sábado, 13 de junio de 2009

Doctrina trinitaria de san Buenaventura

El misterio de la Santísima Trinidad ha traído grandes problemas para los teólogos a lo largo de la Historia de la teología. El problema que siempre se planteaba era cómo es posible que haya un solo Dios y tres personas distintas. Para explicar dicho problema se asumieron conceptos de la filosofía griega como ousía para decir que en las tres personas hay una sola esencia, un solo Dios. También se asumió el término hipóstasis para explicar la identidad de las tres divinas personas. A esas personas se les llama Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y, así como se acomodaron esos conceptos para explicar que Dios es Uno y Trino, de esa misma forma se adecua el término perijóresis para explicar el modo cómo se relacionan las tres divinas personas. Pero esta relación es una relación de amor.

Teniendo en cuenta dichas aclaraciones, pasaremos a exponer cómo entiende y explica san Buenaventura el misterio de la Santísima Trinidad. Para él, el Padre es fuente primaria y fecunda de la divinidad. La afirmación de la cual parte es la siguiente: “El Padre no ha sido engendrado, y ésta propiedad es la fuente de su sublime grandeza”[1]. El argumento es que por ser el Padre principio sin principio, recae sobre Él más que sobre el Hijo y es Espíritu Santo, el acento característico de la primacía divina. Y como el ser sin principio ni fin tiene más relación con la persona del Padre, fue reconocido desde el principio y se le tributó ofrendas y oraciones antes que se manifestaran el Hijo y el Espíritu Santo. En ese sentido “toda la creación es sacramentum Patris”[2] y nos lleva al conocimiento de la grandeza, y misericordia del mismo, excitando de ese modo a toda la criatura racional al culto.

Una de las características del Padre en lo que se refiere a la base de la generación y espiración, radica en la innascibilitas. Esta característica es en el Padre la raíz de su plenitud fontal. Sin embargo, Buenaventura prefiere usar el concepto “primitas”. De ese mismo modo, se debe tener en cuenta que, el Padre es principio y fuente, pero no causa. De ahí que para el doctor seráfico es mejor quedarnos con los conceptos de “principio” y “fuente”, pero sin adoptarlos completamente, ya que éstos llevan consigo la idea de causalidad. El padre es incausado. El Padre no tiene padre, y nadie le ha dado nada; Él es sin origen ni principio. Esa es, por tanto, la característica del Padre solamente, puesto que el Hijo todo lo recibe del Padre y el Espíritu Santo del Padre y del Hijo.

Según esta perspectiva bonaventuriana, el Padre da, pero nunca recibe. Sin embargo, esa independencia no es soledad, puesto que el Padre posee la esencia divina y ésta posee toda riqueza y es el último fundamento de todo amor. De ese mismo modo hay que tener en cuenta que, esa independencia del Padre lo hace persona incluso antes de engendrar al Hijo y, por consiguiente, “posee necesariamente conciencia propia, conocimiento y amor”[3]. De ahí que se podría decir, también, que el Padre como principio del Hijo, tiene autoridad sobre Él. El Padre domina todas las cosas y Él es el origen de las mismas. Incluso la actividad del Hijo y del Espíritu Santo tiene su origen en el Padre. El Padre es “fuente” y “principio” de toda actividad. Pero la primera actividad del Padre es la generación del Hijo o del Verbo divino, la cual actividad tiene siempre carácter de filiación o de Verbo generado.

Para el doctor seráfico, Dios crea el mundo por el Hijo en el Espíritu Santo, pero lo crea hablando. En ese aspecto sigue a san Agustín cuando dice: “Por tu Verbo eterno dices cuanto dices; y todo lo que dices, para que sea, es, y todo lo haces por tu Verbo (dicendo)”[4]. Por el Verbo eterno habla el Padre fuera de la Divinidad una palabra en el tiempo y en el espacio, y esa palabra, idea y pensamiento eterno se convierten en criatura. En ese sentido las criaturas son la voz de su palabra eterna. El resultado es que sólo el Padre es el último fin de la creación. “En Él quedan saciados los intranquilos, sedientos y hambrientos; todo deseo y ansiedad llega a la paz. Así como el agua toma la misma altura de la fuente de donde procede, así también el hombre quiere llegar al Padre, al cual tienden todas las cosas”[5]. Para hacer esta reflexión, Buenaventura toma como base aquellas palabras del Seráfico Padre: “Santo Padre… Tú eres la seguridad, tú eres la paz, nuestra vida eterna, el Señor grande y maravillo, el Dios omnipotente”[6].

Luego, Buenaventura dice que Dios se comunica sumamente, teniendo desde la eternidad un ser amado y co-amado. Y, para profundizar este tema, el doctor seráfico parte desde la idea de generación, la cual es propia del ser divino, puesto que toda naturaleza es comunicable. Pero el Padre se comunica por el Hijo, que es imagen del Padre y engendrado por el mismo. La razón formal de ser hijo está en ser engendrado. “El Hijo es Logos o Verbo, pero no es Hijo por ser Logos”[7]. El Hijo es pura y simplemente la perfección misma de la ousía del Padre, es dynamis del ser divino, semejanza connatural. En ese sentido podría entenderse aquella frase de Juan 14, 9: “quien ha visto al Hijo ha visto al Padre”. Lo que hay en Él está expreso y explicado en el Hijo.

Buenaventura dice que la esencia de Dios es amor efusivo, y por el exceso de perfección y grandeza es uno en esencia y Trino en personas. Que el Padre produce y engendra al Hijo simplemente por la fecundidad interna y extática de su ser. Que el primer y sumo principio es simplísimo por ser primero y perfectísimo por ser sumo; por cuanto es perfectísimo se comunica perfectamente, y por cuanto es simplísimo conserva su omnímoda indivisión. De ese mismo modo, dice el doctor seráfico que el Hijo recibe la esencia del Padre por la generación, pero esta esencia la poseen de diversa manera: “el Padre la posee por sí mismo, el Hijo por comunicación. El es el esplendor de la luz eterna, el espejo sin mancha de la grandeza de Dios y la imagen de su bondad”[8].

Toda la esencia del Padre: su bondad, grandeza y poder, tiene su expresión en el Hijo. Éste es la revelación del Padre. Y no hay en el Padre, Logos, Sabiduría, Poder, Voluntad, sino tan sólo el Hijo, que es la única dynamis del Padre. Luego, dice el doctor seráfico, que “el Hijo eterno no sólo es la figura del Padre, sino también el ejemplar de la creación, de las cosas y del hombre”[9]. De ese modo el Padre celestial expresó y pronunció mediante una figura suprema: en la persona de su divino Hijo. Por eso que buenaventura llama al Hijo “Filius Patris y dispositio mundi”. De ahí que el Padre lo piensa todo, el Hijo es lo pensado; el Padre planea, el Hijo lo planeado. Esas son las razones por las cuales sólo en el Hijo y por el Hijo reciben las criaturas su razón de ser.

Después de eso Buenaventura dice que Dios Creó no solamente al hombre, sino a todo el universo a su imagen y semejanza, tomando como modelo a sí mismo. Pero el mundo lo crea por el Hijo en el Espíritu Santo; y lo crea diciendo (hablando): “Por tu Verbo eterno… dices todas las cosas que dices; y lo que dices para que sea eso es”[10]. En ese sentido, al ser la creación realización de la idea del Padre tiene carácter de filiación y lleva el sello del mismo. Por consiguiente, toda criatura es un eco del Hijo y está encauzada a Él. La creación es verbum Patris en el tiempo. De ahí que se hace inteligible que se haya encarnado el Verbo eterno y no el Padre o el Espíritu Santo.

Ahora bien, cuando Buenaventura habla del Espíritu Santo dice que Éste procede por espiración del Padre y del Hijo. La razón central de esta procedencia es la perfección del amor, de la emanación y de la voluntad, que, siendo liberalísima, no puede menos que producir persona, como la naturaleza; siendo fecundísima, produce también persona. Una de las comparaciones, al decir que el Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo es el ejemplo de que en las criaturas nada hay tan delicioso como el amor mutuo, y sin amor no existe la felicidad. Además, el amor tiene la perfección de la delectación, de la unión y de la rectitud ex mutualitate, y así en la divinidad tiene que proceder el Espíritu Santo de la mutua caridad del Padre e Hijo. El Espíritu Santo, es, por tanto, el lazo de amor perfectísimo. Es el vínculo de amor que une al Padre con el Hijo. Es la unión del Padre y del Hijo. De esta manera procede como hálito o soplo del Padre y del Hijo.

El Espíritu Santo procede del primer y más noble acto de la voluntad, del acto amoroso, a favor del amor, de la suprema plenitud del amor y como complemento de la Divinidad. Él es el amor fecundo personificado, la fuerza amorosa unitiva del Padre y del Hijo. Y, cuando se dice que es Espíritu de amor se refiere al amor personal que como supremo fruto de la armonía pasiva entre el Padre e Hijo procede de ellos y al propio tiempo es persona. De ahí que el Espíritu es el amor pasivamente concebido, amor hecho persona, fruto y don de amor del Padre e Hijo. Y, para una mejor comprensión de la Trinidad, Buenaventura asemeja la relación de amor de las tres divinas personas y la procedencia del Espíritu Santo con una relación matrimonial. Sobre esto dice lo siguiente:

“En el matrimonio, el amor socialis se convierte en amor coniugalis. En la Trinidad, el amor estrictamente espiritual, por el que las personas son unas y se poseen mutuamente, es hipóstasis, persona; de una manera completamente distinta, aunque con cierto parecido, el niño es la personificación vital del amor conyugal de los esposos”[11].

El Espíritu santo, es, por consiguiente, la emanación de la voluntad del Padre y del Hijo para amarse. Pero este amor procede de la libertad de ambos. El Espíritu Santo procede como fundamento de lo querido y de lo donado, ratio volendi, ratio donandi. La esencia de Dios se comunica, y tiene con el Padre y el Hijo la misma esencia divina. De ese modo, la razón propiamente dicha de la espiración del Espíritu Santo es la perfección del amor divino, que, procediendo de la voluntad más perfecta, tiene que derramarse de la forma más perfecta, la personal. Y, como el Padre es el hecho de la generación, es también de la espiración; y como el Hijo es el ser engendrado, el Padre y el Hijo son la espiración de modo que el acto mismo de la espiración no se multiplica, de la misma manera que el Padre y el Hijo son la misma esencia sin que ésta se multiplique.

El Padre y el Hijo crean el mundo para establecer con él un consorcio amoroso. La comunión de amor de las tres divinas personas es el complemento de la divinidad. De ese mismo modo, la relación de amor de Dios con la creación, imagen creada del amor entre Padre e Hijo, que es el Espíritu Santo, da al cosmos su última perfección y sentido. De ese modo, la creación existe para devolver a Dios el amor que de Él recibe a imagen y semejanza de la Trinidad. Y, la fuente del amor mutuo entre la criatura y Dios es, como en la Trinidad, el Espíritu Santo. Asimismo, la comunión amorosa del Padre y del Hijo es el Espíritu Santo, la eterna y bienaventurada comunión de la Divinidad, su ósculo personal.

Entre el Padre y el Hijo hay un amor de solidaridad y éste vive sólo en el Espíritu Santo. Él es la misma solidaridad, Él confirma nuestra filiación de hijos de Dios. El Espíritu Santo es el donum en el cual van incluidos todos los demás, así como la felicidad de los seres espirituales. Por eso entre las criaturas no hay nada apetecible como el amor mutuo, y sin el amor no existe la felicidad. De ahí que Buenaventura dirá lo siguiente al referirse al Espíritu Santo:

“Él es la fuente y causa de la gracia, es el amor personal. Todo amor de Él procede. El amor humano y la caritas tiene el correspondiente amor en Dios, no sólo el amor essentialis, sino el personal: por eso el Espíritu Santo es el amor con que amamos a Dios, no sólo por cuanto es causa eficiente del mismo, sino también causa formal; no en el sentido de que sea Él mismo perfección esencial de nuestro amor, sino la imagen y modelo”[12]

El Espíritu Santo es la espiración del Padre y del Hijo. Es el amor de ambos. Es la solidaridad. Sin embargo, aclara san Buenaventura, que no procede del Padre e Hijo porque amándose se conocen, pues tendríamos al Espíritu Santo por el conocimiento del amor, más que por el mismo amor. En ese sentido, el fundamento de la espiración no es el conocimiento del Padre y del Hijo, sino el amor común y mutuo de las dos primeras personas divinas. De este modo, tanto la espiración como la Divinidad queda libre de cualquier intelectualismo.

Y, referente a la lógica de las procesiones divinas, puede decirse que llega a su fin en el Espíritu Santo, que es el amor. Pues el Logos, que ha sido engendrado por el Padre, espira con el mismo al Espíritu Santo, pero dando fin este último a las procesiones. En consecuencia, el Espíritu Santo es el mutuo amor perfectísimo del Padre y del Hijo y sin ellos no puede existir, y ni tampoco la criatura encontraría su felicidad colmada, puesto que ésta no existe si no es en el amor.
[1] OBRAS DE SAN BUENAVENTURA. Tomo quinto, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, MCMXLVIII, p. 22.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd., p. 25.
[5] Ibíd., p. 26.
[6] Ibíd. Cita de San Buenaventura a las “Alabanzas al Dios altísimo”.
[7] Ibíd., p. 27.
[8] Ibíd., p. 28.
[9] Ibíd., p. 29.
[10] Ibíd., p. 29.
[11] Ibíd., p. 21.
[12] Ibíd., p. 35.

1 comentario:

Anónimo dijo...

cual es la bibliagrafia de este apartado