sábado, 13 de junio de 2009

El pensamiento de David Hume

DEL ORIGEN DE LAS IDEAS
Hume empieza reflexionando sobre el origen de las ideas y dice: nadie confunde lo presente (impresión) con lo representado (idea). La impresión tiene mayor fuerza y vivacidad que la idea, además todas nuestras ideas son copias de anteriores impresiones. En consecuencia, para cualquier idea dudosa debemos preguntarnos ¿de qué impresión se deriva?
En efecto, todos distinguirán entre las percepciones del espíritu (dolor, placer, etc.) y cuando en su memoria recuerda esa sensación. Esas facultades pueden imitar las percepciones, pero nunca alcanzar la fuerza y vivacidad de la sensación original, lo que más podemos decir es que esa representación casi la sentimos pero nunca llegará a un grado tal de vivacidad. Por más espléndida que sea: el color de una poesía, nunca pueden pintar a los objetos de la naturaleza hasta el punto que sea tomada como un paisaje real. El pensamiento más vivaz es siempre inferior a la sensación más débil. Un hombre encolerizado es impulsado de un modo diferente a otro que sólo piensa en esa percepción. En efecto, si se me dice que una persona está enamorada entiendo lo que se me quiere decir, pero nunca podré confundir esa concepción con las agitaciones reales de la pasión.

Podemos dividir las percepciones del espíritu en dos clases que se distinguen por su fuerza o vivacidad: las menos fuertes o vivaces (pensamientos o ideas). La otra clase carece de nombre, nos atrevemos a llamarlas impresiones (cuando oímos o vemos o palpamos, etc.), estas se distinguen de las ideas que son percepciones menos vivaces. Nada hay que esté fuera del poder del pensamiento, por eso no se puede concebir lo que jamás se ha oído o visto.

Cuando pensamos en una montaña de oro, sólo unimos dos ideas contradictorias: oro y montaña, así mismo podemos concebir un caballo virtuoso, puesto que por nuestro sentimiento podemos concebir la virtud y podemos unirla a la forma y figura de un caballo que es un animal bien conocido. Nuestras ideas son copias de nuestras impresiones. Y si nos preguntáramos sobre la idea de Dios, cuyos significados son: inteligente, sabio bueno, diríamos que surge al reflexionar sobre las operaciones de nuestro propio espíritu y al aumentar ilimitadamente estas cualidades de bondad y sabiduría. En consecuencia, cada idea que examinamos es copia de una impresión similar. Pero también, si una persona, por defecto de algún órgano no puede experimentar ninguna clase de sensación, tampoco puede formarse una idea. Un ciego no puede formarse noción de los colores ni un sordo de los sonidos. Al abrir las puertas de las sensaciones, también damos entrada a las ideas y ya no tenemos dificultad para concebir los objetos. De ese mismo modo, un hombre de modales afables no puede formarse la idea de la venganza o crueldad y un corazón egoísta no puede concebir la altura de la amistad y la generosidad. Además, si un hombre que durante treinta años ha tenido buena vista y ha llegado a conocer perfectamente todos los colores, excepto un particular matiz azul, pero si se le pusiera una graduación del color, desde el más oscuro hasta el más claro, este hombre se dará cuenta del vacío que hay entre uno y otro. Pero, ¿será capaz de llenar el vacío? Solo unos pocos dirían que no, puesto que las ideas simples no siempre derivan de las correspondientes impresiones.

Todas las impresiones son fuertes y vivas; sus límites están más exactamente determinados y no es tan fácil confundirlas y equivocarnos; en cambio las ideas son débiles y oscuras puesto que se pueden confundir con ideas parecidas.

LA ASOCIACIÓN DE LAS IDEAS

Los principios de asociación son los siguientes: semejanza, contigüidad, y causa y efecto. Hay un principio de conexión entre las diferentes ideas del espíritu que al aparecer en la memoria, unas introducen a otras con un cierto método de regularidad, por eso rechazamos cualquier pensamiento que interrumpa la serie normal de ideas, incluso en nuestros sueños encontraremos que se mantiene una conexión entre las diferentes ideas que se suceden. Para Hume entonces, sólo hay tres principios entre la conexión de las ideas: semejanza, contigüidad, y causa y efecto.

En efecto, cuando nos hablan de un edificio, empezamos a pensar en otros; de ese mismo modo, si pensamos en una herida, pensaremos también en el dolor. No hay otros principios de asociación.

