sábado, 13 de junio de 2009

El pensamiento de Freud

Hay que considerar que Freud no fue un filósofo, ni un teólogo, sino un psicoanalista ateo, confeso y convicto. Por su gran aporte del psicoanálisis a la psicología, es considerado como uno de los artífices del pensamiento moderno. La fuerza de su pensamiento influyó después en la filosofía, en las ciencias y en la teología; pero sobre todo en la antropología. Asimismo es considerado como uno de los maestros de la sospecha, que desenmascara la mentira escondida en la aparente verdad de la filosofía precedente. Desde ese momento, la conciencia del ser humano es la medida, la verdad y la norma de ser. Su práctica de la hermenéutica es un ejercicio de la sospecha, cuyo principal objetivo es desenmascarar las mentiras de la conciencia. La conciencia es la conciencia falsa que debe ser descifrada.

Al igual que Nietzsche y Marx, pretende devolver al ser humano el poder que éste había proyectado en una trascendencia extraña y depredadora, ayudándole a encontrase consigo mismo y autoafirmarse como persona libre y liberada. Pero la aportación de Freud, consistió sobre todo, en haber ofrecido una interpretación global de todos los fenómenos psíquicos, pertenecientes al campo de la cultura, desde el sueño y la religión, hasta el arte de la moral. Para Freud, la cultura defiende al ser humano de los excesos incontrolados de la naturaleza. La cultura resulta ser el compromiso fatigosamente elaborado en la omnipotencia del deseo y de las duras exigencias de la realidad.

Aunque increyente desde su adolescencia, el tema religioso está presente en todas las etapas de su pensamiento y en toda su producción literaria. Además se ocupa de la religión como una parte de la cultura. Él cree que en materia religiosa no pisaba terreno firme y se mostraba insatisfecho con sus aportaciones al respecto, incluso se compara con una bailarina que hace equilibrio con la punta de los pies para no caerse.

Para él, la conciencia de culpabilidad en las personas neuróticas, tiene cierta correspondencia con la conciencia de pecado en las personas religiosas, que suele presentarse como temor al castigo divino. Eso da lugar a la penitencia, que tiene su paralelo con la neurosis obsesiva. La religión, por tanto, coincide con la neurosis obsesiva, primero porque tiene su base en la represión de un impulso instintivo, que es constitutivo del sujeto, y segundo porque parece tener sus impulsos igualmente en la renuncia de ciertos impulsos instintivos. La diferencia está en la naturaleza de dichos impulsos en el caso de la neurosis de carácter sexual; y en el caso de la religión son instintos egoístas. Ambas renuncian a la actividad de instintos constitutivos del ser humano. Así, para él, la neurosis obsesiva es la pareja patológica de la religiosidad: la neurosis como una religiosidad individual, y la religión como una neurosis obsesiva universal.

Asimismo, dice que la raíz de la necesidad religiosa se encuentra en el complejo paterno-materno. En ese sentido, el psicoanálisis descubre la relación íntima entre el complejo del padre y la creencia en Dios. La religión va asociada biológicamente a la necesidad de protección que tiene el niño. Pero dicha necesidad continúa durante la adultez. Al sentirse débil e impotente ante los grandes poderes, la persona retrocede a la infancia en busca de fuerzas que entonces la protejan.

Aparte de eso, reclama el derecho del psicoanálisis a entrar en el terreno de la naturaleza de la experiencia y de las prácticas religiosas. Su interpretación psicoanalítica sobre el temor al incesto constituye un rasgo especialmente infantil concuerda sorprendentemente con la vida psíquica de los neuróticos. Además, la primera elección sexual del joven tiene carácter incestuoso. El complejo de la neurosis radica en la actitud incestuosa con respecto a los padres.

Si hablamos del origen de las religiones, Freud dice que son tentativas de dar respuesta al problema que él analiza en la religión totémica, cuya base se sitúa en la conciencia de culpabilidad de los hijos, por el crimen cometido contra el padre, en la necesidad de lenificar dicho sentimiento y de llegar a la reconciliación con el padre a través de una obediencia retroactiva. El sentido de esto, para Freud, es llegar a un contrato social; sin embargo, dice, eso trae como consecuencia la represión de los instintos, que da origen al derecho y la moral, que impone obligaciones mutuas e implanta determinadas instituciones consideradas sagradas.

