dijo al padre Jesuita en La peste: “Lo que yo odio es la muerte y el mal, usted sabe muy bien. Y lo quiera o no, estamos juntos para sufrirlo y combatirlo”[22].

Cristo, como Dios-hombre, aparentemente ha fracaso respecto al mal y a la muerte, con lo cual estas lacerantes verdades seguirán haciendo estragos en el mundo. Sin embargo, su muerte es el resultado de su protesta a favor de la vida, es una protesta a favor de la justicia. “En ese sentido, la muerte misma es una acto de protesta de Dios contra la injusticia y un acto de defensa de la víctimas. Dios mismo es víctima, hace suya la causa de las víctimas y levanta la voz contra los verdugos”[23]. Siempre estará en contra del mal. Sobre esto hablaremos en el apartado siguiente.

5.- Insurrección de Dios contra el mal y su acompañamiento al hombre

Dios siempre estará a favor de la vida. Sus manifestaciones relatadas en la Biblia son siempre a favor del bien y en contra del mal. Por eso que Pablo dirá que “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”[24]. Dios siempre querrá la vida, y la vida en abundancia, pero esa vida nosotros la elegimos. Dios nos la ofrece y nosotros decidimos, puesto que también tenemos la libertad. Y para quienes creemos en él nos ofrece incluso la vida eterna.

Tal vez la presencia de Dios no es evidente para el no creyente; sin embargo, para el que verdaderamente cree, Dios se ha solidarizado en la persona de su Hijo con el dolor y el sufrimiento humanos. Pues su muerte misma es un signo de protesta en contra de estas lacerantes verdades presentes en la experiencia humana. “Él mismo se solidariza en su Hijo con todos los que sufren”[25]. “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras debilidades”[26]. Es cierto que el mal y la muerte son verdades demasiado hirientes para el ser humano, pero ahí justamente, “en su horror, nos permiten reconocer a Dios como su opositor radical, siempre a nuestro lado, sufriendo con nosotros y apoyándonos con todos los medios de su amor, hasta la prueba suprema de consentir que le maten a su Hijo”[27].

Muchos le reclaman a Dios que por qué no se hace presente en forma categórica a favor del bien y de la vida. Quieren que Dios en persona venga y como un guerrero empiece a combatir el mal en el mundo y todo aquello que causa sufrimiento en el hombre. Le reclaman por qué consiente la maldad. Sin embargo, “ninguna razón de ningún tipo puede justificar”[28] si puede o no evitarlo. Lo cierto es, que, “si pudiera” lo evitaría. Además, hay que tener en cuenta que, el mundo ha sido creado imperfecto y como tal siempre tendrá sus imperfecciones. Y Dios antes que la nada prefiere el ser como dijo Escoto. Dios no puede hacer algo absurdo como sería absurdo que pueda “hacer un círculo cuadrado”[29]. Aunque sea inaceptable debemos aprobar que Dios “no puede” hacer algo absurdo, y como tal “no puede” evitar el mal. Ese “no puede” indica simplemente que el supuesto de que lo evite es absurdo, pues un mundo sin mal es palabrería sin sentido, círculo cuadrado”[30]. Además, este mundo es finito y contingente. Y si esa es su verdad, “tiene, por fuerza, las puertas y ventanas abiertas a la irrupción, de la disfunción y de la tragedia”[31]. Pero Dios no quiere el mal, lo único que quiere es la felicidad del hombre y que tenga vida en abundancia.

Lo cierto es que, a pesar de todo lo que el ser humano ha sida capaz de hacer en contra de la misma humanidad, Dios siempre se ha mostrado como liberador. Ejemplo de esta preocupación suya a favor de aquellos que sufren, es el acontecimiento de la salida del pueblo de Israel de Egipto. Pero también se manifestó por medio de los profetas con un carácter de protesta contra la injusticia. Dios siempre se ha puesto al lado del que sufre. En ese sentido, “quien sufre no está al otro lado de Dios, sino con Dios; o mejor, Dios está con él, identificado con su dolor y con su trabajo, apoyándolo frente al mal que lo envuelve: mi Dios es mi fuerza (Is 59,5); mirad el señor viene en mi ayuda: ¿quién me condenará (Is 59,9)”[32]. Dios siempre se ha revelado como un Dios en contra del mal. Sólo quiere la conversión del pecador, pero que se convierta y viva. Yo tampoco te condeno le dijo a aquella mujer que iba a ser apedreada. Pues el fin de su lucha contra el mal, es llevar al hombre a la plenitud final para la que fue creado. Respecto a esto profundizaremos un poco más en el siguiente y último apartado.

6.- La muerte, encuentro con Dios

Al parecer, es la experiencia del mal y de la muerte quienes salen ganando en esta lucha; sin embargo, tenemos fe en que hay un proyecto de Dios para el hombre. El proyecto de la resurrección. Sabemos que la ruina es inevitable, pero lo único que nos salva es nuestra fe en la resurrección. Esa es la posibilidad que no salva, pero lo que importa aquí, “es que el hombre quiera creer que para Dios todo lo es posible”[33] en el ámbito lógico, ya que de lo contrario le sería posible también hacer un círculo cuadrado, pero eso es absurdo, contradictorio; pues Dios no puede ser contradictorio, ya que si lo fuera dejaría de ser Dios. Es imposible que sea Dios y no sea Dios.