DUDAS ESCÉPTICAS SOBRE LAS OPERACIONES DEL ENTENDIMIENTO

Primera parte

Las relaciones entre ideas y relaciones entre hechos dan lugar a ciencias a priori, de certeza intuitiva y demostrativa, y ciencias a posteriori, de certeza mucho menor. Las ciencias de hechos se basan en la relación de causa y efecto, esta relación conecta el efecto con su causa. Esta relación no la conocemos por un argumento a priori sino por la experiencia. No sabríamos que una bola se mueve después de recibir un impacto si no lo hubiéramos visto más de una vez. El efecto es algo distinto a la causa y no puede descubrirse en ella a priori. Sin la experiencia no podemos extraer el efecto de una causa, sin embargo, ni con la experiencia no podemos extraer la causa última. Solo llegamos a unos principios generales basados en la experiencia como: elasticidad, gravitación y cohesión.

Los objetos de la razón pueden dividirse en dos clases: las relaciones de ideas y los hechos. A la primera pertenecen ciencias como la geometría, el álgebra y la aritmética, son bien demostrables como por ejemplo: tres veces cinco es igual a la mitad de treinta. La segunda clase de objetos de la razón humana, no son descubiertos del mismo modo, se basan en la experiencia. Pero uno se podría preguntar, cuál es la naturaleza de la evidencia que nos da la seguridad de cualquier cosa existente y de hechos, más allá del testimonio presente de los sentidos o del registro de nuestra memoria.

Todos los razonamientos que se refieren a los hechos parecen fundarse en la relación causa- efecto. Sólo con esta relación podemos ir más allá de nuestra memoria y de los sentidos. Si preguntáramos a un amigo por qué cree en un hecho ausente, él nos daría una razón, y esta razón sería otro hecho. En ese sentido, si un hombre encuentra un reloj en una isla desierta, concluirá que alguna vez ha habido hombres en esa isla. Hay una conexión entre el hecho presente y aquel del cual se infiere. Además, si escucháramos una voz articulada en la oscuridad, estamos seguros que hay una persona, porque sabemos que ese sonido es efecto de una textura humana. Todos los demás razonamientos se fundan en la relación de causa y efecto. Pero si eso nos da la evidencia, debemos investigar también cómo llegamos a ese conocimiento de la causa y del efecto. El conocimiento de esta relación jamás se alcanza por un conocimiento a priori, sino sólo por la experiencia. Nuestra razón sin la ayuda de la experiencia no puede jamás inferir algo respecto de los hechos y las cosas existentes. Las causas y los efectos no son descubiertos por la razón sino por la experiencia. En efecto, nadie imagina que la explosión de la pólvora o la atracción del imán se podrían haber descubierto alguna vez por medio de argumentos a priori. Conocemos todas las leyes de la naturaleza y todas las operaciones de los cuerpos, sin excepción, sólo por la experiencia. El espíritu jamás puede encontrar el efecto en la supuesta causa, porque el efecto es totalmente diferente de la causa y, en consecuencia, nunca puede ser descubierto en ella. El movimiento de la segunda bola de billar es un suceso muy distinto del movimiento de la primera. Todo efecto es un suceso diferente de su causa. En vano pretenderíamos determinar algún suceso singular o inferir alguna causa o efecto sin la ayuda de la observación y la experiencia.

Las últimas causas y principios que quizá podamos descubrir en la naturaleza son: elasticidad, gravedad, la cohesión de las partes y la comunicación del movimiento por medio del impulso. Sin embargo ni la geometría con toda la precisión de su razonamiento es capaz de llevarnos al conocimiento de las causas últimas, cuando se la llama en ayuda de la filosofía natural. Los razonamientos abstractos del mundo, no nos podrían adelantar un paso hacia el conocimiento sino sólo la experiencia. Tendría que ser muy sagaz la persona que pudiera descubrir por razonamiento que el cristal es el efecto del calor y el hielo del frío, sin tener previo conocimiento de la acción de estos estados.

Segunda parte

Los razonamientos sobre los hechos se basan en la relación de causa y efecto, y esta relación, a su vez, en la experiencia, pero ¿cuál es su fundamento? Las conclusiones de la experiencia no se hayan en la razón. Pero pese a eso, siempre se infiere lo segundo de lo primero. Hay dos clases de razonamiento: demostrativos (a priori) que se refieren a las relaciones entre ideas, y a posteriori que se refieren a las relaciones entre los hechos. El primero se basa en la demostración no contradictoria; el segundo puede concebirse lo contradictorio como posible y no pude resolverse su verdad o falsedad a priori.

