sábado, 13 de junio de 2009

La estructura de lo creado (san Buenaventura)

Para comprender el retorno de lo creado a Dios, es necesario conocer la estructura de la realidad, estructura que nos revelará precisamente el ritmo metafísico con el que las cosas se reducen a Dios, como a su complemento y su causa final. Trataremos sobre todo las líneas esenciales de la cosmología bonaventuriana.

El universo, no ha surgido de la nada, perfecto y ordenado a la vista del primer hombre. Aunque esto era posible para la potencia divina, sin embargo la creación y el ordenamiento del mundo se realizaron de acuerdo a un plan progresivo, mencionado explícitamente en los seis días de la narración bíblica. Pero desde el primer momento, Dios creó al mismo tiempo los ángeles, el cielo empíreo, la materia y el tiempo, la primera naturaleza espiritual, los primeros principios de la naturaleza espiritual, los primeros principios de la naturaleza corpórea y la primera medida de todas las cosas. El cielo empíreo para Buenaventura es un cuerpo luminosísimo que supera el cielo cristalino y el cielo estelar o firmamento, está destinado a ser el lugar de los ángeles y de los hombres bienaventurados. Pero ese cuerpo luminosísimo es también activísimo, casi todo forma, de manera que apenas se puede llamar cuerpo.

Buenaventura acepta la tesis aristotélica, donde matera y forma son los últimos principios de la realidad corpórea. Pero, mientras que para Aristóteles la composición de materia y forma sólo se da en los seres materiales; para San Buenaventura tal composición se da también en las substancias espirituales: los ángeles y el alma humana. La materia para San Buenaventura puede ser considerada con dos mentalidades: con la mentalidad del físico o con la mentalidad del metafísico. El físico considera la materia como el “quid” invariable que hace posible todas las variaciones. El metafísico en cambio lleva más al fondo su consideración. Asimismo, el metafísico examina la esencia de la materia espiritual y corporal, mientras el físico se limita a estudiarla en el ser concreto. Por otro lado, el físico no admite la materia en los espíritus: en efecto, su materia no puede estar en las sustancias espirituales porque es corpórea. En cambio el metafísico deberá afirmar siempre que donde hay potencia hay materia. La actualidad pura sin mezcla de potencia es un privilegio del Ser necesario e inmutable. La materia metafísica no puede existir sola, porque es sólo un principio del ser, mientras que la materia física ya puede existir por estar actualizada por la forma corpórea.

La materia creada por Dios como uno de los principios del mundo, corresponde a la tierra “innanis et vacua”y Buenaventura la llama “materia informis” no porque estuviese privada de forma, sino porque esta primera forma no era completa. Santo Tomás admitía como San Buenaventura que la creación se ha llevado a cabo según un plan progresivo de diferenciación, pero para él el caos o la tierra “innanis et vacua” no era la materia informe del Doctor Seráfico, sino la confusión de los cuatro elementos simples: tierra, agua, aire, fuego.

Para San Buenaventura la forma tiene dos funciones: la de conferir a la materia cierta determinación, y la de prepararla y hacerla capaz de recibir una forma más perfecta. Los cuerpos para referirnos a algo concreto, resultan informados por lo menos por dos formas: por una forma general que los hace ser cuerpos y por otra que los hace ser ese tal cuerpo: hierro, cobre, calcio, etc.
San Buenaventura dice que si el cielo empíreo es la primera de las sustancias materiales activas, primera evidentemente, quiere decir que posee la forma más perfecta entre las sustancias corpóreas. Así como la materia proporciona el principio pasivo a todos los cuerpos, así el cielo empíreo preside y promueve la distribución de otras formas o principios activos.

Después de eso, Buenaventura dice que la luz no es una forma accidental como se cree, sino una forma substancial que por naturaleza es difusiva y de manera instantánea se propaga, dispone y fecunda la materia, haciéndola apta, mediante su información, para recibir todas las demás formas. En consecuencia, es una forma general de los cuerpos, pero no universal, sino intermediaria entre la materia y la forma a las que confiere actividad y la conserva. Por eso, una forma es tanto más perfecta y activa de acuerdo a la cantidad de luz que actúa en el cuerpo. Una forma no se percibe por los sentidos, pero se manifiesta a través del esplendor o el color que comunica al cuerpo. Por tanto, se puede decir que la materia es principio de pasividad y la luz principio de actividad.

