domingo, 19 de julio de 2009

Hacia una Filosofía de la Naturaleza Franciscana

Después de una reflexión en el seno de la filosofía de la naturaleza, y contemplando nuestra realidad desde esa visión integradora, hemos visto que la situación actual de la naturaleza se encuentra crisis. Nuestro hábitat del que formamos parte está en un estado de degradación. Es cierto que somos seres energíboros, pero eso no nos debe convertir en destructores de nuestra propia casa. Parece que ningún otro animal haría eso. Todos los demás consumen sólo la energía necesaria para sobrevivir, pero el hombre es el animal que aun cuando tiene lo suficiente está pensando en algo más. Su afán por el lucro lo conduce a explotar la naturaleza y a su mismo hermano.

La causa de esa degradación que está sufriendo la tierra y junto a ella muchos de nuestros semejantes; es esa cosmovisión que el hombre tiene de sí mismo y de la naturaleza. Siempre se ha pensado como el dueño y señor de la misma, a parte de estar guiado por su voracidad de poder y dominio sobre los otros. Es su arraigada y acérrima concepción antropocentrista. Con esa cosmovisión, siempre se ha encaminado a la búsqueda de progreso ilimitado, para lo cual aplica diferentes métodos y tecnologías, muchas veces no los (as) más adecuados (as); pero de todas maneras lo hace, porque quiere lograr sus objetivos: estar lleno de poder, de riqueza; estar por encima de los demás y también de las demás cosas. Se quiere convertir en un "dios". Y con ese fin utiliza una "lógica que explota [...], depreda y expolia [...] sin solidaridad para con el resto de la humanidad y las generaciones futuras"[1].

Lo peor de todo es que, esa cosmovisión, se ha fundamentado incluso en los textos de la Sagrada Escritura (Gn 1,28; 9,2; 9,7). Se ha malinterpretando estos pasajes donde Dios da la "autoridad" al hombre sobre la tierra. Pero, ¿es que esa autoridad dada es para que el hombre explote la naturaleza, sin compasión alguna, sin ver las desagradables consecuencias que hoy pueden verse; o es que esa autoridad sobre la naturaleza fue para que el hombre cuide de ella? Hoy, a juicio de cátedra, como de muchos respetados conocedores La Biblia, postulan que esa visión antropocentrista del Libro Sagrado ha sido malinterpretada y manipulada. Y con eso se justificado el afán de crecimiento ilimitado, explotando de ese modo los recursos de la naturaleza como si éstos no tuvieran límites; como si lo más importante fuera "acumular gran número de medios de vida, de riqueza material [...] a fin de poder disfrutar del breve paso por este plantea"[2].

Esa es la mentalidad que se tiene. Se piensa sólo en el hoy y no en el mañana. No hay una ética de responsabilidad a futuro. El hombre sólo se preocupa por el presente, y de ese modo dispone de la realidad a su antojo, sin interesarle los catastróficos resultados que hoy podemos ver en nuestro hábitat: la tierra. Sólo se piensa en una lógica de crecimiento indefinido. "Se busca el máximo beneficio con el mínimo de inversión"[3]. Sólo se piensa en un hic et nunc, pero no en el futuro de la naturaleza, ni en las futuras generaciones. Da la impresión de que todo lo quiere para el momento, para el ahora; pero no piensa en los demás, que también tienen derecho a vivir en una casa (naturaleza) en condiciones buenas. Todo gira en torno al ideal "primordial" de las sociedades mundiales, al ideal de "progreso, prosperidad y crecimiento ilimitado"[4].