Aún después de tener experiencia de las operaciones causa y efecto, nuestras conclusiones extraídas de la experiencia no se fundan en razonamientos ni en ningún proceso de entendimiento. La vista o el tacto nos dan una idea del movimiento real de los cuerpos, pero no podemos hacernos idea de aquella fuerza capaz de mantener en movimiento a un cuerpo. Si se nos presentara un cuerpo de color y consistencia iguales a los de un pan, no dudaríamos en comerlo, previendo con certeza un alimento y sustento iguales. Pero si el pan que comí me nutrió, es decir que un cuerpo de tales cualidades sensibles esa vez estaba dotado de tales fuerzas ocultas, ¿se sigue de allí que otro pan deba nutrirme también en otro momento y que cualidades sensibles iguales deben siempre estar acompañadas de fuerzas ocultas iguales? En efecto, dice Hume: he visto que tal objeto siempre ha sido acompañado por tal efecto y preveo que otros objetos que son en apariencia similares, irán acompañados por efectos similares.

Todos los razonamientos pueden ser divididos en dos clases: razonamientos demostrativos, que se refieren a relaciones de ideas y razonamientos morales, que se refieren a hechos o cosas existentes. Todo lo que es inteligible y puede ser distintamente concebido no implica contradicción y nunca puede probarse que es falso mediante un argumento demostrativo o razonamiento abstracto a priori. Todos los argumentos que se refieren a las cosas existentes se fundan en la relación de causa y efecto, y todo nuestro conocimiento proviene enteramente de la experiencia. Todos los argumentos derivados de la experiencia se fundan en la similitud que descubrimos entre los objetos naturales y que nos induce ha esperar efectos similares a aquellos que hemos visto seguir a tales objetos. De causas aparentemente similares, esperamos efectos similares. Este es el resultado de nuestras conclusiones basadas en la experiencia. No hay cosas que tengan tanto parecido entre sí como los huevos y, sin embargo, nadie espera encontrar el mismo gusto y sabor en todos ellos porque tengan esa aparente similitud. Cuando aparece un nuevo objeto dotado de cualidades sensibles similares, esperamos fuerzas y poderes similares y buscamos un efecto igual. Todas las inferencias provenientes de la experiencia suponen como fundamento que el futuro será parecido al pasado. Pues si no fuera así toda experiencia se volvería inútil y no podría dar origen a ninguna conclusión, aunque es imposible probar el parecido del pasado con el futuro, puesto que esos argumentos se fundan en el supuesto de ese parecido. En efecto, si un niño ha sentido la sensación de dolor al tocar la llama de una vela, no volverá a tocar algo parecido, puesto que esperará un efecto similar de una causa que es similar en sus cualidades y apariencia sensible.

SOLUCIÓN ESCÉPTICA DE ESTAS DUDAS

Primera Parte

La pasión filosófica estoica conduce a un refinado sistema de egoísmo que favorece nuestra innata pereza; en cambio la filosofía académica o escéptica, va contra toda pasión que no sea el amor a la verdad, puesto que no adula las pasiones y se opone a tantos vicios y locuras, se crea un gran número de enemigos que la infaman por libertina, profana e irreligiosa.

Sabemos que hechos vistos por primera vez no nos dicen nada sobre el futuro, pero en cuanto se observa su repetición se infiere el resultado habitual. Sabemos también que el principio que permite sacar esta conclusión es el hábito o costumbre. De hecho, para extraer conclusiones de la experiencia se necesita partir de un hecho presente en la memoria o en los sentidos.

La filosofía (escéptica) como no adula a las pasiones no obtiene muchos partidarios, y como se opone a tantos vicios y locuras se crea un gran número de enemigos, que la infaman por libertina, profana e irreligiosa. No debemos temer a esta filosofía dice Hume. Supongamos que una persona dotada de las más poderosas facultades de la razón y de reflexión aparece repentinamente en nuestro mundo, lo que vería es una sucesión de objetos, al principio no llegaría a la idea causa efecto, puesto que las fuerzas particulares que realizan todas las operaciones particulares nunca aparecen a los sentidos, pero si hay otra persona que ha vivido mucho tiempo en el mundo y tiene más experiencia, rápidamente infiere la existencia de un objeto por la aparición de otro, pero con toda su experiencia no ha adquirido un conocimiento de la causa oculta por medio del cual el primer objeto produce el otro. Pero sólo la costumbre nos determina esperar uno debido de a la aparición de otro. Ningún hombre que haya visto sólo un cuerpo moverse después de haber sido impulsado por otro, podría inferir que todos los demás cuerpos se moverán después de recibir un impulso igual. Todas las inferencias derivadas de la experiencia son efecto de la costumbre y no del razonamiento. La costumbre es la gran guía de la vida humana. Es el único principio que torna útil nuestra experiencia. Sin la experiencia seríamos enteramente ignorantes de todos los hechos que no estuvieran inmediatamente presentes en la memoria o en los sentidos. Asimismo dice Hume: si un hombre encuentra en un país desierto los restos de lujosos edificios concluirá que en tiempos remostos allí vivían hombres civilizados, pero si nada le ocurriera, no podrá hacer una inferencia tal. Toda creencia en hechos o en cosas existentes en la realidad se deriva de un objeto presente en la memoria.