Otra tesis característica de la cosmología agustiniana en general y bonaventuriana en especial es la de las “rationes seminales,”donde trata de explicar el por qué en todo momento nuevos seres hacen su aparición delante de nuestros ojos, sea por generación, sea por síntesis química. Los antiguos y algunos de sus contemporáneos trataron de dar una explicación, pero no respondían a su espíritu preocupado, por una parte de reservar sólo a Dios la eficacia y la perfección del acto creativo, y, por otra de no reducir a la nada la causalidad de la criatura.

Según se dice de Anaxágoras, todas las formas que poco a poco aparecen en el mundo preexisten diferenciadas en la materia y no son percibidas. La acción de un nuevo cuerpo se reduce, por ello, a crear las condiciones necesarias para que la nueva forma se manifieste. Otros en cambio, piensan que las formas hacen su aparición porque son extraídas de la nada por un acto creativo de Dios. Pero los agentes creados nada producen, con su acción sólo ofrecen la ocasión para el acto creativo, adaptando la materia a la nueva forma. Buenaventura niega las dos opiniones, pues minimizan demasiado la acción de los agentes, negándoles una causalidad directa respecto a las nuevas formas producidas. Sin embargo, se puede decir con la primera, que las formas existen “virtualmente” en la materia; y con la segunda, que Dios es causa eficiente principal en la producción de los nuevos seres.

Pero la materia sólo tiene una función receptiva. Más que de una educción de las formas a partir de la materia, tendría que hablarse de una creación de las formas en la materia. Por esta razón, Buenaventura propone otra solución en base a la teoría de las “rationes seminales” de San Agustín. Las formas preexisten en la materia, sobre todo porque en la materia se haya concretado un “quid” esencialmente diferente de ella, del cual la acción del agente extrae la nueva forma. Este “quid” es algo que puede llegar a ser la futura forma, es la forma en estado de potencia, que será llevada al acto por el agente que la produce. Este no le añade una nueva “quidditas”; sólo produce una nueva “disposición”, por la que se pasa del estado de potencialidad al estado de actualidad. El acto no añade una nueva entidad esencial a lo que estaba en potencia, sólo cambia la manera de ser, produciendo en él un cambio que, si bien no es de orden esencial, si lo es de orden substancial.

A ese “quid” concreado en la materia __del cual el agente extrae la nueva forma, Buenaventura da el nombre de cuño agustiniano, de “ratio seminalis”. La materia participa en la producción de los seres nuevos, no sólo pasivamente; sino también activamente mediante las “rationes seminales” que son como las potencias activas de la materia. Por eso, es necesario no olvidar que las “rationes seminales” están destinadas a explicarnos la producción de nuevos seres. Pues bien, esta producción, para que sea efectiva, debe tener como término algo substancial. Por eso, si la “ratio seminalis” fuese la forma universal de la cosa producida, el término del acto productivo no podría ser más que una forma substancial particular. La teoría sería admisible si se piensa que la forma es el principio de individuación, pero esto no es admitido por el Doctor Seráfico.

San Buenaventura dice que es necesario entender de diversa manera la indeterminación o universalidad de la “ratio seminalis”: “radicaliter”. Es como la indeterminación de un germen o de una fuerza que puede producir muchos efectos: es como la indiferencia que tiene un principio del cual proceden muchas cosas. Esta indeterminación _de la “ratio seminalis” es suprimida por el agente natural que produce el nuevo ser comunicando a la “ratio seminalis” una parte de aquel tesoro o de aquella reserva de actividad contenida en la propia forma y determinándola así a pasar de la potencia al acto. La “ratio seminalis” no sólo propicia la vida o el desarrollo de una forma, sino también su término. En consecuencia, las formas corpóreas, después de haber agotado completamente la energía, regresan al estado potencial de las “rationes seminales”.

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