No es que no estemos de acuerdo con el progreso. Con lo que no estamos de acuerdo es con la forma como se busca ese crecimiento, pues quienes asumen las consecuencias de la degradación de nuestro planeta a causa de la contaminación, no son aquellos que tienen el control de dicha "empresa", sino la naturaleza misma, junto a personas que cada vez tienen más carencias materiales y sufren las más horrorosas enfermedades; mientras que otros tienen en abundancia y no se interesan por los demás. Vivimos en una sociedad donde el hombre es visto como el centro de todo. Pero es sólo una cosmovisión de entre otras. El problema está en cómo cambiar de cosmovisión, para que el hombre ya no se considere el súper ser entre los seres, sino que es uno más de ellos en el seno de la naturaleza, y que, por lo tanto, no tiene el privilegio respecto a los otros; pues vive en las misma casa, la tierra; y al ser parte de ella tiene la responsabilidad de cuidarla.

La cosmovisión según la cual estamos por encima de los demás seres no es el único modo de concebir la naturaleza. Este modo de pensar es sólo una forma, tal vez la malinterpretada de entender nuestro lugar en la casa común: la naturaleza. Hay otros que tienen otras cosmovisiones, otros modos de valorar, interpretar e intervenir en la naturaleza. Los amish, por ejemplo, prefieren vivir en un estado natural. No aceptan los recursos de la tecnología moderna para "mejorar" las condiciones de vida. Para ellos es mejor vivir alejados de los sistemas industrializados y contaminantes por la tecnología moderna, imperante en la mayor parte de culturas del mundo. Para ellos es mejor respirar aire fresco y puro. Así como ellos, también los mayas tienen una cosmovisión distinta. Para ellos la naturaleza es arte, mientras que, para muchos hombres de nuestra sociedad, es un medio al que hay que explotar para lograr los intereses propios, sin tener en cuenta los resultados.

Son cosmovisiones distintas. Son culturas distintas con un modo explicativo distinto. Lamentablemente la cosmovisión imperante en la mayor parte del plantea es aquella cuya lógica insinúa a la depredación de nuestra casa, y con ella a muchos de sus residentes, incluyendo al mismo hombre. Lamentablemente esta cosmovisión, muchas veces se ha justificado en el libro que para nosotros es sagrado. Se ha manipulado y malinterpretado la responsabilidad que Dios le dio al hombre. La lectura literal de estos textos creó en la sociedad judeo-cristiana la idea de que el hombre es el señor de la naturaleza. La idea de situarse por encima de ella en vez de estar junto a ella. Esa lectura literal-recuccionista ha hecho mucho daño a la naturaleza y al hombre mismo. De ahí que, una nueva lectura es, hoy, más indispensable que nunca. Una lectura de la realidad donde el hombre pueda convivir en armonía con la naturaleza.

Esta lectura, necesariamente supone una reflexión globalizante, una lectura que haga tomar conciencia de nuestra responsabilidad con las generaciones futuras y con los demás seres del universo. Una lectura que aclare que el hombre es en la naturaleza y que vive de su relación con ella. Que vive en ella y gracias a ella. Que necesita descubrir el valor y el sentido que ella tiene; ya que, sólo de esa forma podrá reconciliarse con ella y darle importancia al valor de su relación con ella. Así podrá entenderse, no desde una visión antropocentrista, sino desde su relación con cada uno de los seres de la naturaleza; pues él es uno más de entre los seres del universo y no el rey de éste. Por eso, hoy, más que nunca, es necesario una filosofía de la naturaleza, entendida desde la cosmovisión franciscana, como fraternidad universal, donde todas los entes de la naturaleza son hermanos, y donde nadie debe sentirse más que los otros.

Concientes de eso, y con un sentido de responsabilidad, podremos postular nuevos comportamientos para con nuestra casa: la naturaleza. Podremos regresar a la gran comunidad cósmica. Consientes de eso empezaremos a vivir un nuevo modo de ser, de sentir, de pensar, de valorar y de actuar con la naturaleza. Aprenderemos a entender que, conocer no es dominar a aquello que conocemos, sino entrar en comunión con las cosas. Ya algunos han empezado a preocuparse por esta crisis, pero sólo han atacado las consecuencias y no las causas de las mismas. Nosotros, desde la reflexión sugerida por la cátedra, postulamos un cambio de mentalidad. Una visión nueva de la naturaleza. Una metanoia con el fin de recuperar la buena relación del hombre con la naturaleza, mediante un proceso de reconciliación, desde los fundamentos de una filosofía de la naturaleza franciscana, cuyo carácter es integrador, fraternal.