DE LA FILOSOFÍA ACADÉMICA O ESCÉPTICA

Primera Parte

Otro combatido de la religión es el escéptico; pero tampoco se ha visto hombre totalmente escéptico: Hay diversas clases de escepticismo: a) la duda de Descartes, previa a todo filosofar, b) la misma, pero más moderada, muy útil a la filosofía, nos despoja de prejuicios, nos invita ha partir de principios evidentes y c) la que deriva del filosofar, con su crítica del conocimiento racional y sensible.

El hombre parece nacer con la creencia de que los sentidos le permiten conocer un mundo que existe independientemente de nuestra experiencia, además se confunde la imagen del objeto con el objeto mismo. La experiencia no nos lleva más allá de las percepciones y no puede mostrarnos la conexión con su objeto; por eso una vez problematizado el mundo exterior nos es difícil probar la existencia de Dios.

De ningún tema se ha hablado de tantos razonamientos filosóficos como los que prueban la existencia de Dios y refutan las falacias de los ateos. Filósofos religiosos disputan todavía si un hombre puede estar tan cegado que sea un ateo especulativo. El escéptico es otro enemigo de la religión, provoca la indignación de los teólogos y filósofos serios. Sin embargo hay una clase de escepticismo previo a todo estudio de filosofía, recomendado por Descartes. Este escepticismo prescribe una duda universal, debemos llegar a un principio original que no sea engañoso y falaz. Este escepticismo cuando es moderado es un preparativo necesario para el estudio de la filosofía. Comenzar con principios claros y evidentes en sí mismos, avanzar con pasos tímidos y seguros, revisar frecuentemente nuestras conclusiones y examinar con precisión sus consecuencias, son los únicos métodos por los que esperamos llegar a la verdad y lograr una adecuada estabilidad y certeza de nuestras determinaciones.

Hay escépticos que usan argumentos vulgares contra la evidencia de los sentidos, tales como los que en innumerables ocasiones derivan de la imperfección y engañosa naturaleza de nuestros órganos: el remo que en el agua parece quebrado. Esos argumentos escépticos sólo prueban que no debemos confiar por completo en los sentidos,; además, que debemos corregir sus datos por medio de la razón. Hay también otros argumentos más profundos contra los sentidos, que no admiten una solución tan fácil.

Dice Hume: parece evidente que los hombres confían de forma tal en sus sentidos que sin un razonamiento previo suponemos la existencia de un universo exterior a nosotros aunque no existamos. En consecuencia el mundo y cada cosa del mundo, resulta ser independiente de los seres inteligentes, nosotros no les otorgamos la calidad de ser. Sin embargo, los sentidos sólo conducen las imágenes, pero no producen un contacto entre el espíritu y el objeto. Cuando nos alejamos de una cosa (cualquiera, puede ser una mesa), esta parece disminuir, pero la mesa real que existe independientemente no sufre ninguna alteración. En efecto, cuando decimos: esta casa y este árbol no son más que copias de otras copias que se mantienen uniformes e independientes. Sin embargo se reconoce que muchas de las percepciones del espíritu no surgen de nada externo, como ocurre en los ensueños, en la locura y otras enfermedades.

Las percepciones de los sentidos se deben a objetos externos que se les parecen. Hume supone que si hubiera un Ser supremo, cuya veracidad tuviera algo que hacer en este asunto, nuestros sentidos serían completamente infalibles porque es imposible que él pueda engañarnos. El problema está en que si alguna vez se problematizara el mundo exterior, sería imposible probar la existencia de ese Ser o alguno de sus atributos.

Todos los modernos de hoy dicen que no existen las cualidades sensibles de los objetos: duro, blando, etc. En realidad, no existen en los objetos mismos sino que son percepciones del espíritu sin ningún arquetipo o modelo externo al que representen. Todas las cualidades percibidas por los sentidos están en el espíritu y no en el objeto. Lo mismo se puede decir de la extensión, porque depende de entero de las ideas sensibles o ideas de cualidades secundarias, porque una extensión que no es ni dura ni blanda, ni blanca ni negra no está más allá del alcance de la imaginación humana.