Eso supone para Freud, el retorno de lo reprimido, que es uno de los rasgos comunes a la neurosis traumática y al monoteísmo judío. Se trata de algo enigmático que tiene un gran parecido con el credo quida absurdum del cristianismo primitivo y que sólo se comprende si se relaciona con el delirio del psicótico. En este contexto se pregunta, ¿cómo evolucionó el judaísmo hasta llegar al cristianismo? Freud resalta la persona de Pablo de Tarso, quien según él, se apropia del sentimiento de culpabilidad del pueblo, lo sitúa en la etapa pre-histórica y le da el nombre de pecado original, el cual consistió en un horrendo crimen contra Dios, y que dicho crimen sólo podía repararse con la muerte del hijo inocente del Dios ofendido. Pero esto, dice Freud, es sólo una exhorbitante imaginación paulina. Lo que sucedió aquí, es un destronamiento de Dios y no la reconciliación con el. El hijo sustituye al padre. La religión del padre que era judía se pasa al del Hijo, la cristiana.

Después de eso, Freud habla sobre la cultura. Ésta, dice, ejerce una función consoladora y protectora del ser humano frente a la dureza de la vida, nos defiende la prepotencia de la naturaleza que se alza sobre nosotros amenazadora, y humaniza esa naturaleza. Gracias a la cultura ya no nos sentimos paralizados; podemos apaciguarnos, incluso sobornarnos. Este aspecto puede ser conjugado con la religión, en efecto, el nacimiento de ésta tiene lugar cuando el ser humano dota a las fuerzas de la naturaza de un carácter paternal y las convierte en dioses conforme al prototipo infantil, y a un prototipo filogenético. La religión para Freud, es componente de la cultura.

Luego, las representaciones religiosas, son para Freud una ilusión. Pero la ilusión tiene su origen en el deseo y se ubica en el plano de la fantasía. La ilusión es una creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, del mismo modo que la ilusión prescinde de toda garantía real. En ese sentido, el origen de la religión es el deseo, y la fuerza de ésta radica en la fuerza de los deseos que intenta realizar. Sin embargo, cuando hablamos de la creencia en una vida después de la muerte, esta creencia supera la fugacidad y la caducidad de la vida terrena, y a ensanchar infinitamente los márgenes espacio-temporales, en los que los deseos tienen que cumplirse.

Freud cree que no existe relación directa entre doctrinas religiosas y felicidad-moralidad. No parece que la humanidad haya sido más feliz y más moral durante los periodos de predominio de las relaciones de las representaciones religiosas. Pero Freud se da cuenta que, cuanto más se difunde el conocimiento, tanto más se difunde su abandono de la fe religiosa. El abandono de la religión sigue el mismo ritmo que el avance de los procesos de emancipación humana. Prefiere defender la fundamentación de la moral antes que de la religión, sobre todo, para sustentar leyes humanas como no matar; puesto que en el caso de la religión, si se descubre que Dios no existe, dejaríamos las puertas abiertas al asesinato. En ese sentido, Freud se muestra partidario de una educación irreligiosa, puesto que dicha educación, contribuye a vencer el infantilismo.

Freud hace la diferencia entre el creyente y el no creyente. El creyente, dice, se aferra a la ilusión religiosa para no ver amenazado su mundo. Pero si esas representaciones religiosas pierden valor, para él es como si el mundo se derrumbase. En cambio, el no creyente, toma conciencia de sus propias fuerzas y las utiliza mejor. Es su punto de apoyo en los avances de la ciencia, que ensanchan el poder humano y dan sentido a la vida. La ciencia para Freud, excluye el mundo de la ilusión. Además, en la ciencia, dice, una teoría puede ser rechazada y sustituida por otra, y eso es símbolo de progreso.