A lo que queremos llegar, es, por tanto, que si bien es cierto que en esta vida las experiencias del mal y de la muerte siempre azotarán nuestra flaqueza, tenemos la esperanza de que un día vivamos para siempre y ya no habrá sufrimiento alguno. Es que nuestra vida no termina, se transforma. De ahí que para el cristiano, la muerte resulta ser una ganancia, ya que en la vida futura disfrutará de la gloria y de la felicidad eternas junto a Dios.

Frente a esa realidad, lo único que nos queda es tener fe en lo que creemos y asumir con tranquilidad lo desagradable que en esta vida acontece. Es cierto que la muerte de un ser querido o de uno mismo nos sorprenderá en el momento menos pensado, como si fuera un ladrón. Esa es la razón por la que tantas personas no pueden vivir en paz. Pero pese a eso, hay que tener en cuenta que, también es cierto de que muchos de los casos en los cuales ha triunfado la muerte son el resultado de la injusticia e irresponsabilidad de algunos hombres, dando origen de ese modo a una muerte antinatural. Quizá eso es lo que más aqueja a mucha gente, porque no se entiende esta realidad. Es un misterio. Y el dilema que se les presenta es que por un lado existe Dios, de quien se dice que es misericordioso; y por otro lado el mal o la injusticia; y se preguntan: ¿cómo es posible que exista el mal, la injusticia o el sufrimiento en el mundo si Dios existe?
No todos han aprendido a llevar con paciencia estas amargas experiencias. De hecho, no es fácil, pero como cristianos debemos aprender a afrontar con paciencia esta inevitable verdad de nuestra vida. Nuestra fe en la resurrección y en el encuentro con Dios debe liberarnos de ese lacerante sufrimiento. Debemos aprender a decir con San Pablo: “para mí la vida es Cristo y morir es una ganancia”[34]. Y como San Francisco de Asís, que no sólo no tuvo miedo a la muerte sino que incluso la llamó hermana. Ojalá algún día tomemos conciencia de esta nuestra inevitable realidad y en vez de angustiarnos y dirigirnos a Dios con ofensivos reclamos acerca del por qué lo permite, aprendamos a decir como San Francisco de Asís: bienvenida sea mi hermana la muerte corporal, de quien ningún viviente escapa de su persecución…Y aprendamos de que “creer desde la experiencia del mal, es creer desde la esperanza de una victoria sobre el mal”[35] y que creer desde la cruz implica también creer desde la resurrección, pero también alienarse contra toda forma de crucifixión, y con la firme esperanza del encuentro definitivo con Dios.

[1] Historia contada por la misma madre del niño. El niño (Luigi) compartió unas semanas con los frailes en la parroquia Santa María de Jesús, Comas; y en agosto, mediante una ceremonia se le entregó el hábito franciscano, pero como seglar Hoy sigue con su tratamiento médico, pero está recibiendo apoyo de una comunidad evangélica para su sustento en las medicinas y en la comida. Sólo un milagro de Dios podría liberarlo de ese mal.
[2] GEVAERT, Joseph. El problema del hombre. Ediciones Sígueme. Salamanca, 1997, p. 297.
[3] Ibíd., p. 298
[4] Es una historia real que sucedió en Tacna hace dos años.
[5] GEVAERT, op. cit., p. 297. Es una cita tomada de B. Pascal, Pensées, ed. Brunschvicg, n. 168.
[6] De la Apología de Sócrates 29ª, Pág. 167.
[7] GEVAERT, op. cit., p. 300. Es una cita tomada de El ser y el tiempo, p. 256.
[8] Ibíd.
[9] Ibíd., 302.
[10] Ibíd., Cita tomada de L’etre et le néant, 617.
[11] GONZÁLES FAUS José Ignacio. AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS. Pág. 58.
[12] GEVAERT, op. cit., p. 292.
[13] Ibíd.
[14] KIERKEGAARD, Soren. La enfermedad mortal o De la desesperación y el pecado. Ed. SARPE, S. A., 1948, p. 93.
[15] Ibíd., p. 30.
[16] PEREZ DE GUEREÑU, Gregorio. Dios Creador y santificador. Lima, 2005, p. 105
[17] Ibíd., p. 106
[18] Ibíd., p. 109.
[19] TAMAYO, J. José. LA CRISIS DE DIOS HOY. Ed. Verbo Divino, Pamplona, 1997, p. 115. Citando a Albert Camus.
[20] GONZÁLES FAUS, Jasé Ignacio. AL TERCER DÍA RESUCITÍ DE ENTRE LOS MUERTOS. p. 50
[21] Cf. Lucas 22, 42-43.
[22] TAMAYO, op. cit., p. 111. Citando a Albert Camus.
[23] Ibíd.
[24] Cf. Rom 5, 20
[25] PEREZ DE GUEREÑU, op. cit., p. 114.
[26] Ibíd. Texto bíblico no citado por el autor.
[27] TORRES QUEIRUGA, Andrés. Creo en Dios Padre. SAL TERRAE, Santander 4ª ed., p. 111.
[28] Ibíd., p. 117.
[29] Ibíd., p. 120.
[30] Ibíd., p. 121.
[31] Ibíd., p. 124.
[32] Ibíd., p. 134.
[33] KIERKEGAARD, op. cit., p. 30.
[34] Cf. Carta a los Filipenses 1, 21.
[35] PEREZ DE GUEREÑU, op. cit., p. 115.

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