Segunda parte

Una objeción contra la razón deriva del concepto de la infinita divisibilidad del espacio real, físico. La geometría y la aritmética nos llevan también al escepticismo, pues sus ideas, aunque claras y distintas, son también paradójicas. Pero si se extrema esta posición, volveremos a caer en la objeción práctica, o pirrónica, que se ha considerado insondable.

La principal objeción contra todo razonamiento abstractivo deriva de nuestras ideas de espacio y tiempo, pero para quien las considera sin cuidado son muy claras e inteligibles, en cambio, cuando son examinadas de forma profunda llevan a principios que parecen plenamente absurdos y contradictorios. Nada puede ser más escéptico o más lleno de duda y hesitación que este mismo escepticismo que surge de algunas de las paradójicas conclusiones de la geometría y de la ciencia de la cantidad.

En la vida diaria a cada momento razonamos sobre hechos y cosas existentes y no podríamos subsistir de ningún modo sin emplear continuamente esta clase de argumento, cualquier clase de opinión popular que provenga de allí debe ser insuficiente para destruir esta seguridad.
Un estoico o un epicúreo exponen sus principios que pueden no ser durables pero que tienen efecto en la conducta y en el comportamiento. Pero un pirrónico no puede esperar que su filosofía tenga ninguna influencia constante sobre el espíritu, o si la tuviera, que fuese beneficiosa a la sociedad. Y debe reconocer que toda la vida humana debería perecer si sus principios debieran de prevalecer firme y universalmente. Pero aunque un pirrónico entre en confusión y confunda a otros, el primer suceso de la vida pondrá en fuga todas sus dudas y escrúpulos y lo dejará al mismo nivel en su especulación.

Tercera Parte

El escepticismo moderado, o filosofía académica puede ser útil. Hume dice que hay en verdad un escepticismo moderado, esto es la filosofía académica, que puede ser perdurable y útil, y en parte, es el resultado de este pirronismo o escepticismo extremo. Pero el hecho de dudar o de sopesar deja perplejo su entendimiento, sofrena su pasión y suspende su acción. Otra clase de escepticismo moderado que puede ser ventajoso a la humanidad es la limitación de nuestras investigaciones a aquellos objetos que están mejor adaptados a la exigua capacidad del entendimiento humano.

A Hume le parece que los únicos objetos de la ciencia abstracta o de demostración son la cantidad y el número, y que todo esfuerzo por extender esta clase de conocimiento más perfecto, allende estos límites, es mera sofística e ilusión. Además todas las ideas son claramente distintas y diferentes de las demás, nunca podremos ir más lejos, ni con ayuda de nuestro más riguroso examen, que observa esta diversidad, y, por una patente reflexión, decir que una cosa no es otra. Y sin riesgo dice Hume: la cantidad y el número son los únicos objetos adecuados de conocimiento y demostración. Ninguna negación de un hecho puede implicar contradicción. La no existencia de un ser, sin excepción, es una idea tan clara y distinta como su existencia. La proposición que afirma que no es, aunque sea falsa, no es menos concebible e inteligible que la que afirma que es. En las ciencias propiamente dichas toda proposición que no es verdadera es aquí confusa e ininteligible. Como que la raíz cúbica de setenta sea igual a la mitad de diez, es una proposición falsa y nunca podrá concebirse. Pero que césar o el ángel Gabriel nunca existieron puede ser una proposición falsa y sin embargo es concebible y no implica contradicción. Por tanto sólo puede probarse la existencia de cualquier ser mediante argumentos derivados de su causa o de su efecto ya que estos se basan en la experiencia. Es sólo la experiencia la que nos enseña la naturaleza y los límites de la causa y el efecto, y nos permite inferir la existencia de un objeto partiendo de la de otro.

Las ciencias que tratan de hechos generales son: la política, la filosofía natural, la medicina, la química, etc., en las cuales se investigan las cualidades, causas y efectos de toda una clase de objetos. La ciencia divina o teología tiene un fundamento en la razón, en tanto que ella se apoya en la experiencia, pero su mejor y más sólido fundamento es la fe y la revelación divina. Asimismo, si razonamos sobre la moral y la estética nos damos cuenta que no son tanto objeto de entendimiento como del gusto y del sentimiento. De ese mismo modo la belleza, moral o natural, es sentida, más propiamente que percibida, pero si razonamos sobre ella, consideramos un nuevo hecho, que es el de los gustos generales de los hombres o algún hecho semejante que pueda ser objeto de razonamiento o investigación. Para Hume, cualquier libro que en su contenido no tiene razonamiento abstracto acerca de la cantidad y el número, o no tiene un razonamiento experimental de los hechos y de las cosas existentes debe ser arrojado a la hoguera porque su contenido será sólo sofística e ilusión.

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