Algunos defensores de la urgencia de una filosofía de la naturaleza sostienen sus argumentos en el principio antrópico, según el cual, "la existencia del hombre sobre la tierra "explica" por qué las constantes universales de la física tienen precisamente los valores que tienen, y, por tanto, por qué el universo es precisamente el que es y no otro"[5]. Pero la debilidad de este argumento está en que apunta a la explicación de la aparición del hombre como un ser "privilegiado" por las constantes particularísimas del universo; mas no remite sólo a la vida. Por esa debilidad es mejor postular un principio biótico antes que el antrópico. Todos somos seres vivos y como tales, ninguna vida es más ni menos valiosa que otra, al margen de la diferencia entre las especies. En ese sentido, el universo está fuertemente vinculado a las condiciones necesarias para la aparición de la vida en general, donde ningún ser tiene preeminencia sobre los demás, sino que todos los seres vivos son deudores de esas condiciones particularísimas del universo que hicieron posible su actual existencia.

Si postulamos sólo el principio antrópico como un instrumento que nos ayude a valorar y a amar la naturaleza; por la forma como es entendido este principio quedaría insuficiente e incluso podría encaminarnos hacia un antropocentrismo. Y, como sabemos, esa cosmovisión ha convertido al hombre en un depredador de la naturaleza, explotador de la misma y de sus semejantes, sin importarle los estragos. Esa concepción antropocentrista ha generado en el hombre lo que los griegos llamaron la hybris o desmesura, que en este apartado podríamos definirla como la falta de control de los propios impulsos, o como el impulso desmesurado y desequilibrado por querer tener más de los suficiente. Y, justamente en esta lógica de crecimiento ilimitado, de progreso y prosperidad identificamos a la hybris con este modo de pensar.

Con ese carácter desmedido el hombre ha olvidado la justa proporción, la no demasía, el equilibrio. De ahí que, a juicio de la cátedra, siguiendo la cosmovisión franciscana; el remedio para esta hybris, entendida por Boff como arrogancia excesiva, es la humildad, característica franciscana, según la cual reconocemos al otro como importante, o tal vez como más importante que yo y por eso lo respeto. Este remedio es indispensable en nuestra visión de la naturaleza, puesto que, sólo si tomamos esa actitud frente a ella podremos respetarla y amarla. Sólo así podremos ubicarnos al lado de los demás seres que de ella forman parte, sentirnos pequeños frente a ellos y no situarnos por encima de ellos.

Eso implica recuperar el sentido y la importancia que tiene la categoría de relación. No en vano Boff hace mención de esta palabra repetidas veces. Es que, sólo si reconciliamos esa relación del hombre con la naturaleza, podremos verla como importante para nosotros. Además, somos seres que vivimos por nuestra relación con los demás seres del universo. Crecemos, aprendemos y amamos gracias a nuestra capacidad de relación. Nuestra vida dependerá de la forma como se relaciona con los otros seres para que sea calificada como buena o como no tan buena. No podemos aislarnos de los demás seres. Somos entes capaces de seguir viviendo gracias a las inter-retro.relaciones. Y tiene razón Boff cuando asegura que vivimos en un universo donde todos los seres dependen unos de otros. En un mundo constituido de "relaciones, interconexiones, e intercambios de todo con todo, en todos los puntos y en todos los momentos"[6]. En un mundo constituido de una armonía cósmica, en su "inmensa trama de relaciones, de tal manera que cada uno vive por otro, para otro, y con el otro, [...] nada existe fuera de la relación"[7].

