domingo, 19 de julio de 2009

MINISTERIO SACERDOTAL Y CREDIBILIDAD HOY

Tal vez hoy día el término sacerdote puede sonar con poco significado a los oídos postmodernos; pues como dice Severino Dianich: “evoca a nivel de la fantasía ciertas imágenes de tipo ritual. La palabra despierta en ella visiones de templos, altares y personajes ritualmente vestidos, sensaciones de movimientos y músicas lentas y solemnes”. Vemos que, a diferencia de otros tiempos, el sacerdocio ya no es muy atractivo para muchos. Sin embargo, es indispensable reconocer que, el hecho de tener al sacerdote como aquel que sólo se dedica al culto, es la causa de que en los ideales de este mundo, influenciado por el materialismo y el utilitarismo se minusvalore imagen del sacerdote. Pero hay que tener en cuenta, además, que el sacerdote no es sólo aquel que se dedica a la actividad cúltica, sino aquel que desempeña la actividad de Cristo en todas las dimensiones de la vida, pues ha sido “ungido para anunciar a los pobres la Buena nueva” (Lc 4,18).

Es una visión general de lo que se piensa del sacerdote; pero también de su misión en el ministerio. De ahí que, teniendo en cuenta esos criterios, a propósito del año sacerdotal, creo que es oportuno hacer una reflexión sobre este tema, teniendo en cuenta la dimensión integradora de la Teología fundamental. Pero, sobre todo, creo pertinente presentar mi reflexión de la siguiente manera: qué imagen presentar del sacerdocio como ministerio; cómo hacerlo más creíble y atractivo en un mundo postmoderno, influenciado muy fuertemente por la ilustración, con todo lo que esta corriente arrastró tras de sí; cómo presentarlo en un contexto donde prevalece el disfrute de los placeres inmediatos y donde las personas cuentan por lo que producen, mas no por lo que son.

Con ese afán de investigación, y para salir un poco de las investigaciones que han hecho otras personas respecto a la realidad del sacerdocio, que ya han manifestado en algunos libros; sin descuidar la información que estos investigadores han hecho respecto al tema, me he tomado el tiempo de elaborar algunas encuestas para algunos jóvenes laicos. De la parroquia “Santa María de Jesús”-Comas, algunos; y otros de la Universidad Católica Sedes Sapientiae (UCSS). Las preguntas para estos jóvenes fueron las siguientes: a) ¿Cuál es la comprensión que usted tiene sobre el sacerdote?, b) ¿Cuál es la realidad de los sacerdotes que usted conoce? Y c) ¿Cuáles son las expectativas que tiene del sacerdote? Entre las respuestas que coinciden son: “vocación a la que se es llamado”, “un camino de voluntad”, “es una profesión, sujeto a obligaciones y deberes”, “actitud poco crítica”, “tienden a ser autoritarios”, “causan incredulidad, desconfianza de los fieles”, “inmaduros afectivamente”. Pero, entre esas respuestas, me parecieron ilustradoras las repuestas de una de las chicas, (Katia Izarra, estudiante de administración de la UCSS): “El sacerdote es la persona especializada en temas doctrinales. Pero estos conocimientos no lo hacen que deje de ser hombre y que cometa equivocaciones. Mucho se idealiza al sacerdote. Olvidamos que son humanos, que pueden cometer errores y caer”.

Como hemos visto, las afirmaciones respecto a la persona del sacerdote son positivas y negativas. Pero estas respuestas están condicionadas por ciertos paradigmas que ellos tienen sobre la imagen del sacerdote. Sin embargo, creo que estas respuestas son oportunas para tener una noción de lo que muchos jóvenes piensan sobre el ministerio sacerdotal. De todas maneras, creo que, antes de cualquier juicio sobre la persona del sacerdote, se debe tener en cuenta lo que dice la Carta a los Hebreos al respecto: “Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios” (5,1)[1]. Pero además de eso, se debe tener en cuenta que, “el sacerdote es ante todo el mensajero del Evangelio, el que ha sido llamado para suceder a Cristo en la transmisión de su Kerygma liberador y salvador”[2].

El hecho de que haya hecho una opción voluntaria por el ministerio ordenado y, por tanto, por el celibato; el hecho de que sea el mensajero de Evangelio, eso en nada disminuye su condición de hombre. Esa realidad debe llevarnos a valorar su opción libre de “entrega total” por el Reino, siguiendo el ejemplo de Cristo, Sacerdote Eterno. De ahí que, su misión “no es sólo cumplir un oficio, una función pura y simplemente. No es sólo hacer algunos gestos rituales con el orden establecido”[3]; sino más bien, realizar el sacrificio que, desprendiéndose de sí mismo hace la voluntad del Padre como el Hijo hizo su voluntad. Sin embargo, esa misión no lo dispensa de su humanidad, y cada sacerdote podría decir con Terencio: “soy hombre y nada humano me es ajeno”[4]. Las cosas del mundo, las personas del mundo le son familiares y su corazón vibra con el mundo. Su exigencia, por tanto, como ministro de Dios y de los hombres, es vivir en el mundo (creación), pero no como el mundo (pecado)[5].

