sábado, 13 de junio de 2009

Tanatofobia

El problema de la muerte es el más misterioso que he escuchado y que me ha llevado a una larga reflexión. De hecho, el problema resulta recóndito para el hombre ya que es una realidad que le causa angustia por la cual muchas veces se han preguntado: Ubi mortes sunt? o ¿Dónde están los que no están aquí, pero que una vez estuvieron con nosotros?, ¿Qué hay más allá de la vida? Estas personas viven en una náusea, en una angustia de muerte, y creen que la vida termina con la muerte. Vivir así creo que es estar engañados por una realidad que desconocemos y pensar de esa manera “es creer ser sabio sin serlo […]. Es creer que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males”[1].

Pero lo cierto es que cuando muere un ser querido es triste y doloroso. De hecho, como humanos tenemos sentimientos y esos sentimientos nos mueven a sufrir por el ser amado fallecido. No aceptamos a la muerte cuando esta llega, no nos ponemos a pensar que es una realidad por la cual todos tenemos que pasar y ningún viviente corruptible podrá escapar. Nadie que pasa por el escenario de la vida permanece en esa escena para siempre, sino que es sólo un pasar, un recorrido hacia la otra vida y aquí cabe el pensamiento de Heráclito: “panta rei” porque la muerte es un paso, un cambio de la vida sensible a una vida suprasensible. Pensamos en la fugacidad de la vida, pero parece que lo que no queremos es dejar nuestra “felicidad” que sin duda resulta ser falsa porque la confundimos con las satisfacciones terrenas entre ellas como: los placeres, la fama o la riqueza. En realidad, creer que allí está la felicidad es engañarnos a nosotros mismos porque como hombres racionales, la mayor felicidad y la más excelsa debe estar en empeñarnos por purificar el alma mediante la filosofía, mediante la actividad del intelecto como afirma Aristóteles; ya que eso es lo que al hombre le corresponde.

Nos damos cuenta además, que la muerte resulta ser igualitaria, nadie ni nada podrá detenerla cuando a alguien llega y muchas veces preferimos no pensar en ella, pero no sabemos qué pasará después de esta, ¿por qué preocuparnos en eso si desconocemos de qué se trata?, ¿Por qué, en ves de angustiarnos de cosas que desconocemos no nos preocupamos por hacer más pura nuestra alma? además, ¿para qué desear una larga vida si no sabemos conducirla? Si nuestra vida no está disciplinada sólo nos depravará el alma y ésta en vez de purificarse se pervertirá.

La muerte nos sorprende en el momento menos pensado, es cierto, y esa es la razón por la cual tantas personas no pueden vivir en paz, porque la inseguridad de la vida los atormenta; pero hay que tener en cuenta, que también es cierto, que en muchos de los casos en los cuales ha triunfado la muerte es por la injusticia de los hombres. Esto trae como consecuencia una muerte antinatural, pero no natural. Quizás eso es lo que aqueja a mucha gente porque no se entiende esta realidad, es un misterio; y el dilema que se les presenta es que por un lado existe Dios, de quien se dice que es misericordioso; y por otro, el mal o la injusticia. En consecuencia se preguntan: ¿cómo es posible que exista el mal, la injusticia o el sufrimiento en el mundo si Dios existe? Es una pregunta que no es fácil responder, en última instancia es la muerte quien sale victoriosa, pero apoyada por la injusticia. Ejemplo concreto de esto es el caso de Jesús de Nazaret que “es una víctima: la mayor victima (o la más inocente) de la historia humana”[2], sin embargo fue condenado a morir y de la forma más horrorosa.

Como hombres tenemos conciencia de la muerte, sabemos que vamos a morir y por un lado preferimos no pensar en ella, por otro lado sabemos que aunque luchemos por vivir, al final quien resulta vencedora es la muerte. Sin embargo a pesar de todo eso, creo que no tiene sentido angustiarnos por esta verdad ya que es una realidad por la cual todos vamos de pasar.

[1] De la Apología de Sócrates 29ª, Pág. 167.
[2] GONZÁLES FAUS Jasé Ignacio. AL TERCER DÍA RESUCITÍ DE ENTRE LOS MUERTOS. Pág. 50

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