Lo que buscamos, entonces, es que el hombre empiece a tener una visión globalizante, puesto que no es el dueño y señor de la naturaleza, sino un ente más entre los entes. Con esto no estamos tratando de fundir la individualidad en la totalidad, sino más bien, estamos sugiriendo reconocer que cada ser dentro de la naturaleza es importante, y que su existencia actual depende de su relación con el otro o con los otros. Aquí tiene un rol importante la haecceitas escotiana, según la cual, cada uno de los seres es "esta concreción de aquí bien definida"[8]. De hecho, cada ser dentro del universo tiene su singularidad, su individualidad; y por eso mismo se debe valorar a cada uno de los seres desde su singularidad. Cada singularidad tiene derecho a su singularidad. No somos los únicos con carácter de singularidad o particularidad en la multiplicidad y en la colectividad. También los demás seres tienen esa singularidad que exige respeto y valor. Sólo si reconocemos la singularidad de los otros seres aprenderemos a valorarlos y a recuperar el mundo de las interrelaciones. Todos y cada uno de los ellos deben ser importantes en mi vida. Además, incluso, sólo podemos configurar nuestra identidad personal desde nuestra relación con los otros.

Pero alguien se preguntaría: ¿cómo podría llegar a esta cosmovisión? O ¿dónde encontraremos los rasgos fundamentales para esta nueva cosmovisión, donde se recupere el mundo de las interrelaciones? A juicio de la cátedra, con quien estamos de acuerdo en esta reflexión, estos rasgos para una concepción globalizante y nueva de la naturaleza, podemos encontrarlos en el "Cántico de las criaturas" de Francisco de Asís. Él fue el primero que se preocupó por el equilibrio de las cosas de la naturaleza, donde ninguna es más que otra, sino más bien, donde todas son hermanas, puesto que tienen un origen y un destino común. Él es el primero que se concibió en relación con las demás cosas de la naturaleza, donde no importa cuán diferentes seamos, sino lo que importa es mirar que todos somos hijos de la naturaleza. Francisco reconoció que todos los seres de la naturaleza tenían una interdependencia y que romper esos lazos que los unen sería una falta grave, falta que en esta reflexión nos atrevemos a identificarla con la hybris o con la desmesura.

Después de 800 años la cosmovisión de Francisco se ha vuelto más urgente que nunca, debido a la degradación del planeta. Hoy, esa cosmovisión nos insinúa a repensar nuestro lugar en la naturaleza y nuestra relación con ella. Hoy, esta cosmovisión franciscana nos ayuda a entender que el bienestar del ser humano debe estar integrado a una naturaleza en buenas condiciones. Hoy, esa cosmovisión nos hace entender que es urgente y vital la buena relación de la humanidad con la naturaleza, donde seamos concientes de que la naturaleza no está para que con ella hagamos lo que se nos viene en gana, sino que debemos sentirnos parte de ella, en sintonía con los demás seres del universo. Eso implica en nosotros que, al igual que Francisco de Asís, asumamos una espiritualidad cósmica. Eso implica que nos encaminemos por un horizonte donde todos los seres del universo sean valorados como importantes los unos para los otros; donde ninguno es más que otro. Esto sólo es posible desde una filosofía de la naturaleza franciscana, hoy más que nunca. Ojalá tomemos conciencia de nuestro puesto en la naturaleza y podamos descubrir el mensaje que esta nos trasmite.

[1] BOFF, Leonardo. ECOLOGÍA: Grito de la Tierra, grito de los pobres. Editorial Trotta. Madrid, 1996, p. 11.
[2] Ibíd., p. 14.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd., p. 21.
[5] AGAZZI, Evandro. FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA. F.C.E. MÉXICO, 1995, p. 131.
[6] BOFF, op. cit., p. 16.
[7] Ibíd., p. 35.
[8] Ibíd., p. 81.

No hay comentarios: