sábado, 13 de junio de 2009

El ejemplarismo en la creación (san Buenaventura)

San Buenaventura investiga el problema de la Unidad y la multiplicidad, entre Dios y la creación. Para eso se pregunta: ¿cómo proceden de Dios las cosas? ¿Necesaria o libremente? ¿Directa o indirectamente? ¿Total o sólo parcialmente? De hecho, el problema es metafísico, que fue tratado incluso por algunos filósofos griegos, pero ninguna respuesta que dieron responde plenamente a las exigencias de la coherencia y la verdad filosóficas.

Ni platón, ni Aristóteles, ni Plotino han llegado a superar el dualismo griego, pensaban que la materia prima debe ser eterna como Dios y no llegaron a concebir la multiplicidad como una emanación libre de la unidad. Concibieron a Dios como Sumo Bien, acto puro, unidad simplísima, pero no como Amor soberano.

Después de eso pasa a desarrollar el tema sobre cómo procede el mundo naturalmente de Dios. La solución es la siguiente: el hombre procede del hombre, el caballo del caballo, por lo tanto, en los orígenes de cada serie de cosas generadas es necesario admitir una forma no generada. En efecto, dice San Buenaventura: Dios ha creado las cosas a la manera perfectísima y es un fecundísimo artista que siempre ha querido realizar algunas de sus concepciones ideales. Pero para un artista de esta naturaleza, la existencia externa de su arte no modifica en manera alguna ni su conocimiento, ni su voluntad creativa.

Aristóteles, dice San Buenaventura, no se da cuenta de que un agente perfectísimo no está sujeto al adagio “ex nihilo nihil fit”: concepción según la cual no puede darse acción alguna sin el término preexistente, en el cual termine la misma acción. En efecto, la infinita perfección de Dios es el actuar sin impedimentos, sin dependencias de algún tipo y por lo tanto, sin un término medio. Asimismo, Dios será ni más ni menos agente infinitamente perfecto porque obra sin necesidad de alguna cosa, es un Paganini que va al concierto sin violín y en el momento oportuno lo hace surgir de la nada. Dios no tiene necesidad de alguna cosa para crear y al crearlas crea también sus principios.

San Buenaventura quiere desmantelar la concepción aristotélica sobre la eternidad del mundo, que incluso Santo Tomás la acepta. Par esto, trata de demostrar que dicha afirmación es contradictoria por dos consideraciones: a) si se dice que el mundo ha sido creado “ex nihilo”, la creación “ad aeterno” resulta inconcebible, pero el “ex” indica la materia de la cual está hecha la cosa o su origen; por tanto, excluimos esta afirmación y sólo dejamos la siguiente: b) si el no ser de las cosas ha precedido al ser de las cosas, quiere decir que el ser de las cosas ha tenido un comienzo total. Todo pensar es inconcebible con la eternidad.

Las cosas para Buenaventura son las huellas de Dios, “vestigia Dei”: podrían ser eternas como Dios si existiera una materia que las recibiera, pero la materia también es creada. Si se habla de la eternidad de la materia no se puede hablar de verdadera creación, sino sólo de formación del mundo, formación que Dios bien podría confiar a las inteligencias humanas. En consecuencia, la filosofía nos obliga a suscribir la enseñanza cristiana de que Dios ha creado el mundo de la nada, libre y directamente, después de haberlo concebido eternamente en el Verbo y querido como manifestación de su divina liberalidad.

Después de esto, San Buenaventura se pregunta: ¿qué valor, qué significado tiene la creación frente a Dios? Una de la respuesta es la siguiente: si la bondad de Dios es el centro de difusión de las cosas creadas, también es su necesario centro de atracción. Dios no podía crear más que para manifestar su bondad. En consecuencia, las criaturas están ordenadas a proclamar la gloria de Dios. Pero la siguiente respuesta es cuestionante porque Dios es el Ser infinito, perfecto, todo el ser. El problema está en que también las criaturas son seres. Pero el Ser de Dios es originario, en toda su plenitud y en toda su verdad, mientras que el ser de las criaturas es sólo por participación, por imitación, por semejanza con el ser divino. Las criaturas son como imágenes e imitaciones de Dios. Por lo tanto Dios, aparte de ser causa eficiente y final es también causa ejemplar de toda la creación.

Para San Buenaventura, las cosas son posibles y realizables sólo como copias e imitaciones de Dios. En consecuencia el valor de las criaturas está en ser imágenes de Dios, pero ¿cuál es la esencia de la imagen? La semejanza entre dos cosas no es suficiente para decir que una es imagen de la otra. Para que se pueda decir que una cosa es imagen de otra es necesario que sea producida a imitación de ella. Por eso, los seres creados son generados por Dios a imitación de Si. Dios es el fundamento de las cosas. En consecuencia, la relación de semejanza de las criaturas con Dios no consiste en una relación esencial, pero siempre una relación inconcebible, sin un “quid” absoluto como fundamento.

En el conocimiento de las cosas es posible quedarse en ellas, pero también es posible ir más allá con nuestra vista y llegar a Dios tras el estímulo proveniente de ellas. Además, todas las cosas llevan en sí y revelan a quien las sabe mirar, una cierta semejanza de Dios; aunque es imposible determinar el grado y el modo de semejanza expresados por cada una. En ese sentido, es posible distinguir las cosas, de acuerdo a la perfección y eficacia con las que se expresan la semejanza con Dios. Sin embargo, San Buenaventura distingue tres grados de semejanza: la “umbra”, el “vestigium”, y la “imago”. La “umbra” es una semejanza muy lejana y confusa de Dios; en el “vestigium” la semejanza es todavía lejana, pero clara; la “imago”, en cambio, es una semejanza vecina y clara.

Las cosas son sombras de Dios en cuanto que nos remiten a Dios como su causa en general y nos hacen conocer los atributos de Dios comunes a las tres personas de la Santísima Trinidad. Estos atributos son: omnipotencia, sabiduría y bondad. Todas las cosas son “umbra” y “vestigium” de Dios, pero sólo los seres espirituales son “umbra”, “vestigium”, e “imago”. En consecuencia, la creación es como el fruto del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios. Y si hablamos del mundo como un compuesto de materia y forma, también aquí se fundamenta en Dios. En ese sentido, la materia vislumbra al padre, la forma vislumbra al hijo y el vínculo, que cohesiona materia y forma, vislumbra al Espíritu Santo. Para San Buenaventura, todo esto se explica desde la bondad de Dios, pues Dios ha creado para difundir y manifestar su amor.

San Buenaventura trata de demostrar que toda la creación circula entorno a la Santísima Trinidad, incluso el alma misma tiene una constitución tripartita: memoria, inteligencia y voluntad. En ese sentido, después del conocimiento, fruto de la memoria y de la inteligencia proceden el querer y el amor. Análogamente, el Padre engendra al Hijo, que es explícito conocimiento eterno de Sí y de ambos proceden el Espíritu Santo. Pero para adquirir esta concepción interviene la gracia que hace del alma no sólo la imagen, sino “similitudo” de Dios. La gracia es una participación de la naturaleza divina por parte del hombre.

En conclusión, mientras otros medievales han preferido explicar las relaciones entre las cosas y Dios desde la causa eficiente y final, San Buenaventura centra sus meditaciones filosóficas en Dios en cuanto causa ejemplar de la creación.

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