La religión, dice Freud, es un poder en donde albergan las intensas emociones humanas. Antes la religión ocupaba todo el aspecto espiritual del ser humano y trataba de guiar a la vida humana mediante tres funciones: la instrucción, el consuelo y la exigencia. Esto es con el fin de explicar los orígenes del mundo, garantizar la felicidad por medio de adversidades y guiar los placeres y actos humanos por medio de prescripciones. La religión, dice Freud, es una tentativa de dominar el mundo sensorial, en el que estamos situados, por medio del mundo de anhelos que en nosotros hemos desarrollado a consecuencia de necesidades biológicas y psicológicas.

Aparte de eso, Freud presenta a la religión como una explicación de enigmas de este mundo y como protección bajo la forma de un padre que comprende las necesidades humanas y se conmueve ante las demandas de sus hijos. Y dice que sólo la religión puede responder decididamente al interrogante sobre la finalidad de la vida. De hecho, el ser humano aspira a la felicidad y para llegar a ésta, la religión se empeña en imponer un único camino con el fin de eliminar el sufrimiento. Pero con eso mantiene al ser humano en un infantilismo psíquico por la fuerza, y le hace entrar en un delirio colectivo. La consecuencia de esto, es que mucha gente puede caer en la neurosis, pero no la libera del sufrimiento, ni le proporciona la felicidad.

Después de eso, Freud dice, que el progreso de la cultura se ha saldado de la pérdida de la felicidad y el sentimiento de culpabilidad. En ese sentido, la cultura está ligada al sentimiento de culpabilidad. A ese sentimiento de culpabilidad, se le ha dado el nombre de pecado, y han intentado liberar al hombre de él de diversas formas, como por ejemplo el cristianismo, que empezando por Jesucristo, asume la culpa del género humano y muere por la humanidad entera.

Si hay algún camino para llegar a la felicidad, éste es el amor. Pero unos pocos lo consiguen. El ejemplo paradigmático del amor que conduce a la felicidad interior, es para Freud, San Francisco de Asís. Sin embargo, dice Freud, con el precepto de amar al prójimo como a uno mismo, se produce la modificación substancial de la función amorosa. Primero porque para la persona el amor es muy preciso, y segundo, porque el ser amado debe merecerlo, de lo contrario sería injusto y difícil amarlo. Y mucho más inconcebible es amar a los enemigos.

La religión es la neurosis obsesiva de la colectividad humana, pero luego, él mismo retoma su pensamiento y dice que el origen de la religión es la necesidad de protección del niño inerme y débil. Esta necesidad se alarga hasta la vida adulta.

Ya en nuestro siglo, también se hacen críticas a la religión como la de Kart Barth, que asevera que la religión, lejos de liberar a los hombres de la culpa y del destino, los oprime bajo su mando. La religión hace que el problema de la vida sea un enigma insondable. La religión es obra humana. Dios se convierte en un ídolo creado por el ser humano. Pero a diferencia de la religión, la fe sí es obra divina y nace de la manifestación personal de un Dios siempre mayor, que es misterio inmanipulable. En ese sentido, dice el mismo Barth: “la fe es un acto de vida” y el evangelio marca el final de las religiones, pues Jesús no llama a una nueva religión, sino a la vida. El ser humano, en efecto, no es persona religiosa, sino ser humano. Pero Freud toca el tema de la religión, pero no de la fe. Y en ese sentido dice Recouer: “la fe como kerigma del amor es lo único que puede quedar a salvo de la crítica freudiana. Sin embargo, hay que considerar, que no se puede concebir la fe sin religión, por tanto, criticar a la religión, es también criticar a la fe.

No se puede minusvalorar la crítica freudiana de la religiosa, porque se dirige al corazón mismo del universo religioso, a sus ideas y a sus creencias fundamentales, a las que califica de ilusiones. Sin embargo, el mismo Freud reconoce los límites del psicoanálisis en relación al estudio de la religión, y se cuida mucho de vincularlo con el ateísmo o en una actitud antirreligiosa, porque el psicoanálisis es un método de investigación. El psicoanálisis no ha precisado nada sobre el valor de la religión como verdad.

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