Así pues, “el sacerdote no es un hombre que renuncia a la carrera humana, sino más bien el único hombre que tiene la plenitud de lo humano”[6]. Ahora bien, muchos podrían preguntar: ¿Y qué hay de aquellos involucrados en casos de pedofilia o escándalos afectivos, como sucedió con Fernando Lugo, Alberto Cutié, etc.? Respondemos: no debemos olvidarnos que, si bien es cierto estos hombres, en algún momento hicieron una opción libre y voluntaria por el celibato, y que, por tanto, renunciaron al matrimonio y a formar una familia, esa decisión y esa opción no los convierte en perfectos. Nada humano es perfecto; y errare humanum est (errar es humano). Lamentablemente olvidamos esta dimensión a la hora de hacer juicios sobre el sacerdote. Lo idealizamos demasiado y, cuando cae nos decepcionamos. Creemos que es el “santo”, pero olvidamos que está en camino a la santidad como cualquier otro cristiano. Creemos que es el “héroe”, pero olvidamos su condición vulnerable como cualquier humano. Olvidamos que es un hombre sacado de entre los hombres y que como tal puede equivocarse y caer. Debemos tener en cuenta que, antes de ser sacerdote es hombre y que nada humano le es ajeno.

Ahora bien, si el sacerdote es un hombre sacado de entre los hombres y que como tal puede cometer errores y caer, algunos preguntarían lo siguiente: ¿Y qué hay del celibato? Si se sabe que la mayoría de los que han caído es por problemas relacionados a la afectividad, que implica directamente la opción celibataria, entonces, ¿por qué la Iglesia aún mantiene esta norma? Respondemos: el celibato, más que una norma es una forma de vida. Nadie está obligado a vivir esta dimensión de la vida si cree que no tiene este don. Pues, si lo vemos desde una norma, podemos decir que es una norma humana y por tanto, imperfecta. Pero con esto olvidaríamos el llamado universal de Jesús. Él no exige el celibato para que lo sigan. Él llama a todos, pero cada uno debe seguirlo desde la gracia que ha recibido de Dios. De ahí que, algunos optan por esta vida porque creen que será así como mejor servirán a Dios. Estos en el Evangelio de Mateo son llamados los eunucos por el Reino de los Cielos[7]. Además, si son eunucos voluntarios, lo son porque para ellos, la virginidad y el celibato son las condiciones que mejor responden a la naturaleza del Reino. Así, “libre de muchos cuidados y preocupaciones familiares, el sacerdote célibe está disponible para el ejercicio de una caridad pastoral más universal, más total, más continua, y para la aceptación de una paternidad más amplia”[8].

De ese modo, el sacerdote podrá entregarse más fácil y totalmente, sin dividir su corazón y su amor a Dios, al servicio de los hombres. Pues le será más fácil desempeñar su misión si su corazón está libre de ataduras terrenas. Sólo si está libre de vínculos particulares podrá inflamarse más en el amor de Dios. Y esto no es una violencia a la naturaleza de la sexualidad humana, como algunos dirían, sino más bien “una oferta del amor divino, susceptible de ser libremente aceptada o rehusada por aquel que se siente llamado”[9]. Nadie está obligado a asumir esta forma de vida. Todos los que se sienten llamados para este ministerio son libres de acoger o rechazar la oferta.

Y, si para algunos el sacerdote debería casarse para que de esa forma pueda hablar con autoridad y con experiencia respecto al matrimonio, respondemos: si bien es cierto no tiene la experiencia del matrimonio, “tiene la experiencia de corazón; entiende el amor, y esto le autoriza a ser un consejero”[10]. Eso no significa que el sacerdote no tenga esposa porque desvaloriza la realidad del matrimonio; pues en la misma Carta a los Hebreos se dice que “tengan todos un gran respeto al matrimonio, y la unión nupcial sea inmaculada” (13,4); además, “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mt 19,6). En consecuencia, la misión del sacerdote implica un compromiso de toda su persona y, su renuncia al matrimonio es una forma de vida que él ha elegido por el Reino de los Cielos.

[1] Cita tomada del numeral 5 de la Exhortación Apostólica Postsinodal. FORMACIÓN DE LOS SACERDOTES de Juan Pablo II.
[2] COPPENS, Joseph. Sacerdocio y Celibato, BAC, Madrid MCMLXXII, p. 42.
[3] Ibíd., p. 155.
[4] Ibíd., p. 180.
[5] Conf. Juan 17,14-16.
[6] Sacerdocio y Celibato. Op. Cit., p. 182.
[7] Conf. Mateo 19,12.
[8] Sacerdocio y Celibato. Op Cit., p. 448.
[9] Ibíd., p. 474.
[10] Ibíd., p. 249.

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